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Cuando aún no cumplía los 18 años, recuerdo que en una pequeña reunión en la revista de rock Conecte, en Santa María la Ribera, uno de los directivos me dijo que, para afianzar la permanencia en la prensa, habría que integrarse en un sólido grupo, hacer corrillo, apretar tuercas, cerrar filas, no dejar pasar a nadie, cerrar la puerta después de salir. Yo dirigía otra revista de rock: México Canta, razón por la cual era visto con cierta desconfianza, asunto que, hasta la fecha, juro que no entiendo ya que, según mi ingenuo parecer, un periodista siempre va a ser un periodista, en uno u otro medio. Buen periodista o mal periodista, corrupto u honorable (porque nunca hay un periodista corrupto y honorable a la vez, pues se es una u otra cosa, nunca las dos cosas al mismo tiempo, aunque ciertamente haya quienes caminan con la vestimenta correctamente ambigua de la simulación), mentiroso u honesto, engañoso o verídico… es ya otra cuestión.
Yo no he creído en estas volubilidades, si bien se me ha recalcado en numerosas ocasiones: si no eres de un grupo determinado, estás aislado. Una sola vez, por ejemplo, asistí a una gran reunión de escritores prestigiados donde Rafael Ramírez Heredia y Paco Ignacio Taibo II y Humberto Guzmán y no sé cuántos más se congregaban para planear un libro colectivo. Entre copa y copa todos opinaban de temas y condiciones para participar en la historia. Jamás volví, pero envié con puntualidad mi propuesta, que me imagino fue arrojada con desgano al cesto de la basura.
Nunca recibí un llamado, ni una contestación, ni un mensaje por interpósita persona (entonces no existía el correo electrónico). Por supuesto, no me importó en lo absoluto cuando miré el libro colectivo por fin en las librerías. Eso sí: mandé con un reportero a entrevistar al coordinador del volumen, que aceptó de inmediato la charla, omitiendo mi incursión primigenia en el proyecto.
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Acaso por ello no me sorprendiera el contenido de una columna periodística: “Tentativas”, del crítico literario Vicente Francisco Torres, publicada en Transgresiones de octubre de 2017, cuando refiere un caso que lo dejara a él perplejo: “Las cosas que plantea Luis Arturo Ramos en su novela De puño y letra me hicieron recordar un incidente chusco. A finales del siglo pasado [XX] hice una antología de cuento que pretendía clarificar el magma narrativo de aquel momento. Tiempo después me buscó un periodista norteamericano que estaba recopilando material para hacer lo que yo había hecho. Una tarde que platicamos me dijo que estaba sorprendido porque, en otros países, le habían ofrecido dinero para que incluyera a unos autores, pero nunca le había sucedido lo que en México pues le habían ofrecido dinero no para incluir a alguien sino para sacarlo”.
Vaya inhospitalaria confesión que exhibe, de un plomazo, la vida grupal y coaccionadora de los clubes escriturales mexicanos.
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Cuando numerosos jóvenes de valía excepcional en las letras comenzaban a incursionar en los medios hacia finales de los años setenta del siglo XX, formaron un equipo para realizar un modesto programa editorial intitulado La Máquina de Escribir. Publicaron varios libros, prácticamente plaquetas, con delicado diseño artesanal, donde por primera vez aparecieron distintos autores de relevancia en un futuro próximo. Eran conocidos míos, porque colaboraban en las revistas y periódicos que yo creaba, pero no hacía empatía de ninguna especie con algunos de ellos, razón por la cual mi original para conformar un breve libro en aquella magnífica colección jamás tuvo una respuesta, aunque, curiosamente, a varios de aquel grupo con el paso del tiempo incluso les he publicado libros en las diferentes colecciones que he fundado.
Porque todo se reduce a las cofradías.
Quizás por eso cuando, hacia mediados de 2016, le hablé a un connotado escritor para invitarlo a escribir en el periódico cultural que entonces yo dirigía (La Digna Metáfora), me respondió, de manera serena, que no era posible porque él era, y sigue siéndolo, amigo del inversionista que me dejó endeudado en el proyecto periodístico anterior De Largo Aliento:
—Dice que eres un traidor, un desgraciado, un hombre de mala entraña —me dijo el connotado escritor.
Cuando le conté cómo su amigo me había dejado embarcado con una cuenta pendiente de cientos de miles de pesos comprobables, dudó un momento; sin embargo, no era mi intención hacerlo cambiar de parecer, sólo le conté la otra versión de los hechos, que nunca escuchó.
—Ah, caray —dijo—, eso es algo muy distinto de la historia de mi amigo —dijo de nuevo.
—Creo que deberías informarte antes de hacer un juicio severo como el que me construiste sin yo saberlo —le dije.
No he vuelto a hablar con él. Porque, sencillamente, se arropó en su amigo, y era su amigo, hiciera lo que hiciera, como los políticos se alían con sus amigos políticos corruptos, y no dejan por eso de apreciarlos, como las mujeres bellas no dejan de amar a los asesinos aunque sepan que previo a esa noche pasional han matado a dos personas inocentes…
Etcétera.
Pero pienso que hay cosas que se pueden comprobar y otras que sólo se pueden adivinar. ¿Por qué entonces no adscribirse a los hechos que pueden resolverse con una sencilla indagatoria? Porque es menos complicado desbaratar la pirámide de un férreo club, o de una ceñida amistad, o de un acostumbrado amor, que andar a la busca de cimientos apenas esbozados. Porque, aunque se crea lo contrario, también con los hombres que usan la inteligencia como arma en su oficio laboral se escudan y se esquivan con sutiles artificios que han edificado para su propio reposo mental. Hay intelectuales, por ejemplo, que hablan públicamente de críticas democráticas, pero al interior de sus redacciones ofenden a los que no coinciden con sus pensamientos.
4
La directiva, completa, de la revista Conecte desapareció del ámbito periodístico luego de una larga permanencia en los poderes de la información roquera. Y así como ahora un poeta o un narrador se encolerizan porque otro poeta u otro narrador publican un libro u obtienen una beca por ellos no alcanzada, del mismo modo un comentarista de rock se enojaba porque alguien más publicaba sobre rock y le facilitaban un disco o un boleto para asistir gratuitamente a un concierto, digamos, de los Rolling Stones.
En efecto, siempre va a haber alguien que no soporte que otra persona, un poeta, un narrador, un crítico, un periodista, pueda calzar el mismo número de sus zapatos.
Vaya insolencia.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX
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