Autoría de 4:36 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Un premio proveniente del poder es una recompensa: Butracoppa – Víctor Roura

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El sociólogo Emilio Michel Butracoppa, autor del libro Los premios o la dádiva perseguida (editado hace tres décadas, en 1995, por la Casa de Aragón en España), estuvo de paso por México —por las fechas en que su libro había salido a la calle— luego de ofrecer una serie de charlas para instituciones privadas de Guadalajara y Monterrey. Antes de retornar a su Barcelona, tuve la oportunidad de conversar con él en medio de las notas musicales del un disco de Peter Gabriel. Butracoppa (1933-2016), para comenzar, tomaba a chunga los galardones:

      —Son una recompensa como antaño se daba dinero por la cabeza de algún pistolero —dijo riéndose.

      —Una recompensa no es lo mismo que un premio.

      —Tiene acaso diferentes connotaciones, pero su finalidad es similar. Todos hemos visto por la televisión las series de los cowboys. El sheriff ponía precio por una cabeza de un ladronzuelo. La gente, viendo la enorme cantidad monetaria ofrecida y ante su precariedad económica, salía en busca del pillo. Perseguía el dinero, en realidad. Porque el mozalbete al que perseguía le importaba un bledo. No sabía, las más de las veces, qué había hecho el ladrón. Ni le importaba. El dinero era lo que le llamaba la atención. Algunas veces un ranchero lograba cazar al pillo, y recibía su cuantioso premio. Sus conciudadanos lo admiraban, entonces.

      —Podría suponerse que el ranchero arriesgaba su vida por atrapar al ladrón.

      —Pero también podría nosuponerse. Muchos de los ladrones del siglo pasado [estamos hablando del siglo XIX, si consideramos que esta plática se efectuó a mediados de los pasados años noventa] fueron aprehendidos por una suerte de traición de sus amistades. Una excesiva confianza los aniquilaba. De tal modo que quienes cobraban las recompensas eran indignos de la amistad; sin embargo, paradójicamente, para el pueblo pasaban por héroes. Eran héroes porque delataban a sus amigos. Cobraban los dólares y arreglaban sus casas mientras conquistaban a la hija del banquero.

      —Eran recompensados por una bajeza de la infidelidad.

      —No. Eran premiados porque participaban directamente con las autoridades de su región.

      —En su libro Los premios…, usted plantea que los premiados son una necesidad para quienes organizan el sistema social.

      —Me parece una obvia observación. No veo ninguna agudeza en mi teoría.

      —¿Podría ampliarla, por favor?

      —Un premio es una recompensa, a menos que provenga de una asociación que no fuera la dominante en la esfera ciudadana. Una organización política no va a conceder un premio a una persona a la que considera extraña a su núcleo. Así de sencillo. Por eso los premios que otorga el gobierno de México, por ejemplo, tienen que recaer forzosamente en personas que son simpatizantes suyas. Tenemos el caso singular de estos últimos premios que acaba de conceder, y que para suerte mía los he vivido de cerca. No me ha tocado esforzarme mucho para comprender por qué se los da a quienes se los da.

      (Emilio Michel Butracoppa se refería, sin decirlo, ¡a ciertos premiados arduamente críticos del zedillismo compensados económicamente en ese momento por el gobierno zedillista!)

      —Ruborizan un poco, la verdad, algunos casos.

      —No debiera ruborizar. Son premios lógicos. México se ha caracterizado por premiar a los periodistas, o a los críticos, que esperan con paciencia su turno o son recompensados de inmediato por haber participado estrechamente en algo que atañe de modo directo al gobierno. No hay de otra. Su país no es un país que reconozca a sus periodistas o a sus críticos (porque hay críticos que no son periodistas), sino los recompensa por alguna labor previa digna de encomio. De muchos modos con esa actitud supuestamente generosa los controla.

      —Los premiados son, dice usted…

      —No digo premiados, sino recompensados.

      —De acuerdo. Los recompensados son una necesidad en la organización social.

      —Ya me preguntó lo mismo.

      —Pero no me lo ha respondido a cabalidad.

      —El gobierno, sobre todo los latinoamericanos, se rodea de un grupo de personas, digamos consejeros, a nivel cultural. Que significa muchas cosas, pero centrémonos en los ejercicios del pensamiento. Cuando el gobierno proporciona una mínima parte de su presupuesto en recompensar a la gente activa en el ejercicio del pensamiento, consulta con sus asesores. Ahí está el caso del encargado de la sección cultural de El Nacional, que obtiene el premio de periodismo cultural justamente cuando no trabajó en activo la prensa cultural durante ese año porque laboraba en el Canal 22, al que renunció hace poco luego de un desacuerdo interno con la dirección. Es decir, un señor se dedica de manera invisible a trabajar en televisión (porque nadie lo ve ni sabe de él pues su trabajo no es funcional) y poco después obtiene el premio de periodismo cultural [Butracoppa habla de Fernando Solana Olivares, distinguido en 1993 con el Premio de Periodismo Cultural] precisamente cuando no hizo nada de periodismo cultural el año en que se lo otorgan.

      “Así se las gastan estos jueces de las recompensas, en efecto. A pesar de no ser yo mexicano, sé muy bien que el periodista cultural recompensado es amigo cercano de Héctor Aguilar Camín [presidente entonces del jurado de esos premios], consejero del gobierno en los ejercicios del pensamiento. Es una recompensa a todas luces de estimulación y de respaldo editorial. Al irse este señor [Fernando Solana] de Canal 22 sin asumir ninguna responsabilidad por lo que cobró durante ese tiempo, pareciera estar en un caso de aparente fraude ya que se trata de una empresa estatal erigida con los erarios del pueblo. Pero este aparente fraude se borra de tajo con la recompensa del premio de periodismo cultural. Una cosa suple a la otra. Borrón y cuenta nueva. Estas cosas suelen suceder en su país”.

Fernando Solana

2

—Un premio hace olvidar otras actividades.

      —Por eso son recompensados. Un funcionario pide permiso en sus labores para hacer olvidar acciones ilícitas. –Después lo vemos reaparecer asumiendo otro puesto. Es, como se dijo, una rueda de la fortuna que bien puedes estar hoy abajo pero mañana sorprender a todos estando en la cima. La política, como la cultura mexicana, es una feria. Es una rueda de la fortuna. Y estando en un vagón hoy en el circuito de la Casa de los Espejos bien podrías estar mañana sentado en el ratón loco. La feria mexicana, como dijo Juan José Arreola, es pintoresca.

      —Se está desviando, sociólogo.

      —No. Todo es parte de lo mismo. No creo, como Freud creía, que todos los sueños sean un fragmento de nuestra realidad. No lo creo. Porque Freud buscaba cualquier resquicio para acomodar algún prejuicio o alguna incomodidad de nuestra vida íntima para catalogarla dentro del inconsciente. Es decir, si un amigo me acariciaba la pierna, con perdón de la suposición, quería decir, siguiendo los argumentos de Freud, que un día malhadado de mi infancia un tío rozó mi pantorrilla y a partir de ahí siento deseos intensos de conocer la labia de mi amado tío. No. No lo acepto. Va más allá de cualquier tegumento, que no argumento. Un recompensado busca el tegumento, no el argumento de su situación. ¿Capta?

      —Sinceramente, no.

      —El recompensado busca no congraciarse con la superficie, sino con la capa sólida de quienes lo protegen. Busca el tegumento, no el argumento. El argumento es una razón fundada de acuerdo a un abogado. El tegumento es otra cosa. Ahí no intervienen abogados, que siempre mienten, sino la razón ética. Pura ética. Los recompensados buscan los argumentos para recompensarse. Siempre hay un argumento para darse la razón. Siempre.

      —Argumento y tegumento. Entramos a otros canales de la comprensión.

      —No. Los mismos.

      —No se comprende a priori.

      —Porque siempre, y esta palabra hay que subrayarla…

      —Ya lo estoy haciendo…

      —Hay que subrayarla. Siempre. Siempre la gente cree lo que le dice la persona a quien cree que le tiene confianza. Alguien tiene un amigo. Ese alguien es una mujer. Esa mujer tiene a unos amigos que son supuestamente de su confianza. Es más, delante de ellos se baña y se desnuda y se pone la piyama. Ella cree que sus amigos son de su confianza. Pero son realmente sus argumentos. Ella está dependiendo de los argumentos amistosos de quienes obviamente se dicen sus amigos. No hace caso del tegumento, o sea de la fibra íntima. Ellos, los amigos, la contemplan desnuda y se solazan visualmente, pero en cualquier momento pueden no estar con ella. Porque sus argumentos no son los de ella, y ella creyó mucho tiempo que efectivamente sus argumentos eran los de sus amigos. El tegumento, entonces, se despega. Pero los recompensados son felices de observar el despegue del tegumento. Porque sus argumentos nada tienen que ver con cuestiones de principio. Los recompensados dicen hoy que sí pero mañana se arrepienten, dicen hoy que tal vez pero mañana se niegan, dicen salud pero brindan con horchata.

      —Se acomodan, pues.

      —¡Son recompensados, me cago en la…!

      —Premiad…

      —Recompensados. Esa es la palabra. Porque los que se inscriben para recibir un premio lo que buscan es precisamente una recompensa. Yo jamás me inscribiría en una terna para ver cómo me va en mi talento. Yo lo tengo, y punto, mi talento, no necesito inscribirlo a ninguna sucursal bancaria. Los premios de México, y llevo esto en un documento público, son recompensas a la gente que participa estrechamente, voluntariamente o involuntariamente, en el sistema organizado políticamente.

      —No entiendo la relación de la confianza amistosa con una entrega de premios.

      —Si no hay amistad, no hay recompensa. Así de sencillo.

      —Lo convierte en una simple fórmula.

       —Los argumentos, que no tegumentos, para otorgar una recompensa son formularios de amistad. Las recompensas otorgadas por una entidad gubernamental forzosamente son de estrecha complicidad. Incluso, en Latinoamérica los premios literarios la mayoría de las veces son entregados a personas cercanas a los jueces. Pocas asociaciones deciden democráticamente sus resultados.Y en España lo podemos apreciar con los premios de la Editorial Planeta, por ejemplo, que recompensa a determinados autores. Además, y esto hay que tomarlo en cuenta para conclusión del tema, los premios oficialistas no conducen al otorgamiento de un prestigio sino conllevan, sólo, a un acto solidario financiero. Los premiados esperan su turno (como sucede con la Editorial Planeta), y esperan con él una buena tajada monetaria. Los premios de parte del poder son únicamente un estímulo económico, no son un reconocimiento a las labores del ejercicio del pensamiento.

      —Habla usted de un descrédito.

      —Por supuesto. Pero eso no importa cuando cae el dinero del cielo.

      —¿Entonces?

       —Hay que perseguir la dádiva con suma paciencia. Un día nos tocará y la guardaremos en la chequera con beneplácito.

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Last modified: 9 junio, 2025
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