Autoría de 5:20 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Independencia tras el admirable estoicismo dependiente – Víctor Roura

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Desde el cardenismo, hace poco menos de un siglo, los medios, para su manutención (o para su satisfactoria consternación), han dependido del poder oficial para completar, y muchas veces maniobrar, sus operaciones financieras. No han sabido de otras artimañas para ejercer su oficio, de modo que, aun sabiendo sobre la honda contrariedad del término, no hubo medio que no se denominara independiente justamente para tratar de distanciarse de su, ¡vaya contradictorias evidencias de la vida!, cercana supeditación o acomodada vinculación con el gobierno. O para disuadirla, o distorsionarla, o decantarla, o disimularla, o dragarla.

      Y es que los medios no han sabido, porque no han querido, disociarse de su mina de oro. Con excepción de la revista Alarma, cuyas ventas superaban los dos millones de copias, ninguna otra publicación ha conseguido tal proeza, de ahí la extinción de aquel periodismo amarillista… ¡a manos del propio gobierno, que no permitió, ofendido, tal independencia informativa aunque rayara en la ignominia roja!

      Acostumbrados a la independencia dependiente, los periodistas en México no han tenido, o no han podido construir, otro camino que los condujera a la prosperidad de sus propias finanzas, al grado de que el emporio Televisa esperaba la aprobación del Señor Presidente del hombre que conduciría su noticiario nocturno, el de mayor audiencia, para su fina relajación y su combativo discurso sobre la libertad expresiva, por eso un locutor como Jacobo Zabludovsky recibía dinero de todos lados, incluida la Federal de Seguridad del país, de la que era uno de sus principales fiscalizadores: todos los periodistas han tenido conocimiento de esta vital, y virtuosa, alianza, incluidos los escritores y los ocupantes de la cúpula cultural, que actuaban como si en verdad fueran independientes siempre dependiendo, en corto, de los beneficios del Ogro Filantrópico.

      Octavio Paz se decía independiente, Carlos Fuentes se decía independiente. Ricardo Garibay, Fernando Benítez, Carlos Monsiváis, Huberto Batis se decían independientes acumulando fortunas impostando su independencia, de la cual se ufanaban en todo momento.

      ¿No el propio López Obrador dijo, por fin, acabar con estas tretas de la independencia aplicando, en una promesa jamás cumplida, la distribución equitativa de la propaganda oficial en los medios verídicamente informativos?

      Su magnífica propuesta nunca pudo prosperar ejerciendo, por lo tanto, el mismo síndrome beneficiando a la gente de su preferencia: la misma actitud, con otros nombres bajo su protección.

      Miguel Ángel Pineda, el jefe de Comunicación Social del Conaculta durante por lo menos el sexenio peñanietista, me dijo en los primeros días del obradorismo, en los pasillos de un encuentro de periodistas musicales en Guadalajara, una frase que no pude contestar en ese momento mirando, mejor, hacia otros sitios que no apuntaban a ninguno, para intentar de oscurecerme allí mismo:

      —Nosotros por lo menos te dábamos algo —se refería Pineda a uno o dos anuncios en cada número para solventar mi periodismo cultural en La Digna Metáfora—, López Obrador no te da ni mierda.

      En efecto, en aquel momento suspendía yo mi proyecto porque en la Secretaría de Cultura morenista acababan de decir que no me darían nada porque, para comenzar, no sabían, así dijeron, quién diablos era Víctor Roura.

      Y durante todo el sexenio obradorista ignoraron mi presencia matando, por supuesto, mi proyecto periodístico. Porque la independencia periodística en México se demuestra no quedando mal con Dios ni con el Diablo, aparentar ambigüedad (es decir, ser crítico pero no tanto, ser riguroso pero maleable, estricto mas condescendiente; en una palabra, ser buen político), estar siempre presente en todo aunque no se haga o diga nada.

2

Cuando los trabajadores del diario unomásuno quisieron levantarse en huelga, su director Manuel Becerra Acosta, furioso, lo único que dijo, en la calle, cuando vio su periódico cerrado fue que todos los paristas eran, así lo dio, unos “pendejos” si no sabían que el gobierno era el que les daba de comer:

      —¡Y quieren hacerse a los independientes, cabrones! —exclamó, hastiado, de lo que veía retirándose de inmediato del lugar.

      El subdirector de ese mismo diario Carlos Payán Velver, quien se apropiara de La Jornada (nombre sugerido por Luis Ángeles) con el paso de los años, en el unomásuno (nombre sugerido por Eduardo Deschamps) me mandó llamar, encolerizado, para que, según él, no armara “campañas” contra el Instituto Nacional de Bellas Artes, que nada de lo que yo escribiera, apenas un joven de menos de 25 años de edad, se publicaría:

      —¿Qué te has creído, muchacho pendejo?, ¿no sabes quién es la autoridad aquí? Además, el INBA paga anuncios para que no lo toquemos. ¡De eso vives, cabrón!

      Era la independencia periodística, la misma que enarbolara La Jornada al  mimar, Payán Velver o la directiva de ese medio, a Salinas de Gortari, a Zedillo, a Fox, a Calderón, a Peña Nieto, a López Obrador, porque no hay medio en México que sobreviva sin la protección económica del Estado. Por eso la sonorense Reyna Haydeé Ramírez volvió a exhibir su desmedida desinformación, en el encuentro de periodismo supuestamente independiente llevado a cabo en Palacio Nacional, al denostar al medio Contralínea al considerarlo recipiendario de millones de pesos durante el obradorismo… ¡sin acotar que también durante el panismo y el priismo esta publicación había recibido millones de pesos siendo el único medio que apuntara, durante el priismo, que Salinas abonaba muchísimo dinero a la cuenta personal de Aguilar Camín… ¡portando propaganda oficial del PRI —la revista Contralínea— en sus páginas porque, ni modo, así se maneja la prensa independiente en México! Si el PRI no descatalogó a Contralínea de su distribución propagandística oficial era porque su independencia —y así se la califica en la órbita informativa— era de admirarse, tal como lo hace, en este momento, La Jornada o El Chamuco, medios preferenciales de este sexenio protegidos, o valorados, por López Obrador por encima de otros medios, recibiendo, por ejemplo, el periódico de Carmen Lira Saade alrededor de mil millones de pesos en un solo sexenio, que no se compara, por supuesto, con los más de 10,000 millones que recibió Televisa en el peñanietismo, pero sin duda es un dinero laboriosamente encantador para la empresa que fabrica La Jornada, que aún se dice en crisis a pesar de ese sustancioso aporte obradorista, de modo que, remitidos a las evidencias “independientes” periodísticas en México, la reportera sonorense Reyna Haydeé Ramírez volvió a ilustrarnos con su ilustrada desilustración, válganse las desilustradas reiteraciones.

      Porque la independencia periodística en México se demuestra en la templanza digna, no en el visible laconismo del indulgente halago: Monsiváis o Paz actuaban como críticos, mas nunca se ostentaban de ello; su rigor, aunque impostado, pasaba por verídico en la capa social que ha sabido muy bien jugar a la independencia con su admirable estoicismo dependiente.

3

Los políticos saben muy bien cómo manejar su independencia, al grado de moverse de un lado y de otro de manera diestra, no en vano un, digamos, Manuel Bartlett, de tirador del sistema salinista, ha pasado a ser un electricista eficaz obradorista; también Gertz Manero es un político independiente, y Arturo Alcalde un abogado de filosa independencia; y Porfirio Muñoz Ledo fue un político independiente asociándose a cuanto partido político pudo interesadamente, y no habría que olvidar a Rafael Tovar y de Teresa que fungió alguna vez como panista para no despegarse de la nómina oficial; y si a esas vamos, María Amparo Casar es una arrojada crítica independiente dependiente del dinero que le otorga el Canal Once, medio del Estado mexicano, y Carlos Marín siempre se ha considerado independiente en busca del dinero oficial, y varias personalidades, al principio contraobradoristas, han preferido aislarse en el silencio luego de ser compensadas financieramente, ya con un homenaje, ya con un premio, ya con un reconocimiento económico, por este gobierno reconociéndoles, ¡ay!, su recia independencia.

      ¿No el mismísimo López Obrador perteneció al Partido Revolucionario Institucional abandonándolo luego por no convenir ya a sus intereses independientes?

      Cuando Carlos Payán entrevistó en la televisión pública, para adularlo, a Salinas de Gortari no perdió, dicen, su independencia periodística, ni la perdió, tampoco, Julio Scherer García en Televisa cuando entrevistó al Subcomandante Marcos, porque de independientes están revestidos todos aquellos que saben simpatizar ambiguamente con el poder político: ser independiente en México es no perder, nunca, esa impostación aparentemente verídica.

      Cuando Fernando Benítez recibió 100,000 pesos de manos del presidente Adolfo López Mateos para que se hiciera, donde quisiera, otro suplemento cultural tras ser despedido del periódico Novedades, la clase intelectual jamás dejó de hablar de la terca independencia de Benítez. Porque hacer periodismo en este país es imposible sin la disposición gubernamental, porque sencillamente no hay otro camino, no hay ninguna otra opción, ya que los medios, por lo menos en México —después de la Independencia de 1810, después de la Revolución de 1910—, son una invención, o una imposición, o un sustrato, del Estado, y tan lo sabe el obradorismo que no dejó de  otorgarle dinero a sus medios favoritos, alimentando incluso a nuevos yutuberos que alimentaban (o alimentan), a su vez, la política gubernamental, de ahí el encono, la ira, de numerosos periodistas que antes se nutrían económicamente de la propaganda oficial: la fatalista —acaso abatida— independencia de unos es ahora la independencia bonancible de otros.

      Las vueltas inmarcesibles de la vida mediática no tienen, jamás, un final predeciblemente impoluto.

Los moneros de La Jornada, El Chamuco, Canal Once, Canal 22… con AMLO

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Last modified: 11 septiembre, 2024
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