Autoría de 4:23 pm #Opinión, Armando Mora - El Ardiente Rabo

Un olvido más: la máquina de escribir – Armando Mora H.

                                                                     

Al dejar en el rincón, ese del olvido —en aquel sitio donde van quedando los tiliches—a la majestuosa máquina de escribir, debes reflexionar el porqué de su abandono, pues ella representa una parte muy importante de la información y de la comunicación, principalmente en el siglo XX. Al dejarla fuera la capacidad del pensamiento se ve disminuida, y el comercio te dio a cambio un procesador que lastima tu rendimiento cerebral.

Los inicios de la máquina de escribir y de la dactilocomposición (dáktilos, dedo, y graphein, escritura) ocurren en el s. XVII, con el advenimiento de la revolución industrial. De hecho los primeros avances fueron realizados pensando en aquellas personas con problemas de ceguera. Existieron muchos intentos para lograr que un texto quedara como un impreso, legible y con la continuidad en dada uno de sus líneas. Se trata de un invento que sí modificó en parte y ayudó, en otros casos, los problemas en la correcta transcripción para un impreso. Técnicamente se podía lograr la impresión mediante el ófset, procedimiento de impresión planográfica indirecta en que una plancha tratada fisicoquímicamente transfiere los datos o imagen o un cilindro cubierto de caucho, que a su vez transfiere la tinta y al papel. Se podrían sacar cuantas copias se requirieran, por medio de las fotocopiadoras. La versatilidad que te permitía las máquinas de escribir fueron inauditas, no existe comparación alguna.

Pero la primera máquina de escribir que sale al mercado, con las características que ser una máquina componedora y como un producto gráfico —tipos gráficos— con un sistema complejo en su funcionamiento, que tiene la finalidad de transcribir la escritura a un texto legible y claro para las funciones que requiera su autor, en una hoja, que en la mayoría de los casos, podría ser carta u oficio, es a finales del s. XIX con la salida de la máquina Remington en 1872.  Podríamos mencionar las Remington, Underwood, Royal, Olympia, Olivetti, Smith Corona, Brother, y Hermes. Una máquina de una belleza de incalculable valor es una dactilocomponedora para la escritura musical: La Alder, del alemán Wiedmer, en 1906. No fue única, pero en su momento, resultó de fácil manipulación.

Se comenta que pudo haber sido Mark Twain, el primer escritor en utilizarla para la entrega de sus originales con una Remington número 2. A partir de ese momento la máquina se relacionaba con al mundo de los escritores, escritoras, secretarias, aunque en casi todos los hogares, era de vital importancia. Quién se puede atrever a negar de aquellos hombres y mujeres tocados por un amor, acudir a un escritorio público, donde había quienes podían redactar una carta en sus máquinas de escribir. Se trataba, sin duda, de personas que poseían una capacidad de redacción y de pensamiento a bote pronto para llevar tu sentir a su pronta salvación.

Déjala que se pasee a su largo y ancho,  y que, entre cada desplazamiento, fulguren las palabras. Verlas saltar, salirse de su composición, dejarlas en el cesto de la basura, cada vez que el error persiga, las palabras deben fluir como en un río de suave armonía, una y otra vez, hasta llegar a estar en los límites de la legibilidad y, que, entre cada engrane, como buen trapecista, coloque su martilleo, para alcanzar a  poner puntos sobre las íes. Así, con esa tesitura, a las palabras entíntalas, hazlas que brinquen al son de su impacto, de ese su ruido inconfundible al impregnar con su toque la letra magistral, no es un toque musical, pero así debe sentirse, y ahí están, todas y cada una de ellas, con su anatomía en que cada una de las letras va agitándose, y encontrar su propia respiración, pero una vez que la máquina y  quien teclea, se les vea unidos con un lazo, se podría decir de amor, sólo de esa manera se podrá enfrentar como un duelo a muerte cada hoja, (que se inserta sobre el rodillo y sentir el riel desplazarse ) de virgen procedencia. Desplaza tus manos entre cada una de sus líneas, sobre el teclado y miras las letras, y después por ese acto de magia, se van estampando. Ahora mira a través de la hoja y las palabras deben  moverse, teclea y teclea una y otra vez, como si fueras en un mar de tinta, disfruta cada impacto preciso que emiten tus dedos, no dejes nada a la deriva, goza al máximo porque enfrente tienes el bello producto gráfico: la máquina de escribir. Al asentar las  falanges sobre cada una de las  teclas y escuchar ese sonido al impactar el tipo gráfico sobre la cinta —que posee la tinta— con la fuerza necesaria y ver sobre aquella hoja que se mece entre el rodillo ahí van las letras con sus diversos signos gráficos, tanto fónicos, como numerales  para el uso correcto de la redacción, un texto escrito en horizontal y con una composición que permite obtener una lectura constante y clara.

La máquina de escribir es la dueña de su ámbito y si no alcanzas su desplazamiento entre cada tecleo, lo más seguro que la presión entre tus dedos te llevarán al fracaso, porque están conectados, no sólo a tu corazón sino a tu pensamiento.

La máquina de escribir te permitía un margen de error mínimo, sin importar si dominabas la mecanografía, porque el tiempo de error era inversamente proporcional a su entrega.

Allá en las altas horas de la madrugada se alcanzaba a escuchar el golpeteo de cada tecla cuando incursiona y hace el martilleo que en su extremidad lleva con algarabía al tipo gráfico para estamparse de lleno en su material escriptorio y dar a luz, si lo permite la buena escritura, un texto con sabor a gloria.

La máquina de escribir es un mecanismo, cuyo funcionamiento, sus componentes mecánicos son perfectos, un mecanismo de relojero, por eso quienes se enfrentaban a ella, de manera profesional, no  podían tener fallas, porque la máquina te llevaba a tu precipicio, donde tus ideas están envueltas de líneas con signos gráficos ilegibles.

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Last modified: 8 mayo, 2025
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