CRÓNICA: CARLOS P. JORDÁ/LALUPA.MX
En una definición estricta, un sitio de encuentros podría ser prácticamente cualquier lugar; un parque, una plaza o un bar. En lenguaje cibernético se entendería que se trata de una página para conocer personas. Pero el negocio que administra Emmanuel (alías escogido por este entrevistado) sólo usa el internet para darse a conocer y notificar sus promociones a los parroquianos asiduos. Por ejemplo: acceso a mitad de precio si el cliente usa tanga o si se anima a entrar completamente desnudo.
«Se solicita recepcionista con amplio criterio», rezaba el anuncio por medio del cual Emmanuel se introdujo al “lado oscuro”, como él mismo lo llama en tono bromista. En aquel entonces buscaba un empleo nocturno, ya que sufría de insomnio, y en el cual no tuviera que guardar las apariencias. La suerte lo había favorecido, pues creció en un hogar libre de discriminación.
Antes de saber que le gustaban los hombres, nuestro entrevistado recuerda a su padre defendiendo a Gustavo, un estilista homosexual apodado “La Tava”, ante los bravucones de su vecindad. También, en alguna ocasión escuchó a su madre lamentarse por lo mal que lo pasaba la comunidad gay. Por ello, una vez definida su orientación sexual, no existieron complicaciones al expresarla frente a su familia.
No parece raro que desease un ambiente laboral con la misma apertura que se vivía en su hogar. Y, en efecto, aquello que pedía el empleador detrás del misterioso clasificado, se ajustaba a la perfección con las expectativas y condiciones de Emmanuel. Se trataba de una “Casita”; un sitio de encuentros para hombres gay en la Ciudad de México. Por la forma en la cual se trata el tema, se intuye que este lugar sigue en funciones y que cuenta con otras dos sucursales.
Tras un tiempo detrás de la recepción de La Casita, dando la bienvenida y registrando en un cuaderno a la clientela, Emmanuel buscó otro trabajo con un giro similar. Así fue como llegó a ser mesero del Zoo; un bar de “ambiente” cuya principal atracción era un show de sexo en vivo, donde participaba alguno de los strippers y el parroquiano ganador de la rifa de la jornada. Gracias a una buena relación laboral, no pasó mucho para que el dueño del bar le ofreciera, a este que hoy habla para lalupa.mx, una nueva ocupación en otro de sus negocios.
Érase una agencia de escorts cuya matriz se encontraba en un departamento en la capital del país. Las responsabilidades de Emmanuel iban desde recibir a quienes tenían una cita para visitar a alguno de los trabajadores sexuales en el lugar, hasta levantar el teléfono para dar información o para fingir ser uno de los prostitutos que trabajaban de manera individual. “Les decía: `soy moreno, de ojos verdes, cabello chino, la tengo de 20 centímetros y hago de todo´. Ya que accedían, le hablaba al chavo moreno de ojos verdes con un pitote, y le decía: `vas al hotel tal, vas a cobrar tanto y vas con esta persona´. Iba el chavo; daba su servicio; regresaba; me daba la comisión y se iba”, explica.
Pasaron cinco años antes de que consiguiera lo que ahora llama un “trabajo formal”, y con este surgió la oportunidad de emigrar a Querétaro. Aunque hoy no recuerda la colonia, quizás por el poco tiempo que llevaba en provincia, la memoria no le falla al describir como “muy puritano” el círculo de masturbación al cual fue invitado. Esta reunión constaba de una sala donde los asistentes se sentaban a ver una película porno, autocomplacerse y observar a otros haciendo lo mismo.
Sin ahondar en las razones, explica que no tardó en llevarse bien con los organizadores de la “fiesta” —literalmente así se refiere al evento: “una fiesta entre comillas”—. A ellos les contó sobre sus experiencias laborales en la Ciudad de México; “hace falta algo así aquí”, respondieron los anfitriones. Fue entonces que Emmanuel terminó, básicamente, fungiendo como asesor de un negocio que no le pertenecía, mismo que fue clausurado tras una inspección sorpresa por parte de Protección Civil.
Más allá de un fracaso, para Emmanuel y sus amigos —otros que no eran los primeros inversionistas— se presentó el chance de inaugurar un lugar propio. Este nuevo sitio de encuentros en Querétaro tuvo su breve existencia en una colonia popular… “muy, muy popular”, describe el portador de la idea, “había vecinos junkies (adictos) y dealers (narcomenudistas) que pensaron que éramos la competencia; echaron bronca y ya, por seguridad cerró ese lugar”. Sin embargo este sólo fue un primer paso para acercarse al concepto que estos emprendedores deseaban erigir. Se dieron a la búsqueda de otro local.
“Lo queríamos hacer sin tener que meternos en la cueva del lobo. Algo más bonito, cómodo, limpio y accesible. El mensaje que queríamos transmitir era que no te toca venir a coger en un hoyo”. La locación predilecta fue hallada; se acondicionó con una sala de video donde se reproducen películas pornográficas sin sonido —para evitar llamar la atención sonora de los vecinos— y otro espacio ambientado con música y luces tenues. Para los pudorosos existen zonas privadas delimitadas con mamparas. Este lugar, con nombre y ubicación omitidas por discreción, hoy en día sigue vigente.
«LO QUE SIGUE ES DECISIÓN DEL CLIENTE»
La dinámica es la siguiente: quien llega a las puertas de este sitio de encuentros es recibido por alguno de los cuatro socios; luego de registrarse y responder cómo se enteró, en caso de ser la primera vez que visita el lugar, es invitado a pagar (70 pesos) y a despojarse de sus ropas (por lo menos quedar en calzoncillos) y de su celular (cuestiones de privacidad); las pertenencias se colocan en una bolsa con un número asignado que permanecerá en la recepción; lo que sigue es decisión del cliente.
“Hay quienes van a platicar, hay quienes van por un masaje o un oral. Hay quienes sí tienen sexo por completo. Hay quien sólo viene a desflemarse (masturbarse). Hay quien viene nada más a ver gente, como parte de un sentido de pertenencia”. Emmanuel explica, a parte de dar una breve lección de perspectiva de género, que los asistentes habitualmente son hombres cisgénero en busca de otros hombres cisgénero. Es decir que la clientela suele componerse por hombres gay cuya expresión de género es la aceptada socialmente. Aunque el propietario del lugar asegura que no se le discrimina a nadie la entrada; incluso recuerda a un chico trans que tuvo bastante éxito con los demás asistentes.
La ganancia se obtiene, principalmente, de la “cooperación” que se pide para acceder. Adentro se venden, casi al costo, refrescos y cervezas, pues hay quienes “necesitan darse valor”. Los condones, el lubricante, el agua y los conos de papel de donde se bebe, son cortesía de la casa. Las noches en este comercio no están exentas de aparentar ser una convención de mudos —cada quien en su rincón—, ni de acabar en orgías. Para pasar de la primera mención a la segunda, los asociados suelen recurrir a “las golosas”; clientes habituales y extrovertidos a quienes se ofrece la entrada gratis cuando se requiere una subida de ánimo en el lugar.
“Uno podría pensar que es el recurso de la gente fea, ¿no? Como no ligas en ningún lado, vienes aquí al cuarto oscuro porque todos los gatos son pardos. Y hay otros que dices: güey, tú sólo tienes que hablarle a alguien y va corriendo a tu casa. La verdad es que les gusta el ambiente, de repente puede ser una fantasía para algunos.” Emmanuel considera que acuden personas de todo tipo, pero, además del fetiche, una de las principales ventajas que ofrece su negocio es la discreción, pues muchos de los asiduos son “más tapados”; o sea que no han expresado abiertamente su orientación sexual.
“El lugar es completamente clandestino, no está regulado porque no hay legislación para este tipo de lugares como en otros países”, a pesar de esta condición, Emmanuel no cree que las consecuencias de ser descubiertos irían más allá de “un manazo”, por parte de las autoridades, y una multa por “negocios deshonrosos” estipulada en el contrato con el arrendador del inmueble. Igual tienen más de una coartada —como decir que es un despacho en el cual los trabajadores decidieron “darse cariño”, o es un lugar donde se hace “yoga al desnudo”— y todas las medidas de seguridad requeridas por Protección Civil. Tal vez la venta de cerveza sería la mayor complicación.
Precisamente por cuidar la seguridad (salud) y el anonimato de los parroquianos, fue que, un mes antes de celebrar su primer aniversario, en marzo de este año, los socios acordaron cerrar temporalmente sus puertas. Puesto que los vecinos “no son muy fijados”, sería raro que las 30 personas —el cupo máximo— que pudieran llegar a visitar el lugar levantaran sospechas… en circunstancias ordinarias. Sin embargo, en tiempos de Covid-19, Emmanuel, su pareja y sus amigos —quienes conforman el equipo de asociados— no están dispuestos a ser un escándalo local por no acatar el confinamiento. Además, prefieren evitar convertir su negocio en un foco de infección.
Las charlas sobre la reapertura al público, bajo el formato de la famosa nueva normalidad, ya están en curso. “Por la naturaleza del lugar, pues no queda ningún tipo de distanciamiento. Entonces la gente entrará con cubrebocas, se lava las manos, que dejen su ropa y les desinfectamos los zapatos, pero ya adentro decidirán cual es el tipo de contacto que quieran tener; si se quieren dar un faje, una jalada, coger sin besos como Julia Roberts (ríe el reportero)… pues sería lo más seguro, ¿no? Se transmite (el virus) por medio de la saliva”, dice Emmanuel, “Igual va a tener que ser un riesgo asumido por estas personas, el mismo que todos vamos a tomar cuando nos toque salir”.
Es casi un hecho que las visitas tendrán que reducirse a menos de la mitad de la máxima capacidad que tiene el lugar. El entrevistado considera que, en esta nueva era, será necesario explotar las bondades del internet; “la labor ahora va a ser mucho de redes, crear ese sentido de comunidad; `oye, vamos a cuidarnos, hay que cuidar el lugar, sé discreto, entiende que no podemos tener lleno.´ Yo creo que la dinámica va a ser: si quieres visitarnos mándanos un whatsapp, te digo cuánta gente hay y ya tú dices si te lanzas o no”.
Según cuenta Emmanuel, su lugar no es el único negocio del estilo en Querétaro. Menciona un vapor con el mismo giro; un cibercafé equipado con gloryholes (hoyos para que un pene sea lo único que atraviese la pared); sexshops con cabina para encuentros, clubs de swingers y sitios donde se dan talleres de amarres eróticos japoneses. Le consta que el ciber ha mantenido sus actividades durante la cuarentena, pero su visión de la mentalidad queretana respecto al tema va más allá de la pandemia.
“Parece canción de Arjona; cerca, pero lejos; moderno, pero antiguo. Lo que me gustó de aquí de Querétaro es que yo veo el asunto muy friendly (amistoso), más allá de la posición oficial del gobierno. Tú vas a un antro y ves de todo; gente vieja, joven, ves parejas hetero, ves parejas gay, ves fresas, hippiosos, Todos están revueltos… Lo que pasa es que la gente es, en público, muy espantada, pero en privado se deschongan. Tanto así que funcionó el lugar de encuentros. Nos está yendo bien. En privado y de noche el público es súper abierto, de día es: `yo ni te conozco´”.
A pesar de desear una regulación legal para este tipo de lugares, Emmanuel estima que aún existe un trecho muy largo para ello. Entre los obstáculos se encuentran los prejuicios de la sociedad y la heteronormalización de la homosexualidad; “se aspira a tener una relación monógama, con matrimonio, tal vez hasta con la bendición de la iglesia, con hijos subrogados que, ve tú a saber, si es de una pobre chica chiapaneca que encerraron en lo que se embarazaba”.
El entrevistado considera que sitios como el suyo podrían desaparecer a partir de una legislación, sin embargo hoy existe la necesidad de ellos. Igual le parece que aquello que se extinguiría sería solamente la clandestinidad, no los lugares en sí. Y esto tendría más relación con la normalización del sexo como actividad recreativa, que con la normalización de la homosexualidad. Porque: “¿qué más normalizado que el matrimonio heterosexual? Y sigue habiendo prostíbulos, ¿no?”, concluye.