Ahora querido lector no voy a hablar de lo peregrino en su acepción de bello o raro sino en su significado de fugaz, errante o marchante. Y es el caso de varias estatuas queretanas que han deambulado de aquí para allá sin encontrar reposo para ellas ni para el recuerdo del presunto homenajeado. Ya en esta columna he presentado a las estatuas de sal, es decir, a aquellos aberrantes monumentos cuyos autores han de haber estado incróspidos a la hora de esculpirlos, como la de El Marqués de Cadereyta a quien el sombrero le quedó chico y más bien parece Lupe Martínez Martínez; o la de Mariano Escobedo en Arroyo Seco que se figura a un burro orejón y no al héroe de Galeana. También son dignos de estar en estatuas de sal las muy irreales o feas del escultor William Nezme, que hizo en tiempos de mi amigo Roberto Loyola Vera las relativas a Damián Carmona y al Conchero de San Francisquito. En ambas parecen modelos alemanes los que posaron, porque Damián estaba flaco y escurridizo, chaparrito y prieto, enfermo de diarrea y turulaco, y está representado en su plaza en La Cruz como si fuera germano; y en el caso del conchero brujo, el escultor le atribuyó un cuerpo de vikingo.
La estatua de Francisco Cervantes afuera de Capuchinas le quedó bien, al igual que la de Salvador Alcocer en el jardín San Sebastián, pero la del profesor Eduardo Loarca Castillo en la banqueta del Conservatorio de Música, en la calle Vergara, le salió del nabo, no se parece en nada al estimado cronista. Dicen las sobrinas del profe Loarca que lo único que quedó bien es el saco de tres botones, pero yo añado que más bien parece una ciruela con patitas.
Un bodrio que deberíamos quitar es el de la escultura modernista afuera del templo de San Agustín que colocó entre 2000 y 2003 nuestro Rolando García Ortiz.
La más peregrina de las estructuras queretanas es la columna que ahora se ve frente a la Alameda Hidalgo sosteniendo a Cristóbal Colón, en las afueras del horroroso edificio llamado Centro Cultural “Gómez Morín”.
Esa columna de tamaño mayúsculo fue puesta en 1812 en la Plaza de Armas con motivo de la entrada en vigencia de la bendita Constitución de Cádiz, misma que estaba colocada en la cima, durando así hasta 1843 en que se sustituyó la constitución gaditana por una muy buena escultura del Marqués de la Villa del Villar.
Como dicha escultura marquesina fue derribada por un cañonazo durante el Sitio de Querétaro de 1867, la columna lució vacía durante buen tiempo, hasta que fue llevada por órdenes del gobernador Francisco González de Cosío al costado poniente de la Alameda en 1894, ya con la estatua de Cristóbal Colón, en lo que hoy es Corregidora Sur. Su actual ubicación data de 1904.
Otra escultura peregrina es la dedicada al letrado Ezequiel Montes Ledesma, misma que fue colocada a mediados de los años ochenta en las afueras de la Casona Samaniego que albergaba a los juzgados civiles en la esquina de Pasteur y 5 de Mayo, para colocarse finalmente en la Plaza Ignacio Mariano de Las Casas en 1989, frente a su contemporáneo José María Arteaga Magallanes, porque en dicha plaza confluyen las importantes arterias viales que llevan el nombre de los dos próceres: Ezequiel Montes y Arteaga. Estas obras son de la autoría del gran escultor Abraham González, cuando la estrella del gran padre del Conchero, Juan Velasco Perdomo, apenas nacía.
La estatua que habrá que sacar del ostracismo bodeguil es la dedicada al abogado Fernando Díaz Ramírez, misma que le encargó el munícipe Roberto Loyola Vera al ya citado William Nezme, la que se pensó ubicar en el andadero de 5 de Mayo frente al hoy Museo de los Conspiradores, en lo que fue la casa del jurista, pero el INAH no dio la autorización.
Después se pensó ponerla en el edificio histórico universitario, concretamente en el patio de San Francisco Xavier, donde se fundó la entonces Universidad de Querétaro, pero por angas o por mangas nunca aterrizó la idea y la pobre escultura contempla el pulular de la burocracia municipal en una oficina ubicada en la privada General Ramón Corona, esperando mejor destino, acaso la explanada de Rectoría en el Campus Cerro de las Campanas o en el Panteón y Recinto de Honor de las personas Ilustres de Querétaro.
Ha sufrido tanto esta estatua que el día de noviembre que fui a visitarla acompañado de Lalo Rabell Urbiola, el vigilante que no nos dejó pasar argumentó que “allí no había ninguna estatua de Fernando Díaz Ramírez sino que era del general Corona”. Jijiji, así de irreconocible ha de estar la cara de la escultura o es supina la ignorancia del genízaro. Les vendo un puerco ígnaro y peregrino.