“Minúsculo en materia pero gigante en espíritu”, así definía en sus discursos el joven Adolfo López Mateos a nuestro monumento natural más importante desde el punto de vista histórico. Dicho cerrillo apenas se levanta 25 metros sobre la superficie terrestre, pero es riquísimo en consejas, leyendas, crónicas e historias.
En 1578 pertenecía a lo que fue la hacienda de La Capilla, propiedad del español Marcos García Jimeno. Durante la guerra de Independencia se levantaron torreones en sus laderas norte y oriente para la defensa realista en contra de los insurgentes.
En el Sitio de Querétaro –del 6 de marzo al 15 de mayo de 1867- es cuando vivió este cerro su más afamada época: fue cuartel general de Maximiliano de Habsburgo; por aquí empezó el cerco a la ciudad; en su falda oriente el archiduque austriaco entregó su espada a Mariano Escobedo (aunque los historiadores ubican este acto en el obelisco a un lado de la clínica del ISSSTE, pienso que esa entrega se realizó en lo que hoy es la plaza de El Estudiante.
También esta eminencia cerril cobró fama mundial cuando fue convertido en cadalso republicano para que allí fueran fusilados el 19 de junio de 1867 Maximiliano, Miramón y Mejía, dando el presidente Juárez una gran lección al mundo imperialista de que México y América nunca más serían presa de sus apetitos colonizadores.
En el año de 1901, concretamente el 10 de abril, se inauguró la capilla expiatoria y/o propiciatoria en honor de los caídos en 1867 a petición del gobierno austriaco, pero pagada esa obra por el gobierno mexicano de Porfirio Díaz.
¡Pocos conocen este dato; todo mundo piensa que Austria corrió con los gastos! La indignación mexicana por parte de los liberales, encabezados por Benito Juárez Maza, hubiera sido mayúscula, por ello Porfirio Díaz trianguló los recursos a través de un banco neoyorquino para borrar su indignante pleitesía a la potencia europea y sus sueños de tener reconocimiento mundial.
En 1921 el gobernador Truchuelo quiso construir en la cima del cerro un monumento a La República pero todo quedó en proyectos inconclusos. En 1938 el presidente Cárdenas expropia el cerro a los dueños de La Capilla y lo hace parque nacional. En 1967 el gobernador Juventino Castro obtuvo la donación de los terrenos, cediendo éste una gran parte para lo que es hoy nuestro Campus Universitario a partir de 1973.
El callejón del Sapo
Corría el año 1989 y al alcalde Braulio Guerra Malo le interesaba mucho darle lucimiento a su primer informe de gobierno municipal, anunciando para ello la incorporación de los trabajadores del municipio capitalino al régimen del IMSS, por lo que ordenó a su oficial mayor, Juan José Perrusquía Prado, hacer todo lo posible para obtener ese logro, aunque se tuvieran que aumentar al cien por ciento los salarios del personal de base.
En ese entonces había llegado como delegado de la citada entidad paraestatal un jalisquillo de bigote, sin cintura y muy aficionado al futbol, cuyo nombre era Octavio González Camarena, y al cual sus empleados empezaron a llamar “El Sapo”, por parecer batracio y por vivir en el bello “Callejón del Sapo” en la colonia Carretas.
La molestia del delegado federal llegó a su máximo nivel cuando el apodo se prolongó a sus hijitos, a los cuales empezaron a chotear como “los sapitos”, tanto sus compañeros de aulas como los maloras vecinos.
Don “Sapo” González Camarena – que tenía agarrados de los eggs a don Braulio Guerra y a Perrusquía por aquello de incorporar a los barrenderos, albañiles y jardineros municipales al IMSS-, se acordó de quién dependía fijar la nomenclatura de las calles y, en lugar de acudir a un gimnasio o a un cirujano plástico para quitarse lo batracio, se le hizo fácil invitar a Perrusquía a jugar futbol todos los jueves por la noche en el magnífico estadio empastado del IMSS y así pedirle al alcalde que cambiara el nombre de su “Callejón del Sapo”, por el anodino nombre de “Callejón del Parque”, que hasta la fecha perdura.
¡Y todo para qué si al delegado batracio lo cambiaron luego luego para llegar en su lugar el recomendado de Emilio Gamboa Patrón (secretario particular del Presidente Miguel de la Madrid,) Humberto Casillas! Qué bello nombre era el de “Callejón del Sapo”, acorde como el de toda la nomenclatura de la hermosa colonia Carretas, que evoca la nomenclatura virreinal de la Ciudad de México.
Como secretario del Ayuntamiento lloré esa tonta decisión, fruto del capricho de un hijo de su batracia mother, porque ni el maestro Braulio ni su compadre Juan José Perrusquía tuvieron eggs para mandarlo a Shangai o a Sumatra ni supieron nunca que ahí tuve un amor de Los Altos de Jalisco, cuyo celoso padre me invitó amablemente el 12 de diciembre de 1979 -tras una romántica serenata a su hija Norma- “a ir a chingar a mi madre a otro lado”, sintiendo su servidor y mi amigo del alma, Poncho Núñez, “El Polivoz”, el frío metal de su pistola 45.
La decisión de Guerra Malo me dolió más que esa mentada de madre y que Norma me dejara de hablar por treinta años, pero espero un día que mis amigos presidentes municipales del futuro cambien el anodino nombre y me devuelvan la ilusión perdida de que ese rinconcito se llame otra vez “Callejón del Sapo”, aunque se enoje algún regidor gordito por sentirse aludido; total, ya con la nueva reglamentación municipal la imposición de nomenclatura no es necesario que dicha decisión pase por Cabildo: basta la autorización del alcalde en turno con el visto bueno del burócrata director de Urbanismo Municipal. Mientras tanto sigo cantando mi autobiografía: “Sapo de la noche, sapo cancionero, tenor de los charcos humilde trovero…”. Snifff. Les vendo un puerco con cara de sapo.