Autoría de 12:20 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto

Las chinas viven poco tiempo – Patricia Eugenia

Al pájaro Dziú, donde sea que vuele. 

¡Me ahogo! Las convulsiones de la chica me presionan. ¿Qué hago aquí? ¿Cómo pude? Estoy… inmovilizada. ¡Y la sangre! La sangre ya paró de brotar. ¡Auxilio! ¿Es que nadie escucha?, la noche estará por terminar, tengo cada vez más frío… ¿quién llora? ¡Shh! Es… tras la pared de la cocina. Conozco la voz: es el joven que me eligió entre las demás tijeras y pagó por mí sin regatear. Dice… no escucho, pero el otro le responde: “No te preocupes, tengo amigos influyentes, te vas a salvar”. Él responde lento, con una inflexión rugosa: ¡No tengo salvación! La maté, ¿oyes? Acabo de matarla. Sálvala a ella si eres tan… Yo ya estoy muerto.

No entiendo más la conversación. Su chica, antes titiritera alegre, yace mirando al techo, incrédula, sin reír. Yo estoy clavada entre sus costillas… ¿es que nunca terminará de amanecer? Y, ¿cuándo me saquen de aquí? Estaré sucia para siempre y seré vista como cualquier cosa, menos como tijera honrada, y andaré entre policías, forenses y jueces… y eso no podrá llamarse vida. ¿Quién querrá cortar el pelo conmigo, como instrumento de peluquero que soy, o entresacar mechones para darle gracia a una cabellera rizada? “Es el arma homicida”, murmurarán, y yo sentiré el polvillo de la sangre seca entre mis hojas: el sonido como de lija que produciré me delatará, como a cualquier borrachín, su aliento.

He sido feliz, he tenido experiencias usualmente vedadas a las tijeras. Influyó mi figura, claro, y podría asegurar que ella y la gracia de mi porte me llevaron a trabajar en el teatro.

Hice de pico de ave, también hice de gaviota: todo era abrir y cerrar mis dos hojas de acero hacia arriba y dejarme conducir por hilillos invisibles a través del escenario sintiendo como las aves, pensando como ellas. Entonces no sólo actuaba ¡era un ave! ¡Ah!, esos tiempos… ¿Cómo describirlos? Eran mágicos.

Antes, en la época rumorosa del escaparate, aún estaba el futuro probable enfrente. Esperábamos ser compradas pronto, pues a pesar de que del otro lado del mar nos habían ya calibrado, pesado, pulido y verificado el filo, estábamos recién desempacadas de nuestras cajitas y todavía no nos habíamos probado en la vida real.

Yo solía defender a la frágil tijerita de cutícula que brillaba junto con todas nosotras en la vitrina principal: ella soñaba en ser comprada junto con el tijerón cortador de pollos, pues sentía una atracción irresistible por los chacalones, rudotes y malencarados. Era ¡tan inexperta! Creía que vendría a comprarlos un pollero que, además, tomara clases de manicura en busca de un trabajo menos desvelado y frío. Se cansó de esperar y un día huyó con el esquilador, que tampoco era mal tipo. La defendí de las maledicencias, creo, porque en el fondo las dos confiábamos en que un futuro distinto sería posible. “Locas” nos llamaban. Debieron quedarse con un palmo de narices cuando me fui de actriz.

En el mostrador, conocí una variedad enorme de compañeras: cortachapas, de podar, de costura, de enfermería, para cirugía –finas y peligrosas–. Estaban, además, las dentadas, cuyo aspecto fiero las tenía convencidísimas de que imponían respeto, ¡las pobres! Confundían el respeto con el miedo que nos inspiraron al principio, pero no notaron que, pasado poco tiempo, ya no nos infundían ni una cosa ni otra, pues las ideas les salían en zig-zag y se expresaban con tal confusión que parecían secretarios de Educación o del Trabajo; y pese a las muestras en contra, juraban que todos las queríamos.

Cerca mío estaba una tijera de punta roma con intenciones suicidas. Frustradísima de no poderse dañar sola, provocaba y ofendía a las demás. ¿Quién sabe? A lo mejor buscaba que alguna otra le saltara los ojos, uno a cada lado; y para colmo de males, nadie la compraba. 

Recuerdo en especial el día en que cambió mi vida. Una pareja de jóvenes titiriteros alegres se acercó a mí. En cuanto me vieron, dijeron: “¡Esa!”.

A mí me gustaron ellos luego luego; me manipularon, me agregaron un mecanismo, me probaron el ropaje de plumas del que sobresalían mis dos hojas, a modo de pico, y una mañana hasta me fabricaron un tutú y giré convertida en prima ballerina en un teatrino. ¡Cómo aplaudieron los chiquillos mi representación de Colombina! ¡Ah!

Hoy soy una asesina y maté por amor, según sollozó mi infeliz comprador antes de irse, y… ¡Zzzt rk! Pero… ¡qué? ¡Ay!, ¡Ah!

—El arma homicida, Pérez, retírela del cuerpo con cuidado y póngala en… —Usaré dos bolsas, jefe. El tornillo se partió, mmh… claro: ¡Made in China!

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Last modified: 13 junio, 2025
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