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Virginia Ledesma, cómplice de la naturaleza

ENTREVISTA: ANGÉLICA ABELLEYRA/LALUPA.MX

 

En un pueblo minero de la sierra queretana. 

Son el inicio de un mundo desconocido, la entrada a algo que puede ser una sensación, un estar en el mundo siempre distinto. A cielo abierto o subterráneas, las minas son para Virginia Ledesma (1974) un asidero para pintar la realidad que conoció desde niña en San Joaquín o en Vizarrón. Ahora, a través de “Bocamina”, la pintora expone lienzos y láminas vestidos con óleo y técnica mixta para tomar de la mano el “reto” de abordar los paisajes, ciertos personajes y los sentires que le ha otorgado la actividad minera en el semidesierto queretano. 

Diestra, escrupulosa en su construcción pictórica de la figura humana por tantos años, la artista sanjoaquinense se hace cómplice ahora de la naturaleza y con total libertad traza montañas que rellena con espátula blanquísima; las arenas cubren superficies con tramos de hierro que hacen un juego de luces y sombra; los polvos surcan los cielos de un azul contundente, y ciertas cuevas son parajes hacia el fondo de la tierra. Por allí podemos ver algo del proceso de la tentadura o la inspección visual de los rastros de un mineral sobre el plato de peltre; la quema del mineral, bancos de mármol, atardeceres después de la quema y un paisaje nocturno en homenaje al Dr. Atl. 

Es la realidad contrastante, ruda y bella, que Virginia ha percibido en su tierra natal con un pasado minero, ahora Pueblo Mágico y casa del huapango. Es su reto presente de “pintar la realidad, sin decir de más, sin decir de menos” y lo logra en esta serie conformada por una treintena de piezas realizadas la mayoría durante el último lustro (2020-2025), con dos ejemplos que datan de 2017 y 2018, desplegados en la Sala De Profundis del Museo Regional de Querétaro. Pintura que, como bien dice el artista Ignacio Estudillo en el texto de sala, alcanza niveles “de una sutileza afectiva poderosa” y “un estado de pureza estética vacía de retórica que no colapsa la relación con el usuario. Es creencia hecha cuerpo, emana luz”. 

Eso, la luz, es el elemento que reina a lo largo de la sala de exhibición. Abre un video casero de la propia Ledesma en donde el blanco del paisaje cubre el camino pedregoso de una estrechez que insinúa el precipicio. Y a partir de allí, transcurren las versiones creativas de una realidad minera pasada y presente que Ledesma trae como recuerdo de sus abuelos mineros Fidel y Moisés, así como de su papá Ramiro quien ocupó de igual manera el eterno tiempo en las minas y llevaba a los más pequeños de casa algunas piedras o rastros de mercurio para que vieran la consistencia acuosa y maleable del metal. 

Platicamos con Virginia Ledesma sobre Bocamina y también alrededor del poder del arte —que muchos niegan o minimizan— para cambiar la vida de las personas: desde 2022 realiza talleres en algunos municipios queretanos para que la gente explore con las manos y las palabras la trilogía “Arte, memoria e identidad”. Por esos encuentros en San Joaquín, Arroyo Seco, Peñamiller, Cadereyta o Amealco en los que ha visto cambios de asir el mundo. 

“A cielo abierto”, mixta sobre algodón (2017). 

“Atardecer después de la quema”, mixta sobre lino (2021). 

—Abordar la minería te enfrenta a un tema polémico que implica problemas ecológicos y sociales. ¿Al hacer obras para “Bocamina” lo tomaste en cuenta, te generó un reto? 

—Yo soy pintora y a partir de mi oficio es que pongo el tema sobre la mesa. No soy experta en temas ambientales ni puedo resolver temas sociales, pero como ciudadana sí está en mi mano y en la todos el poder observar esa realidad y a lo mejor sí generar algo. Los cambios definitivamente vienen desde los gobiernos. Para mí, el reto tal vez sea pintar una realidad que conozco y que me puede doler o no entender, hablando de lo relacionado con la minería y la ecología, por ejemplo, pero también hay que tomar en cuenta un oficio relacionado con seres que han nacido haciendo eso toda la vida. Entonces el desafío está en ser lo más cercana y fiel al mostrar una realidad como la de Vizarrón, con minas de mármol a cielo abierto o las subterráneas en San Joaquín que ya están cerrando. De hecho, lo que pinto es una realidad que habla de cosas duras pero también bellas y difíciles. No pinto para hacer homenajes. Creo una realidad sin adornos pero tampoco descarnada pues no me gusta recrearme en el dolor. 

El trabajo dentro de una mina o en una a cielo abierto no es un juego. Muchas veces, desde las ciudades analizamos mucho las cosas y levantamos banderas pero no nos damos cuenta de todo lo que implican. Para pronunciarte sobre un asunto, para pelearlo, debes de conocerlo profundamente. Yo sólo muestro algunos momentos, procesos, puestos y campos relacionados con las minas pero sí tengo la conciencia de que hay familias que viven de ello y por tanto no voy a mal hablar de un trabajo si no puedo garantizarle a las personas una mejor condición de vida. 

—Tus familiares fueron mineros. Quizás este aspecto personal determinó la serie. 

—Mis dos abuelos estuvieron en la minería: Fidel, abuelo materno, y Moisés, el paterno, además de mi padre Ramiro, así que las minas fueron una presencia desde siempre. Yo nací en 1974 y me recuerdo de niña cuando mi padre llegaba a casa con el mercurio y nos reíamos cuando veíamos “cómo pesaba” y claro que jugábamos con él a veces. 

Hubo una época de bonanza en San Joaquín cuando en la década de los sesenta Estados Unidos adquiría mercurio y proliferaba el trabajo. Hoy que las minas han ido cerrando, sucede que mucha gente se fue de mojada a Estados Unidos o los entornos de los pueblos mineros se han vuelto sitios turísticos. También con el paso de los años he experimentado el cambio del paisaje porque en Vizarrón, por ejemplo, están los escurrideros en las montañas y ves como éstas se han ido achicando gradualmente al ser cortadas. Me queda claro que todo esto es parte del movimiento del ser humano. El piso en el que ahora estamos también forma parte de todo eso y hasta el más ecologista tiene uno formado con materiales de mármol. 

—¿Por qué si es un tema tan cercano a tu vida personal lo pintas hasta el 2017? 

—Alrededor de esos años tenía una exposición pendiente relacionada con la figura humana pero no me encontraba conectada ni motivada con el tema. Venía de dar un curso de pintura en San Joaquín y cuando empecé a ver los paisajes en blanco que siempre fotografiaba, fue como una iluminación y me dije: “claro, lo que me toca ahora pintar este paisaje, de aquí vengo, qué más genuino y transparente que esto. Y así fue como inicié mi camino por las minas: visité zonas, gente, entrevisté a mineros, sobre todo a los de más edad porque no hay mineros jóvenes. Empecé a pintar y cuando vino la Bienal Tamayo  mandé una pieza hecha in situ y quedó seleccionada. Fue una señal para seguir en ese camino. 

“Minero”, mixta sobre lámina de metal (2022). 

“Tentadura”, mixta sobre madera (2021).  

—¿Te saturaste de lo figurativo? 

—Me saturé porque mi intención con la figuración fue llegar al tema de la psique, de buscar más allá de lo superficial de cada retrato. No fueron sólo cuerpos sino ahondar en a quién estaba pintando. En cambio, con el paisaje me encontré con un ámbito maravilloso y libre. Ya no me clavo en el detalle, en la perfección. El paisaje tiene movimiento, es siempre cambiante y en ello radica su ser perfecto, sin patrones. Además, en esta elección también tuvo qué ver el momento que vivía: no quedarme veinte horas pintando una uña sino pintar veinte montañas o árboles. La vida es un suspiro y tienes que tomar todo el aire y captar todos los olores posibles. No hablo de cantidad o de calidad sino de posibilidades. Y el paisaje me las da siempre. 

Además, este viraje tiene qué ver con los consejos de dos españoles: Antonio López García me dijo: “siempre sigue tu camino y ve lo que quieras ver”, y Jaime Sánchez Alonso lo refrendó: “Virginia, yo pinto lo que se me da la gana”. Así que ahora tengo la plena seguridad de que no hay nada más preciado para el ser humano que la libertad. En Querétaro hay una tradición muy fuerte por el realismo pero hoy ya no es para mí eso de estar muchas horas aplicándome con el perfil de un dedo. Necesito explorar con la materia, ver qué me ofrece  y qué le ofrezco. 

“La quema del mineral”, mixta sobre algodón (2024). 

La artista platica con el público de “Bocamina”. 

 Así, con la vista multiplicada en los paisajes, Virginia Ledesma se adentrará en los verdes, en los amarillos… pero siempre de la mano de la luz, de sus maestros Velázquez y “El Españoleto”. “El trabajo del pintor es con la luz y esta serie se prestó mucho a perseguir ese propósito pictórico, plástico. Pero también tiene qué ver con un estado personal ante las cosas. No me gusta para nada el tema de regodearme en el dolor. En México tenemos una realidad tan dura y violenta que “hablar” de eso en pintura podría hasta resultar un mal chiste. Y no me gustan los malos chistes; prefiero la buena pintura”. 

Al lado de la buena pintura, Ledesma sigue con el interés puesto en los talleres que ha impulsado en comunidades queretanas. “Siempre digo que en la ciudad tenemos opciones mientras que en la sierra la gente tiene oportunidades. Y sí creo profundamente que el arte puede cambiar realidades y que ahora debiera de estar más cercano que nunca a nosotros”. Y cierra con el recuerdo de una señora en Arroyo Seco que tenía problemas de un movimiento descontrolado de su mano, por lo que se negaba a pintar. Pero en una de las clases de Virginia conoció la obra de Jackson Pollock, comprobó que manchones y puntilleos eran posibles sobre la tela, y se dio total libertad para pintar. “Eso, refrenda Virginia es cambiarle la vida a una persona. Y lo consiguió el arte”. 

“Bocamina” continuará en exhibición hasta el domingo 1 de junio en el Museo Regional de Querétaro —Corregidora Sur 3, Centro Histórico de Querétaro. Abierto de martes a domingo de 9 a 6 de la tarde, con entrada gratuita general los domingos. 

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Last modified: 3 mayo, 2025
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