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Dieciséis días después de haber celebrado su cumpleaños número 89, Mario Vargas Llosa se fue de esta vida. Nacido en la peruana Arequipa el 28 de marzo de 1936 —si bien con las nacionalidades española desde 1993 y la dominicana adquirida en junio de 2022—, el escritor que llegara incluso a ser padrastro del cantante Enrique Iglesias por su amorío con Isabel Preysler, falleció —el Nobel de Literatura 2010— el domingo 13 de abril de 2025. Pese a su postura abiertamente inclinada a la derecha, siempre acaudalado a fin de cuentas, Mario Vargas Llosa recibió numerosos “jalones de oreja” por haber dicho que el PRI era “una dictadura perfecta” en septiembre de 1990 durante un coloquio en México de intelectuales arbitrado por Octavio Paz —denominado “La Experiencia de la Libertad” con la anuencia y participación de Televisa— a unos cuantos días de que el ensayista de la Mixcoac fuese nominado por la Academia Sueca el flamante Nobel de Literatura 1990, decisión de la cual el propio poeta ya tenía conocimiento por el arreglo orquestado que había mantenido con el juez Artur Lundkvist (1906-1991), encargado de leer los libros en castellano, amigo de Paz, a quien el poeta había regalado sus libros gracias a sus funciones en la diplomacia del Estado mexicano.
Paz, por supuesto, no podía permitir que a Salinas de Gortari, recién ascendido al poder presidencial —y ya todos sabemos la inversión millonaria que dilapidó este mandatario priista en los intelectuales—, Vargas Llosa lo tildara de “dictador perfecto”, razón por la que fue de inmediato corrido el peruano del coloquio intelectual, anécdota que el futuro Nobel —faltaban aún dos décadas para su designación— notificó en su libro de ensayos Desafíos de la Libertad, del año 1994. Paradojas de la vida: en ese momento el derechista Vargas Llosa pasaba de izquierdista en un mundo donde el capital es el que rige el termómetro del pensamiento en México.

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En su libro Cartas a un joven novelista (Ariel / Planeta, 1997), Mario Vargas Llosa abunda sobre el oficio de la escritura, si bien reconoce que en esta labor “nadie puede enseñar a otro a crear; a lo más, a escribir y leer. El resto se lo enseña uno a sí mismo tropezando, cayéndose y levantándose, sin cesar”. Por lo mismo, luego de enviarle once misivas a su amigo desconocido (que, finalmente, no es otro sino el lector) para apuntalarle una especie de (su) “decálogo” del novelista, el Nobel 2010 —en el último capítulo, el duodécimo— sentencia: “La crítica puede ser una guía valiosísima para adentrarse en el mundo y las maneras de un autor y, a veces, un ensayo crítico constituye una obra de creación, ni más ni menos que una gran novela o un gran poema. Pero, al mismo tiempo, me parece importantísimo dejar en claro que la crítica por sí sola, aun en los casos en que es más rigurosa y acertada, no consigue agotar el fenómeno de la creación, explicarlo en su totalidad. Siempre habrá en una ficción o un poema logrados un elemento o dimensión que el análisis crítico racional no logra apresar. Porque la crítica es un ejercicio de la razón y de la inteligencia, y en la creación literaria, además de estos factores, intervienen, y a veces de manera determinante, la intuición, la sensibilidad, la adivinación, incluso el azar, que escapan siempre a las redes de la más fina malla de la investigación crítica”.
De tal modo que el postrer “consejo” de Vargas Llosa es decirle a su amigo que se olvide de todo lo que ha leído en sus cartas sobre la forma novelesca y se ponga a escribir novelas de una buena vez.
A lo largo de las ciento cincuenta y pico de páginas que tiene el volumen, sin embargo, conviene detenernos en algunas premisas para cavilar acerca de la conformación literaria, y establecer un propio boceto teórico para proseguir, luego, cada quien, sobre un firme camino individual. Los dos primeros incisos del libro son recomendaciones personales y ya los otros nueve son una brújula para el novelista. “Me atrevo a sugerirle que no se haga muchas ilusiones en cuanto al éxito —dice Vargas Llosa en el primer capítulo—. No hay razón alguna para que usted no lo alcance, desde luego, pero, si persevera, escribe y publica, pronto descubrirá que los premios, el reconocimiento público, la venta de los libros, el prestigio social de un escritor tienen un encaminamiento sui géneris, arbitrario a más no poder, pues a veces rehúyen tenazmente a quienes más los merecerían y asedian y abruman a quienes menos. De manera que quien ve en el éxito el estímulo esencial de su vocación es probable que vea frustrado su sueño y confunda la vocación literaria con la vocación por el relumbrón y los beneficios económicos que a ciertos escritores (muy contados) depara la literatura. Ambas cosas son distintas”.
Otras sugerencias —y afirmaciones— literarias de Vargas Llosa las ennumero, literalmente, a continuación:
1. Sólo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda.
2. No hay novelistas precoces. Todos los grandes, los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción.
3. La literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderse contra el infortunio.
4. En toda ficción, aun en la de imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida, una semilla íntima, visceralmente ligado a una suma de vivencias de quien la fraguó. Me atrevo a sostener que no hay excepciones a esta regla y que, por lo tanto, la invención químicamente pura no existe en el dominio literario.
5. La ficción es, por definición, una impostura —una realidad que no es y sin embargo finge serlo— y toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas del ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros.
6. En esto consiste la autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en servirlos a la medida de sus fuerzas.
7. El novelista que no escribe sobre aquello que en su fuero recóndito lo estimula y exige, y fríamente escoge asuntos o temas de una manera racional, porque piensa que de este modo alcanzará mejor el éxito, es inauténtico y lo más probable es que, por ello, sea también un mal novelista (aunque alcance el éxito: las listas de bestsellers están llenas de muy malos novelistas).
8. La mala novela que carece de poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la verdad de la mentira que nos cuenta.
9. La historia que cuenta una novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que la plasma debe ser coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y vivir.
10. La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético.
11. La literatura es puro artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo delata.
12. Para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su representante o plenipotenciario en la ficción, él mismo una ficción, pues, como los otros personajes a los que va a contar, está hecho de palabras y sólo vive por y para esa novela.
13. El de las novelas es un tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y diferencie del mundo real.
14. Lo importante es saber que en toda novela hay un punto de vista espacial, otro temporal y otro de nivel de realidad, y que, aunque muchas veces no sea muy notorio, los tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de la manera como ellos se armonizan y combinan resulta aquella coherencia interna que es el poder de persuasión de una novela.
15. Si un novelista, a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin.

Para conseguir su objetivo, Mario Vargas Llosa puso innumerables ejemplos de sus numerosas lecturas (Azorín, Balzac, Simone de Beauvoir, Beckett, Bierce, Borges, Carpentier, De Cervantes Saavedra, Cortázar, Delibes, Faulkner, Flaubert, García Márquez, Grass, Hemingway, Hesse, Kafka, Melville, Monterroso, Poe, Proust, Rulfo, Restif de la Bretonne, Saint-Exupéry, Stendhal, Voltaire, Virginia Woolf), pero seguramente algún otro novelista tirará por la borda estas cartas del Nobel peruano para crear sus propios códigos de trabajo. Después de todo, un novelista, un buen novelista, no se ciñe a ninguna regla para inventarse sus historias.
Sin embargo, en efecto, estos “consejos” se hacen necesarios a una edad primera de ciertos escritores, que los toman como “guías” inalterables. Vargas Llosa, sin tener necesidad de ello, realizó su catálogo para el novelista principiante, que servirá, supongo, para más de un novel escritor distraído que no sabe, aún, leer novelas. Porque varios de los libros de Vargas Llosa son, ya, acaso sin quererlo el autor, verdaderas cátedras de cómo escribir una novela.
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