REPORTAJE: BRAULIO CABRERA/LALUPA.MX
Durante la pandemia, los ancianos han sido el grupo social más vulnerable. De acuerdo con la Secretaría de Salud federal, en el sector de 60 a 69 años es donde se han registrado más muertes. Hasta finales de agosto, las personas mayores de 60 años que habían perdido la vida llegaban a 35 mil y quienes habían enfermado eran alrededor de cien mil.
A esto se suma el aislamiento forzado en las residencias para adultos mayores o en los hogares, donde a veces viven solos. Cero contacto con el exterior. En Querétaro, las instituciones que les dan asilo o las empresas que les ofrecen trabajo experimentan las “nuevas dificultades” desde mediados de marzo. Reunir fondos es más complicado y, por ley, los trabajadores mayores a 60 años deben estar en casa, por lo que a todos los empacadores de víveres que laboraban en centros comerciales se les notificó que no podrían trabajar hasta «nuevo aviso».
Preocupación, estrés, cambio, son palabras que usan para describir los últimos meses. Ahora, experimentan un clima laboral aún más inestable y deben extremar precauciones, incluso alrededor de su gente.
“Yo solía salir antes de la cuarentena. Si terminara ahora, me gustaría ir a caminar, a desayunar algo en el parque, o visitar a amigos. Aquí nos llevamos muy bien, hay buen ambiente, pero el encierro es difícil e incómodo”, cuenta Tomás Maciel, residente del Asilo Divina Providencia.
En ese lugar viven 51 personas (entre el personal y los residentes) que han estado aisladas desde el comienzo de la cuarentena, en marzo. La directora, hermana María Socorro Mora, comenta que sólo con tiempo y explicaciones detalladas han podido trabajar el tema del encierro y la pandemia con la comunidad. Sólo así han cambiado las preguntas que se hacían al principio. Ya entienden el porqué no los visitan, pero aún así extrañan a sus seres queridos.
“Al principio había quienes preguntaban por qué no los visitaban sus familiares, que si era porque habían hecho algo malo. Nosotras les explicábamos y claro que fueron entendiendo, pero, por supuesto, que los extrañan”, explica.
Otra situación que han tenido que resolver es que no todas las religiosas son enfermeras, por lo que si bien las terapias y los asuntos de salud no quedan sin atender, hoy el esfuerzo es doble o triple.
“La medida oficial de aislamiento para los asilos ayuda a evitar posibles contagios y muertes. Por suerte el DIF local y la Secretaria de Salud estatal están en contacto y nos mandan consultas a domicilio, porque luego no nos damos abasto y son cosas necesarias”, subraya María Socorro.
Otra problemática es que el impacto económico de las políticas de distanciamiento y aislamiento social han reducido las donaciones que recibían normalmente, incluyendo efectivo y en especie.
“Las personas nos siguen ayudando, trayendo cosas de limpieza o comida. Gente que nos conoce, que sabe que aquí seguimos. Hemos sentido el apoyo. Sin embargo, no es suficiente y a veces hace falta para pagar los servicios; eso ha sido más difícil de conseguir en estos días”, agrega.
VISITAS CON «SANA DISTANCIA»
Una situación similar es la del Asilo San Francisco de Asís, una casa para más de 40 personas. Sus instalaciones cuentan con todo lo necesario para atender a sus residentes, incluso, una sala de terapia física y una capilla.
Como parte de una orden religiosa, un porcentaje grande de su presupuesto viene de las donaciones y del bazar de artículos de segunda mano que mantienen. Ambos ingresos han disminuido drásticamente en los últimos meses. Esta es una de las preocupaciones de la hermana María Guadalupe Camarillo, responsable del lugar, pero no es la más importante.
“Las familias ya no pueden venir de visita como acostumbraban, incluso hubo quien prefirió llevárselos (a los adultos mayores) de vuelta a sus casas. Con la pandemia, lo único que podemos hacer para que (ancianos y familiares) tengan contacto es abrir la puerta, y que se vean a través del patio, sin acercarse”, cuenta María Guadalupe.
Las medidas de contingencia sanitaria que evitan que los familiares puedan visitar a sus adultos mayores, también imposibilitan que los voluntarios asistan al asilo para hacer actividades con los adultos. Por lo tanto, el aislamiento ha sido mucho más pesado.
“Antes venían estudiantes y grupos a platicar con ellos, a alegrarlos con juegos de mesa o a leerles. Ahora que no puede entrar nadie a hacer actividades hemos tenido que buscar formas de entretenerlos, pero añoran salir”, agrega Camarillo.
“Extrañamos mucho a quienes venían a pasar el tiempo aquí. Aunque nos cuidan muy bien, yo sí acostumbraba salir y ahora sólo puedo hacer videollamadas con mi familia y ver la misa en la pantalla. Pero estamos confiados en Dios y no nos desesperamos”, comenta María Leticia Pichardo, una de las residentes.
«EN CASI NINGÚN LADO ACEPTAN GENTE MAYOR, AHORA MENOS»
A la par de que llegaran las medidas de contingencia para las residencias de adultos mayores, el 24 de marzo, a nivel federal, se decretó que el sector público y privado enviara a casa a los trabajadores en situación de riesgo (entre ellos, los de la tercera edad) con goce de sueldo y prestaciones, para quienes las tenían.
Sin embargo, los empacadores de las tiendas son considerados “voluntarios” dentro del régimen fiscal de la empresa, por lo que no son propiamente empleados. A pesar de eso, las propinas que reciben son, a veces, mejores que los sueldos de algunos trabajadores de la tienda.
Hasta antes de la cuarentena, muchas tiendas habían optado por darle prioridad a los empacadores con mayor edad. Hoy, llevan más de seis meses sin poder regresar a trabajar y son pocos los que han encontrado otro empleo.
“Yo estoy jubilado, trabajé toda mi vida. Hace ocho años me enfermé y comencé a trabajar empacando, por terapia ocupacional y rehabilitación. Sólo debían ser tres meses, pero me quedé porque me gustó”, cuenta Antonio Aguilar, coordinador de empacadores de una de las primeras tiendas de autoservicio de la ciudad.
El 19 de marzo fue el último día que el señor Aguilar fue a trabajar. Desde que la tienda les pidió que dejaran de asistir por su seguridad, su familia ha tratado de que salga lo menos posible, aunque él lo extraña.
“La tienda nos da un apoyo semanal desde el comienzo. Hay una caja de donaciones para los clientes y, de lo que se junta, la empresa pone lo mismo y eso lo reparten entre todos. No nos dejó tirados, ni tampoco los clientes, que siguen preguntando por uno… Pero sí hace falta el ingreso normal. Por suerte tenía otro empleo (que me ayudaba a completar) y ese no lo perdí”, comenta José Ignacio Copado, empacador por 10 años.
Un buen día de propinas en las cajas ronda los 400 pesos en un turno de cinco horas. Al comienzo de la cuarentena, los apoyos de la tienda llegaban a ser mejores gracias a las donaciones. Sin embargo, en estos meses han ido disminuyendo hasta los 70 pesos.
«YA NOS DEBERÍAN DEJAR TRABAJAR DE NUEVO»
“De pronto, un día en la tarde, me avisaron que no debíamos volver a la tienda a la mañana siguiente. En casi ningún lado aceptan gente mayor, ahora menos. Pero es imposible no trabajar”, dice Angélica Soto, empacadora por tres años.
“Soy viuda, soy mi único sustento. Ahora, mis hijos me apoyan en lo que pasa esto. Además, soy diabética, estoy en tratamiento. En mi opinión, ya nos deberían dejar trabajar de nuevo, con cuidados y lo que sea necesario”, agrega.
A la par de la inestabilidad económica, está la ansiedad y la depresión que puede provocar el encierro y la desocupación.
“Lo que más extraño es la interacción, la cotidianidad y el sentirme en un espacio mío dentro de la tienda. El ambiente era muy agradable, ahí conocí a mucha gente hermosa”, comparte el señor Aguilar.
“Me entretengo tejiendo o bordando, pero yo quiero que ya nos regresen el trabajo, la rutina de la que luego uno se queja”, dice la señora Angélica.
Ninguno de los tres conoce a alguien que esté en una situación demasiado vulnerable, todos han recibido apoyo de sus familias. Como generalmente forman comunidades muy unidas, empacadores y empleados están en contacto constante entre todos.
“La verdad, me da tristeza ver pasar a la gente sin protegerse, pero yo entiendo que no todos tenemos las mismas realidades. Por eso sólo hay que ser pacientes y esperar a que nos dejen regresar”, concluye Antonio Aguilar.