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Es cierto que, en México, cuando un periodista adquiere un notorio prestigio, todo lo que haga será considerado una proeza. El círculo de las amistades, ceñido pero fortalecido, no cesará tampoco en las interminables loas.
Eso ocurre, por ejemplo, con don Julio Scherer García, quien a diez años de su muerte —ocurrida el 7 de enero de 2015, a sus 86 años de edad— aún es recordado como símbolo de la prensa mexicana: cubierto por el mito Excélsior, el ex director de Proceso —ahora en franco declive informativo— supo sobrellevar, con cautela y discreción, el peso de ser estimado uno de los mejores periodistas del país.
Sus amistades se lo repetían una y otra vez, acaso hasta el hartazgo: “Desde Los presidentes, a Scherer le importa, y muy explicablemente le fascina, ese abismo del autoengaño en cuyo fondo se ha querido eternizar a un país —escribió Carlos Monsiváis en las solapas del libro Salinas y su imperio, Editorial Océano, 1997, de Scherer García—. Sin contemplaciones, sin prejuicios ideológicos, sin otro afán que el documento narrativo (la escritura que informa y, sin demasiado énfasis, interpreta), Scherer, en su recorrido por los caminos presidenciales en Salinas y su imperio, acepta el reto de comprimir un tiempo y su ronda de escándalos y desastres en imágenes significativas, en episodios memorables por lo que dicen, lo que evocan, lo que sugieren. Y el conjunto es un reportaje excelente que, sin saña alguna, nos ofrece un retrato íntimo y público de una etapa y de uno de sus protagonistas centrales, y nos recuerda lo fundamental: todo imperio descansa sobre la credulidad de sus vasallos y, por eso mismo, el principio de la ciudadanía es la información transparente”.
Pero cuando el lector termina de leer el volumen, se percata de que no se ha enterado de nada. Que la aproximación de Scherer García hacia ese supuesto imperio fue vana. Que su libro (de escasas 86 páginas en letras mayores de newshaskerville de 13 puntos, más un agregado de 46 páginas donde se testimonian los documentos de algunos ilícitos de Raúl Salinas de Gortari) obedece más a razones comerciales que a argumentos periodísticos.
Hay, sí, ese enfado —el mismo enfado de siempre— de Julio Scherer por querer estar cerca del Poder político, pero hay un cierto aire de frustración cuando confiesa que fue una simple “sombra” en la vida del presidente Salinas de Gortari: “Fui sombra o no sé qué para el más famoso de sus descendientes [se refería al padre de los Salinas]. A lo largo del sexenio que presidió, una que otra vez nos reunimos, sus ojos cargados en los míos. Rechazaba el trabajo de Proceso y mi presencia le disgustaba”.
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Luego, Scherer García hablaba sobre la sugerencia del Señor Presidente, en confesión a Vicente Leñero —el hacedor de los acabados escriturales de Scherer García—, de “trascender” a Julio Scherer de la revista que entonces dirigía: “Me acalambré de golpe —escribió Leñero—. Sin duda había utilizado mal el verbo trascender. Hubiera podido decir: desplazar a Julio, quitarlo de en medio, derrocarlo, sustituirlo, pero trató de ser elegante usando el errático trascender a Julio. Desde luego entendí la expresión y me enojó muchísimo que Salinas me tratara como a un Regino [Díaz Redondo, el director de Excélsior que diera el golpe a Scherer en ese periódico para ocupar su lugar]. Qué se está pensando, carajo. Sentí en la cara sus ojos. Las comisuras de los labios oprimían ligeramente sus carrillos para dibujar una muy leve sonrisa, entre irónica y terrible. Soslayé la respuesta, porque me sentía francamente atemorizado”.
Ese miedo ancestral del periodista ante los Hombres del Poder.
Ese guardar la opinión propia para no ofender a los Superiores.
“Algo habría dado yo por sentir en las yemas de los dedos la arteria femoral del poder —escribió Scherer García—. Fue imposible. El presidente, rechazado por Vicente, me apartó hasta la agonía de su sexenio trágico”.
Ha de ser desastroso, según reflejan las propias palabras de Scherer, para un periodista ínclito, de ensimismado prestigio, sentirse apartado (¡hasta la vil agonía!) por un presidente de la República… ¡en todo su sexenio!
En cambio, Julio Scherer sí era recibido por el padre y por la hermana, Adriana, pero ambos nunca le confesaron nada que no supiera cualquier mexicano informado: “Llamé por teléfono a Adriana Salinas de Gortari y le pedí que me recibiera —escribió Scherer—. Adriana me impresiona: si llora, llora en silencio y sola o acompañada se presenta en los bufetes de sus abogados, en los juzgados hostiles y va y viene a Almoloya y a Dublín. Ha sido señalada con bajeza y sigue adelante. En el naufragio de su familia, se maquilla con esmero y cubre con elegancia. La vida que le queda, la defiende”.
Scherer no creía que el hermano Raúl, entonces preso en Almoloya, fuera un asesino, pero sí “un ladrón sin límites ni escrúpulos”.
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No había nada nuevo en esa crónica del ex director de Proceso. Incluso publicaba un cuestionario enviado a Dublín a Carlos Salinas, que no recibió respuesta.
Paradojas de la vida: un periodista (que es decir un servidor público) que no otorgaba entrevistas, como Scherer García, se incomodaba porque a su vez otros personajes no le concedían a él (¡a él, un periodista por encima de todos los otros!) entrevistas.
Hay, sí, en efecto, pasajes ventaneados (para usar un término que se refiere a comentar las insustancialidades y superficialidades de la vida) que distraen el relato, que en realidad no va nunca hacia ningún lado —porque la puerta para llegar al imperio de Salinas le estaba negada a Scherer García. Como los pleitos caseros de Raúl Salinas de Gortari con su segunda esposa, Gladys Franco: “Volví una que otra vez a su residencia —apuntó Scherer—, degradada la atmósfera. El matrimonio, contraído a fines de los setenta, discutía por todo, pueriles ambos, feroces.
“—El perro se cagó en la alfombra —le dijo ella.
“—No hables así —repuso él.
“—Se cagó.
“—Que no hables así.
“—¿Cómo, entonces?
“—El perro ensució la alfombra.
“—Pero es que se cagó.
“—¡Que no hables así!
“—¡Qué se cagó!
“Un día, divorciados, amigo de Gladys, me atreví. Sólo esa vez me habló de Raúl.
“—Yo no sé lo que pasó con él, pero sí sé qué pasó conmigo. La vida con él se me iba a ninguna parte”.
Inútil.
Por ningún lado, Scherer García sacaba nada.
Buscar amistades para encontrar información.
Vaya trabajo laberíntico éste, el del periodismo tradicional con el Poder. Es curioso, pero en este sentido, la escritura de Scherer García se parecía, se parece, enconadamente a la escritura de otros entonces directores de diarios que publicabann sus textos, como Manuel Becerra Acosta, Luis Gutiérrez o el propio Díaz Redondo. Escribían como si estuvieran dando lecciones de vida, o moralejas al vapor, o desperdigando consejos de moralidad a ultranza.
Algo así.
Lo cierto es que el imperio de Salinas no apareció por ningún lado en el volumen de Scherer.
En un solo reportaje del periodista José Reveles podía distinguirse, con mayor visibilidad, ese endemoniado imperio que nos ha dejado a todos los mexicanos el ex presidente entonces alojado en Dublín, cuando el libro salió a la luz.
¿No codearse con los Hombres del Poder significa estar fuera de la jugada periodística’?
No lo creo, en lo absoluto: para no ir muy lejos, Gabriel Zaid es un buen ejemplo para contradecir aquella ingenua premisa.
4
Los entrevistados de Julio Scherer García siempre hablan y se expresan curiosamente como Julio Scherer García, de tal manera que las personalidades de sus entrevistados son opacadas, por decirlo de modo afectuoso, por el entrevistador quien, confundiendo estilo con uniformidad, arrasa parejo sin distinciones en su limitado vocabulario.
Por ejemplo en su libro Cárceles (Alfaguara, 1998), Scherer García hace hablar en un lenguaje perfecto (metáforas e hipérboles oportunas, adjetivos inesperados, sintaxis rebuscada) a la gente involucrada en el bajo mundo de las celdas. Tan perfectos son los diálogos construidos que, a veces, parecen acartonados; de escenografía, absolutamente irreales.
“Jorge Tanús —dice Tornero Díaz— fue sólo una víctima más de la contaminación carcelaria. El mundo cerrado de las prisiones se presta a todo. Los gritos de Julia se ahogan. El silencio es una sepultura.
“Tanús fue un operador, un segundo hombre. Importa el jefe. Uno da la cara y de la cara del otro poco o nada sabe. Juntos se apoyan y protegen. Es la mafia que opera desde el poder.
“—Tanús es historia remota, doctor —dice Scherer.
“—La mafia persiste.
“—¿Cómo es, adentro?
“—Mi mundo es angosto. Percibo, sin embargo”.
Por supuesto, este diálogo inverídico se dio de alguna forma porque lo que no se cree es el barroquismo de la conversación, sí su fondo, pues sabemos que el contenido es real ya que el periodista Scherer García, en su terreno, es sumamente confiable. Quizás lo molesto de la escritura de Scherer García sea la forma como construye posteriormente sus indagaciones. Tal vez el problema radicaba, sí, en el armado del rompecabezas donde el estilo periodístico de Scherer se diluía para dar paso a una estorbosa uniformidad del asunto. Si ya el estilo mismo era inexplicablemente uniformador (como queriendo otorgarle calidad y finura hasta al personaje más ínfimo: si Scherer García un día hubiese publicado un reportaje sobre los niños de la calle, nos habríamos percatado entonces que hablaban como si fueran discípulos de Ortega y Gasset), cuantimás se uniforma la escritura a la hora de estilizar lo indagado: ahí era donde se perdían las fronteras, se extraviaban las clases y las educaciones, se difuminaban las culturas y las morales: todos los verbos de los hombres estaban tallados por la mano de un solo escultor.
Este trabajo de Scherer García consiste en una larga entrevista con Carlos Tornero Díaz, el mismo que el 11 de agosto de 1998 pidiera licencia como director general de los reclusorios del entonces Distrito Federal, lo que, por desgracia, disminuyó un poco la importancia de este libro que se suponía revelador de la cloaca carcelaria de México. Pues al renunciar Tornero Díaz, sus palabras se tornaron “fantasmales” en el libro, ya que su salida repetía los esquemas establecidos de los cuales él mismo impugnaba con severidad a lo largo de la charla con Scherer (a toro pasado, ya se sabe, es más sencillo hablar de la mala entraña política). Si bien hay fragmentos en donde “anuncia” la práctica impotencia de esta ruindad carcelaria, que ha sido gasto de sutil alimento para innumeables burócratas al servicio de la corrupción (hay una prolongada perorata acerca del manejo inescrupuloso de Espinosa Villarreal cuando era regente de la Ciudad, por ejemplo, sin que hubiese ocurrido absolutamente nada), de todas maneras se desprende, de las 134 pátinas del volumen, que la única persona que había pasado por ese lodo como una ave sin mancharse era justamente Tornero Díaz.
—¿Por qué, doctor, su pasión por ese mundo, intrincados la locura y el crimen? —pregunta Scherer García.
—Sólo en la vida secreta que llevamos adentro nos enfrentamos con la verdad —responde Tornero Díaz—. ahí matamos, ahí cobramos venganza, ahí destruimos, ahí levantamos un ego tan alto como ningún otro, ahí y sólo ahí nos atrevemos con nuestras traiciones y cobardías.
5
“Los teólogos hablan del pecado original para explicar las caídas de la criatura de Dios. A mí me atrae la fragilidad del hombre para acercarme humilde y soberbio a sus faltas, que son las mías. Endebles todos, semejantes la mujer insustituible y la aborrecida, el padre amado y el despreciado, el hijo que cuenta y el que está de más, el Amigo amargo y el que ni eso es, nadie escapa a su propia debilidad”.
(No, no habla Scherer García sino Tornero Díaz.)
Pero, débil que finalmente también lo es un periodista como Scherer, al término del libro se aprecia realmente cuál fue el interés básico para crear un libro como éste: no la denuncia de una institución corrupta como la carcelaria, sino el acercamiento a los dos célebres presos de Almoloya (Mario Aburto y Raúl Salinas de Gortari) que denota, después de todo, que Scherer García continuaba el camino que ya se había trazado en sus libros anteriores: la cercanía con el poder era su “fuerte” periodístico y no otro su afán “persecutorio”. Al tener en sus manos un libro escrito por Raúl Salinas (cedido generosamente por Tornero Díaz), el lector, agudo, supuso el “triunfo” que se apuntó personalmente Scherer: el objetivo ya estaba logrado, y transcribió con gusto gran parte de esos papeles (en donde obviamente se exhibe la inocencia del inculpado) en una veintena de páginas que debían corresponder a Scherer (el libro de Scherer, pues, sirvió para difundir las ideas de inocencia de Raúl Salinas).
¡Pero, oh, sorpresa, la gloria periodística procedió milagrosamente gracias a Tornero Díaz cuando invitó a Scherer a visitar a Aburto y al propio Raúl en persona!
Cuando el periodista miró a Mario Aburto Martínez, lo saludó con confianza:
—¿Cómo estás, Mario?
“Camino al taller había jurado no saludarlo así y así lo saludé. Me supe estúpido”, acotaba con sinceridad Scherer.
Con Raúl Salinas, la misma confianza es aún más patente.
—Dices en tu libro [Salinas y su imperio] que mi padre no acaba de morir. Eso no se vale. Yo te ofrecí mi casa —le dijo el hermano del ex presidente.
—Mi intención no fue ofenderte y en esa medida te pido perdón —expresó Scherer—. Pero hablemos a fondo, las cosas como son. Yo sé a quién amaste verdaderamente: a tu madre. No alcanzó tu padre sus niveles.
—Dejemos eso a los hijos. Cada uno mira distinto a su padre.
—Yo cuento hechos. Tu padre te abandonó, te dejó aquí. Vino a verte una sola vez.
—Una vez y lloró. Ya no puede venir porque está muy enfermo.
—Si yo tuviera a uno de mis hijos aquí, el que fuera, vendría a rastras —le dijo Scherer.
—Por eso, por eso. Cada persona es distinta. Pero yo te abrí mi corazón.
—Un pedazo de piel —dijo literariamente Scherer.
El diálogo es innocuo, si bien las categorizaciones periodísticas de Scherer (“hablemos a fondo”, “las cosas como son”, “yo cuento hechos”) son innecesarias e incómodas —cómo alzar un orgullo periodístico delante de un preso que clama por su libertad!
Pero la misión estaba cumplida.
Quién iba a decir que el prometedor título, Cárceles, sólo iba a consistir en una conversación “estilizada” con un ex director de reclusorios, cuya finalidad (la del libro) cierta era la aproximación, de nueva cuenta, y vuelta reiterada, a los territorios del salinismo. El libro de Scherer es, también, los apuntes personales de Raúl Salinas de Gortari que no son en realidad una revelación sino un desesperado grito de auxilio desde una celda de alta seguridad: un clamor de inocencia (liberado en 2005, luego de una década de arresto carcelario, fue exonerado de cualquier posibilidad de la autoría del asesinato de Ruiz Massieu en 1994.
Por algo, al despedirse, Raúl Salinas le dijo al amigo —si bien se sentía traicionado:
—Que hayas venido ha sido una segunda conmoción para mí. La primera ocurrió cuando desperté y escuché una entrevista con mi mujer en el radio y supe que no estaba muerto. Esta vez tú viniste a sacarme del sarcófago.
—La conversación la voy a hacer pública, Raúl.
—No.
—Eres un personaje —dijo Scherer.
—Todavía no. Pero voy a serlo. Voy a ser un personaje afuera.
Los otros presos, por eso, no fueron siquiera visitados por el periodista. Para qué. Ni de lejos se acercaban al personaje que un día fuera Raúl Salinas de Gortari.
Y si no incluía Scherer García estos acercamientos suyos al poder político, su libro no lo hubiera escrito nunca.
6
Cuando la revista Proceso salió a la luz, en noviembre de 1976, Julio Scherer García mostró su encono con los medios por haber ignorado la salida de su publicación, un hecho trascendental en la vida social de México, según Scherer García, subrayando su enfado, por ejemplo, con la televisora de la familia Azcárraga que ignoró dicho alumbramiento periodístico, pero exactamente un cuarto de siglo después, en marzo de 2001, Julio Scherer García entrevistaba al Subcomandante Marcos… ¡en Televisa!
Cuando Hank González ya había fallecido (en agosto de 2001), Julio Scherer García le decía a Manuel Bartlett que el profesor mexiquense le parecía el símbolo de la corrupción mexicana, pero cuando vivía Julio Scherer recibía regalos (¡hasta una lujosa camioneta!) de su querido amigo Hank González.
Expulsado de Excélsior por la ira de Luis Echeverría, Julio Scherer, a la primera oportunidad, lo fue a visitar sin reproche alguno nada más para hacerse presente en las reuniones con alto grado de poder político.
Quien no lo reconocía en público o se negaba a darle una entrevista, Scherer García exhibía su encono, pero él no daba una sola entrevista y podía, por supuesto, no saberse los nombres de la gente en torno suyo.
Contradicciones, ejem, sin importancia en un periodista de su talla.
Minucias para un periodista de tan alta envergadura.
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El maestro Roura es una especie en extincion. El santon Scherer y el mito a su alrededor son un capitulo tan patetico como el que mas en la politica mexicana. Que gente como Pasquin Beltran, Carlos Marin, Carlos Puig, Aguilar Camin, por no hablar del par de personajes publicos (ignoro si tiene mas hijos) que engendro y que serian una deshonra para cualquier padre promedio, hayan sido sus cercanos, lo define a la perfeccion. Pero le sucede como a otros izquierdosos famosos (ahi esta Arnaldo Cordova del que no puede uno evitar preguntarse, que tipo de educacion le proporciono a su vastago?), el amor al poder y sus beneficios les enceguece.