Nunca se sabrá de dónde puede provenir un aforismo, ese desprendimiento desgarrador que se manifiesta por medio de la escritura. De forma punzante, encerrando en un corto espacio de tiempo, se buscan las palabras más justas y demoledoras que el idioma te permite expresar y condensar. Podemos mirar a manos llenas la actitud humana ante los hechos que nos laceran o nos llenen de gran alegría.
De esa manera debe nacer un aforismo, que en pocas líneas desarrolle y conduzca hasta el límite del idioma el comportamiento cultural de una sociedad. De muchas formas lo han bautizado, haciendo que los lectores confundan un pensamiento o una frase célebre, con el aforismo o del desprendimiento, sin menoscabo de humor, de la Greguería. Ambas son creaciones únicas que deben poco a poco ir encontrando, en cada época, su propia forma expresiva sin alterar su esencia, esa gota que va permeando entre cada célula hasta alcanzar penetrar sin medianías en el pensamiento, sin perder su vocación de brevedad y de una historia que se vea envuelta sin aristas y sin dudas. Si se tambalea, no es un aforismo, como también si deja en sus palabras la puerta abierta a la especulación.
Pero, ese pero que deambula entre las sombras de una “cultura del amago, lo peor es que muchos de ellos, de los aforismos, que poseen esencia , fragmento y creando una pieza única que pueda navegar sola entre tanto bombardeo de los acosadores culturales y que no progresan por su arrogancia y un poco de olor petulante que se abrogan y se sientan en la silla del “juez”, del crítico, del conocedor a ultranza, y sólo navegan en sus aguas lo que ellos consideran, lo que les ajusta y lo hace ver más interesantes a sus escritos.
Siguiendo con la visión clara y certera de Miguel de Cervantes Saavedra, de que el aforismo debe rescatarse de las tabernas o de lugares que el pueblo, el aquella época, podría encontrarse en los mercados, cafeterías en sitios donde los obreros y obreras al sentir aplomo la carga de la vida cotidiana necesitan descargar las injusticias por la que se vive, tienden sin que lo noten a circunscribir sus malestares y sus pocas alegrías, en expresarse de forma contundente y sin ambages.
En una edición curiosa —joya bibliográfica, para quienes andan detrás de los libros de aforismos— se publica Para la mujer en 1881, cuya selección y arreglos estuvo bajo la mano de Joaquín Nin y Tudó, abuelo de Anais Nin. Joaquín (1843-1919) fue un militar, pedagogo y escritor catalán. La segunda parte resulta de suma importancia, ya que se vierten una serie de aforismos provenientes de la mano de algunas mujeres que desprenden con creatividad e ironía, textos dignos de difusión. El libro impreso por la Editorial J. Miret está dividido en dos partes: la primera se comparten una buena cantidad de aforismos (quizá muchos serán frases célebres o pensamiento) sin identificar su autoría. La segunda es interesante ya que fueron escritos exprofeso para la edición.
Parece mentira que la vanidad, esa tontería tan peligrosa en la mujer, sostenga el lujo de tantos bazares. Angela
La vida de la mujer es una cuesta rodeada de abismos; el medio mejor para llegar á la cima sin caer, es subirla con la vista fija al cielo. Dolores Monserdá.
¿Cuándo es mayor el olvido, cuando existe en la ausencia o cuando existe en la unión? Leonor Suñé.
Suspira la mujer por hallar en el hombre el amor que en su fantasía se forma. Raras veces encuentra su ideal. Emilia P.
El amor es el sol del alma.
¡Ay de las almas que se mueren de frío! Amalia Domingo.
El deseo de agradar, innato en la mujer, suele comprometerla muchas veces. Anita Llaó.
En las hojas de guarda del libro, están escritos con tinta azul y con una extraordinaria caligrafía, varios aforismos que envuelven al libro en una unidad de entendimiento.
Sólo se podrá entender a los aforismo de cada época si se tiene enraizado a la escritura, como primer trazo y de mirar a la vida tal como es, no con celofán.
