La Asamblea General de las Naciones Unidas, al acordar entre los países miembro de la Unesco —la misma entidad encargada de la cultura, las ciencias y la educación—, decidió en 1993 proclamar el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa “al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”.
En México, por lo tanto, esta “libertad” era manejada, o manipulada, por la gestión gubernamental o el poder empresarial, ya que la prensa, en general, dependía, o más bien depende, de la economía de terceros para su sobrevivencia, razón por la cual se ha vislumbrado, sobre todo a partir del obradorismo en 2019, el parcial desmoronamiento de los medios de comunicación que, en vez de tomar con templanza reflexiva la situación, mostró su encono por ser apartados de la dádiva presidencial, ira que ha exhibido intolerancia en lugar de cavilación, asunto que, por desgracia, el partido en el poder no esclareció, teniendo la oportunidad de haberlo hecho, la igualdad prometida otorgando numeroso dinero a la gente de su confianza tal como lo hacían los partidos precedentes compensando a la crítica incluso más perspicazmente hostil beneficiándola con holgura a sabiendas de su interés insano.
Por lo mismo, en la emisión del pasado 4 de mayo del programa Los Periodistas, transmitido por Canal Once, Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela expresaron lo siguiente, en la introducción de dicho espacio, respecto al Día de la Libertad de Expresión: “Más absurdo es que México cuente con su propia conmemoración anodina: el Día de la Libertad de Expresión que aparece en el calendario el 7 de junio. El mismo origen de esta celebración es oprobioso: se instauró en 1951, a iniciativa de los propietarios y editores de medios para agradecer al presidente de la República, en ese momento Miguel Alemán, por permitirles el ejercicio de la libertad de expresión. ‘Gracias, Señor Presidente’, se escuchó decir desde entonces a los medios y periodistas aduladores que la voz popular llamó prensa vendida, y que a partir de 1975 ese día recibían del mismo gobierno el Premio Nacional de Periodismo, un premio que condecoraba a los dóciles y a los que escamoteaban y manipulaban la información para agradecer al Señor Presidente. Y, aunque este galardón desapareció con todo y la ley que lo sustentaba, hay gobernantes, periodistas y medios que, llevados por la inercia, siguen reuniéndose para conmemorar el Día de la Libertad de Expresión que recuerda el contubernio y las complicidades”.

Ciertamente, aunque ni Álvaro ni Alejandro mencionaron un solo nombre de aquel “premio que condecoraba a los dóciles y a los que escamoteaban y manipulaban la información para agradecer al Señor Presidente”, recogiendo su inmenso dinero de manos del mero mero para, luego, continuar ejerciendo su gloriosa y democrática crítica.
Algunos de los premiados (y que pedían sus premios, además, ya que éste no se daba como reconocimiento, sino como una dádiva a su gentil suscripción que, de antemano, daba sustento a su aceptación y a la conformidad con los manejos sociales) fueron: Jacobo Zabludovsky y su hijo Abraham en 1976 y 1997 respectivamente; Carmem Aristegui y Javier Solórzano en 2001, año en que también lo ganara César Güemes; Rogelio Naranjo, Carlos Monsiváis y Juan José Arreola en 1977; Elena Poniatowska y Efraín Huerta en 1978; José Emilio Pacheco y Abel Quezada en 1980; el cartonista Magú en 1982; Isabel Arvide y La China Mendoza en 1984; Efrén Maldonado, Cristina Pacheco y Raymundo Riva Palacio en 1985; Regino Díaz Redondo, Héctor Aguilar Camín, Helio Flores y Fernando Benítez en 1986; José Carreño Carlón y Rius en 1987; José Gutiérrez Vivó, José de la Colina y Lorenzo Meyer en 1989; el caricaturista Calderón y el fotógrafo Fabrizio León en 1992; Blanche Petrich y Raúl Trejo Delarbre en 1994; Sari Bermúdez en 1995; Helguera y Lázaro González en 1996; Octavio Paz, Televisa, Nexos y Marco Aurelio Carballo en 1998; Hugo Gutiérrez Vega y El Fisgón en 1999 y el caricaturista jalisciense Trino en el año 2000.

Y como se puede apreciar en la breve lista varios nombres, felices galardonados y reembolsados financieramente por los partidos en el poder del pasado, hoy son de prosapia morenista, aún críticos del sistema social, tal como lo estuvieron, ¡ay!, en el ayer, ese redituable pasado que se lo ha llevado ya el viento. Porque según sus propias definiciones, estos fieros críticos del sistema no dejaron de ser, nunca, fieros críticos del sistema percibiendo, por supuesto, dádivas y emolumentos tanto del PRI como del PAN, siempre compensadores —estos partidos (¡recuérdese cuántos millones de pesos obtuvo Carlos Fuentes, siempre tan crítico de los poderes instituidos, por haber escrito el libro Nuevo tiempo mexicano que no es otra cosa sino un mensaje laudatorio a Carlos Salinas de Gortari!)— de la intelectualidad y la academia porque sabían que en la repartición monetaria se llallaba, se halla, el hilo de la sujeción controladora.
Hoy, a diferencia del ayer, no todos los “críticos” reciben prebendas: el papel es el mismo, sólo se han invertido los nombres y las características, de ahí el encono de los que, acostumbrados a las dádivas, han sido abandonados financieramente, pues la frase ni son todos los que están ni están todos los que son en verdad se ha acortado para tomar en cuenta nada más a los que están.
Por lo mirado y vivido, así son las cosas hoy en el aparato político.
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