La famosa “Carambada” sí existió: se llamó Joaquina o Leonarda Oliveria del Pozo y nació en Ceja de Bravo, en el municipio de Huimilpan, frontera con el municipio de Corregidora, en el estado de Querétaro. Pero no era bella ni mucho menos criada en la aristocracia vienesa ni mucho menos dama de compañía de la emperatriz Carlota Amalia de Bélgica y tampoco novia del imperialista coronel Joaquín Rodríguez ni fue acosada por el nachas prontas de Maximiliano de Habsburgo. Advierto una vez más a mis cinco lectores que esas patrañas fueron inventadas por el padre Salvador Cabrera Pedraza en 1958, mismas que escribió en un libro muy vendido de nombre “La Carambada”, publicado por la editorial “Provincia”. El padre escribió este mamotreto con el afán de conseguir dinero para los aguinaldos de sus niños pobres en aquel frío invierno de finales de los años cincuenta.
Lógico que al ser una obra antijuarista con detalles de morbo sexual de Guillermo Prieto, Sebastián Lerdo de Tejada y de hasta el mismísimo Benemérito de las Américas pues la obra se vendió bien bajo el pseudónimo de Joel Verdeja Soussa, ya que al padre Cabrera le daba vergüenza que se supiera que tantos infundios eran suyos. Para mí don Salvador Cabrera Pedraza fue un virtuoso que hizo lo que podía para llevar abrigo y alimento por los más pobres, que se valió de la mojigatería e ignorancia de más de algún queretano que todavía juzga y defiende a la bandida como heroína imperial y conservadora.
“La Carambada” realmente era la clásica traga santos y caga diablos, ya que su afición a la juerga, alcohol, baile, tabaco y juegos de cartas, no la hacían que digamos muy émula del nazareno inmortal. Además de viciosa era fea, patizamba, hombros encorvados y con barros y salpullido en la cara. ¡Y así se atrevieron historiadores ignorantes a pintarla como hermosa, criada en la corte vienesa y acosada por Maximiliano, Guillermo Prieto y Sebastián Lerdo de Tejada y amada por su prometido el coronel Joaquín Rodríguez, favorito del archiduque!
En el Querétaro de 1867 -después del Sitio y del triunfo de la República- se dieron infinidad de secuestros, robos y asaltos en las cercanías de la ciudad, por el miserable estado de la economía al término de la guerra. Los lugares más frecuentados por los malhechores eran la Cuesta China, El Cimatario, San Pablo, El Pueblito, La Cañada, El Jacal, camino a Coroneo y el camino real a San Miguel de Allende.
No se descartaba que campesinos de los alrededores participaban en estos atracos por la situación económica que todavía es difícil, pero lo que más chocaba al gobierno local es que en su mayoría los bandoleros son viejos soldados imperialistas que fueron beneficiados con la libertad y que ahora, al no tener los medios para regresar a sus lugares de orígenes, buscan recursos como sea. También se sabía que los más peligrosos bandidos son ex presidiarios de las cárceles queretanas que fueron liberados por Maximiliano a cambio de trabajos forzados en las trincheras. La gente robaba lo que fuera, a grado tal que el material de escombro resultante de la destrucción de las capillitas del ex convento de San Francisco desapareció. Los redactores de “La Sombra de Arteaga” se atrevieron a calcular que más del 90% de los habitantes de Querétaro y San Juan del Río se dedicaban a actividades delictivas y que sólo el 3% de la población de dichos distritos era honrada y vivía de su trabajo. Pienso que exageró en sus cálculos y porcentajes el señor Luciano Frías y Soto, y hasta creo que debieron exigírsele notas de disculpas al agredir de esa forma a un pueblo sufrido por las interminables guerras y al que ahora consideran delincuente en una gran mayoría calificada. ¡El colmo de la rapiña llegó a su punto más alto cuando la prefectura municipal se dio cuenta de que las llaves doradas –no de oro- de la ciudad de Santiago de Querétaro habían desaparecido del lugar donde estaban custodiadas! “La Carambada” estaba detrás de todos esos latrocinios.
A la difícil situación económica y sanitaria, los queretanos agregaban preocupaciones políticas: surgió con mucha fuerza el macabro rumor de que la ciudad será devastada piedra por piedra y que la entidad desaparecerá como estado miembro de la Federación Mexicana.
El gobernador y comandante militar, Julio María Cervantes, tenía que enfrentar no solamente al hambre y a la economía local devastada, sino también una abierta oposición de grupos armados en los distritos de Cadereyta, Tolimán y Jalpan. Con el puro distrito cadereytense se abarcaba la mitad del territorio estatal, así que imagínese amable lector el tamaño de los frentes abiertos para don Julio María, a quien tampoco querían los capitalinos queretanos de sepa, ya que éstos exigían los puestos públicos para los nacidos en Querétaro, como Ezequiel Montes Ledesma, y el recién nombrado gobernador no cumplía con el requisito constitucional ni menos con el de la queretanidad acendrada. Esta oposición era tanto de liberales como de antiguos conservadores, juzgándose que dicho enfrentamiento llegaría a niveles de ingobernabilidad. El dilema futuro de la sociedad política queretana será a partir de este momento ya no de liberales versus conservadores sino cervantistas contra anti cervantistas, regionalistas o localistas contra fuereños que venían a decidir los destinos, según sus filias o sus fobias: pragmatismo puro más allá de ideologías, como en el Querétaro de principios del siglo XXI.
Poco a poco se reabrían las escuelas de primeras letras, creadas por el general José María Arteaga en las tres ocasiones que gobernó el Estado.
La Carambada fue aprehendida allá por 1875 en terrenos del rancho “El Cristo”, hacienda de La Capilla, donde hoy es la prolongación Zaragoza esquina con Hilarión Frías y Soto, en la colonia Ensueño. Estando herida de muerte se la llevaron los soldados al ex beaterio de Santa Rosa de Viterbo donde funcionaba desde 1863 el hospital civil. Allí fue oída en confesión por el virtuosísimo obispo Rafael Sabás Camacho y murió.