Cuando los registros arqueológicos y escritos no son suficientes, la toponimia, según los especialistas, se convierte en testimonio esencial para la historia de la ocupación territorial. Los autores del siglo XVI confundieron la evidencia empírica acerca de la historia antigua debido a problemas esenciales de comunicación entre culturas: tergiversaciones ortográficas y ortológicas alteraron el lenguaje clásico y, por tanto, sus escritos no eran fuentes documentales fiables.[1]
A pesar del desarrollo de la toponomástica, en nuestros días es necesario prevenir sobre su uso acrítico. La investigación de los topónimos se refiere, usualmente, a las etimologías, y se apoya en el análisis filológico y reglas de la fonética histórica. Pero esas reglas se pueden aplicar sólo con ciertas reservas, puesto que frecuentemente son nominales deformados por fenómenos de racionalización (en particular las falsas etimologías) o por contaminación (en el caso de Querétaro por el contacto con naguas y españoles), sin hablar de los errores de escritura y transcripción.
En los primeros años de desconcierto, los habitantes de la provincia de Jilotepec se desplazaron hacia la región de San Juan del Río para más tarde rebasar el confín del río San Juan, refugiándose en las tierras de los chichimecas con quienes tenían lazos de intercambio y, quizá, de parentesco.
Algunas veces migraron en linajes completos en busca de seguridad, otras fueron obligados por los encomenderos y, otras más, para sobrevivir, se movilizaron individualmente. También está consignada una avanzada de españoles hacia lo que hoy es Querétaro en 1526.
Las poblaciones al sur de la región fueron encomendadas a Juan Jaramillo por Hernán Cortés y las norteñas a Hernando Pérez de Bocanegra por Nuño de Guzmán, enemigos entre sí.
Conforme se asentaba el poder español, la Corona apoyó, fomentó y, por supuesto, normó el movimiento y traslado tanto de grupos indígenas como de españoles. La región queretana en la segunda mitad del siglo XV y durante el XVI fue lugar de encuentro. Chichimecas, pames; nahuas, purépechas, mazahuas, otomíes, entre otros, operaban ese espacio geográfico cuando se les agregaron andaluces, asturianos, vascos, castellanos, por ejemplo. Los grupos llegaron con diversos hábitos de interacción con la geografía.
Los valles de Querétaro y San Juan del Río, antes de la llegada de los españoles, en el primer tercio del siglo XVI, eran parte de la región fronteriza de las altas culturas mesoamericanas. En ese tiempo, la frontera norte de Mesoamérica corría a lo largo de la línea establecida por el río Lerma-Santiago, hacia el occidente, y el río Tula-Pánuco, hacia el oriente. Los grupos al sur de esta frontera estaban integrados, de una u otra manera, en señoríos o reinos sometidos a entidades políticas de gobierno centralizado que demandaban tributo, como la Triple Alianza y el poder tarasco. Allende esta demarcación había un buen número de grupos caracterizados bajo el genérico de chichimecas.
Así, se puede postular que las disputas entre mexicas y tarascos no se redujeron a enfrentamientos bélicos, también estaba en juego el dominio de la población otomí, la cual, además de pagar tributo, cumplía con la importante función de controlar a los grupos más norteños.
La población agrícola prehispánica de Querétaro cambió cada quinientos años, aproximadamente, y su temprano abandono, desde por lo menos el siglo XI, forzosamente debe tomarse en cuenta para el estudio de la construcción de la era novohispana en la región. Los nombres de lugares originales deben haber sido igual de fluctuantes que su población y posiblemente quedaron en desuso o de plano en el olvido. Por esta dinámica histórica llaman especialmente la atención los topónimos indígenas del siglo XVI.
Todas las actividades del proceso de conquista y colonización requirieron la presencia de traductores. La variedad de lenguas e intérpretes influyó forzosamente en la grafía de los topónimos. Desde los primeros momentos, la escritura de lenguas exóticas y desconocidas para los amanuenses europeos no fue fácil. El proceso de adaptación de los fonemas de las lenguas originarias a la fonología castellana trastabilló en varias ocasiones, por lo que otra precaución tomada en este estudio fue respecto a, los amanuenses y escribanos. En la Relación Geográfica de Querétaro se distinguen dos escribientes, por ejemplo.
La ortografía española del siglo XVI oscilaba, según los diferentes tratadistas, entre los partidarios de escribir como se hablaba y aquellos que proponían hablar como se escribe; estaban también los seguidores de una ortografía de tipo latinizante, y los adeptos y creadores de una ortografía casi de notación fonética.
Al poner el nombre se negaba la historia local. La actividad de ‘bautizar’ fue tanto una identificación utilitaria como una toma de posesión.
La toponimia o toponomástica, disciplina de la lingüística, se encarga del estudio, origen y significado de los nombres propios de lugar que surgiere las particularidades o características, inherentes.
El virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, en 1603, hizo efectiva la orden dada por Luis de Velasco de congregar a sujetos de Querétaro en La Cañada, que había sido rechazada por ser, «tierra estéril y pedregosa y de poca agua y ser salitrales», también por estar demasiado cerca de los españoles.
El desplazamiento debía hacerse a la brevedad; las casas debían ser de adobe o piedra y barro, techadas de paja y zacate seco con cercas de palos; «las antiguas moradas», se ordenaba al juez de congregación, «las derroguéis y queméis». Se repartieron solares para casa y huerta de cuarenta brazas de largo y veinte de ancho, amojonadas.
La novedad de la invasión europea provocó en la población originaria de Jilotepec un periodo de desorden antes del reacomodo. Trastocando la costumbre de cambiar de lugar de residencia en grupos familiares bajo el auspicio de una divinidad un grupo considerable de mujeres jilotepequences huyeron hacia Querétaro, grupos aislados se fueron a Xocotitlan o se refugiaron en la provincia de Michoacán.
Pasado este primer desconcierto los migrantes a la región fronteriza recuperaron su forma ancestral de desplazamiento en grupos articulados por lazos de parentesco. La permanencia de principales en México-Tenochtitlan y en el territorio de Jilotepec permite considerar que, quizá, señores menores y comerciantes fueron quienes, con normas mesoamericanas, encabezaron el movimiento poblacional que franqueó la marca del río San Juan. El caso más conocido es el de Hernando de Tapia quien salió del pueblo de Nopala, jurisdicción de Jilotepec, con amigos y familiares. El movimiento en grupos parentales está marcado en la toponimia por el concepto náhuatl tepetl que metafóricamente, dice León-Portilla, connotó la idea de ‘pueblo’, sobre todo, cuando está compuesto también por el elemento agua: altépetl.[2]
Chichimecapan puede ser leído como “la provincia ocupada por los chichimecas blancos”.
[1] María Elena Villegas Molina, Rosa Brambila Paz y Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Toponimia indígena de Querétaro, siglo XVI, Librarius Historia, Municipio de Querétaro, 2015, páginas 9 y 10.
[1] María Elena Villegas Molina, Rosa Brambila Paz y Juan Carlos Saint-Charles Zetina, Toponimia indígena de Querétaro, siglo XVI, Librarius Historia, Municipio de Querétaro, 2015, páginas 10 a 120.