Autoría de 11:17 am #Opinión, Carlos Campos – Pongamos que hablo de libros

“Amor al prójimo”, de Gabriela Enríquez: la confesión como catarsis y como trampa – Carlos Campos

Gabriela Enríquez debuta en la narrativa con Amor al prójimo, novela ganadora del Premio Mauricio Achar/Random House 2023, y lo hace desde una voz que escarba en el trauma con una honestidad que puede ser brutal o conmovedora, según quién lea. Es un relato que se cuela por la rendija de las relaciones familiares —heridas, confusas, ambiguas— y que instala a la protagonista, anónima y desgarrada, frente al cuerpo en coma de su hermana Teresa. Ahí, en esa habitación detenida por la enfermedad, lo que emerge no es la redención sino el desahogo; no una reconciliación, sino una memoria minada de reproches, de ternuras a medias, de dolor y rencor disfrazados de cuidado.

Narrada en segunda persona, la novela asume desde el inicio un tono confesional que busca tocar una fibra íntima en el lector. El recurso no es nuevo, pero aquí se utiliza con consistencia y como estrategia para tender un puente, o tal vez una trampa emocional. La narradora le habla a su hermana enferma —en coma, inerte, indefensa— y aprovecha ese silencio obligado para exhumar un pasado compartido que duele como herida abierta. Enríquez articula esta narrativa con precisión y con frases cortas, duras, que construyen un flujo de conciencia íntimo y absorbente.

El punto más alto del libro es, quizá, su capacidad para tematizar lo indecible: la traición afectiva entre hermanas, el abandono materno, la violencia emocional del padre ausente, la descomposición del núcleo familiar. Enríquez no ofrece redenciones fáciles ni lecciones de vida: hay una tensión constante entre el deseo de entender y la imposibilidad de perdonar. El amor al que alude el título —familiar, conyugal, fraternal— se despliega como un campo minado por donde los personajes caminan con torpeza o desesperación. «El amor como terreno abstracto, oscuro, de sacrificios y derrotas»: eso parece decirnos la novela a cada página.

Pero esa misma honestidad emocional, ese intento por narrar el dolor sin adornos, se convierte también en uno de los límites del texto. El drama, llevado al extremo, se torna melodrama. La voz narrativa, sin transición ni contraste, se regodea por momentos en la autocompasión y en un victimismo que impide la tensión narrativa. La historia no avanza, no se transforma, sólo se repite con distintas imágenes. La novela, en su afán de desnudarse, termina atrapada en el espejo de sí misma.

Hay escenas de enorme potencia, sí, como cuando se describe la vida en el orfanato, la desconexión emocional de la madre o la competencia por el afecto masculino. Pero no hay una trama en sentido estricto: más que una novela, Amor al prójimo es un monólogo largo, un lamento prolongado donde lo anecdótico se impone sobre lo estructural. Las evocaciones del pasado se suceden sin un hilo conductor claro, más como catálogo de heridas que como relato con ritmo. Un relato que jamás quiso ser novela.

Enríquez incorpora referentes culturales, como Tweedledum y Tweedledee, en un intento de establecer paralelismos simbólicos entre las hermanas, pero esos guiños quedan apenas esbozados, sin desarrollo. Se agradece la intención, pero no el descuido. De hecho, varias líneas temáticas se abren y se diluyen sin resolverse, como si la novela asumiera que el caos emocional basta por sí mismo para sostener la narración.

Y, sin embargo, hay una fuerza en esta voz. Gabriela Enríquez escribe con crudeza, sin pedir permiso, sin suavizar las aristas. Esa apuesta por la vulnerabilidad es valiente y, en ocasiones, poderosa. Hay momentos en los que la narradora se vuelve un eco reconocible para quienes han transitado relaciones familiares marcadas por la ambivalencia. Hay frases que cortan, imágenes que se clavan, preguntas que quedan flotando: «Eso de cuidar, servir y vivir para los otros disimula el pavor que tengo de hacerme cargo de mí misma».

Amor al prójimo es, pues, una idea de relato ejecutada de manera deficiente como novela. Tropieza en el tono, se repite en la forma, le falta estructura y carece de trama. Pero también es un testimonio potente de una voz que busca nombrar aquello que en muchas familias permanece silenciado. Gabriela Enríquez no pretende contar una historia cerrada ni ofrecer consuelo. Escribe desde la herida, desde el desorden emocional, desde la necesidad urgente de decir. Y a veces, eso es suficiente para que la literatura duela. Aunque no siempre sea suficiente para que sea literatura. La literatura como medio, no como un fin en sí.

La crítica podrá discutir si el libro se acerca más a la telenovela que a la novela, si el arrebato emocional supera al rigor estético. Pero lo cierto es que Amor al prójimo no se disfraza de lo que no es. Asume su intensidad, su fragilidad y su carácter testimonial. Y en tiempos donde muchas voces se autocensuran para sonar correctas o académicas, esa honestidad tiene un valor. Incompleto, pero verdadero.

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Last modified: 21 mayo, 2025
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