La bendición
Acostumbraba llevarle sopa caliente a una viejita que, todos los inviernos, pedía limosna cerca de mi antigua casa. Ella la recibía con una sonrisa, levantaba el tazón con las dos manos y decía:
-Gracias niña, que Dios la bendiga.
Era tan dulce su manera que le llevaba la sopa porque sus palabras me acariciaban y el día iba bien.
Este enero la recordé, porque salí a pesar del frío que se metía en los huesos. En la banqueta, vi un bulto alargado pegado a una pared y, miope y metiche como soy, me acerqué: era un indigente, se había envuelto los pies con periódicos, cubría su cuerpo con trapos y dos costales, su cabeza con algo semejante a un gorro de estambre; su cara, vuelta a la pared, no se veía.
“¡Ay!”, pensé, y comencé a revisar mi clóset con la mente: había allí un cobertor extra, bien calientito. Llegué a casa sin comentar nada con mi marido, porque los señores suelen obstaculizar cualquier iniciativa fuera de lo corriente, ¡o peor!, apropiarse de la situación con un amable: “Te acompaño”.
El hombre de la banqueta seguía dormido, así que intenté poner el cobertor sobre su cuerpo sin despertarlo, pero él, apenas sentir un toquecito en los pies, se incorporó violento, listo para defenderse. Me asustó lo repentino de su reacción, pero logré decirle:
-Nno no se espante, sólo quería taparlo porque el frío está muy cabrón. Dije: “muy cabrón” como un guiño para que no desconfiara de una señora “rica”, inmensamente rica comparada con él.
El viejo, porque era un viejo, de asustado y dispuesto a pelear para defenderse, me miró directo a los ojos; en los suyos, vidriosos y con un destello que no acierto a explicar, hubo algo que me hizo sentir agradecida y hermosa.
-Cámara -dijo sin dejar de mirarme. Se echó el cobertor en la espalda y asunto terminado.
“Cámara”. Me alejé de allí repitiendo esa palabra como si fuera un mantra, tratando de desentrañar el porqué la mirada del anciano me aclaró el alma. No profeso fe ninguna, que si lo hiciera, juraría que anduve un buen rato bendita por ahí; no soy creyente, pero hay bendiciones que…
Haiku
Hombre del blues,
mil notas hondas tocas
yo escucho luz.
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La belleza del compartir, el que no vive para servir, no sirve para vivir.
Tan acertado, son esas acciones las que dan vitaminas al alma y nos hace más humanitarios y menos egoístas.
Me encantó lo de no dar explicaciones a la pareja, justo así son la mayoría.
Las mujeres somos un corazón materno andando (tengamos o no hijos, nos preocupamos por los demás).
El haiku, perfecto, como suelen serlo.
El blues es la tirita que sana con sus notas la heridas que no se ven.
Fascinada de leerte.
Hermoso texto.
Sencillo pero profundo.
Claro que las bendiciones cuando salen de un corazón necesitado son satisfacciones muy íntimas.
Una acción tan simple que marca una gran diferencia en la cotidianidad!
Gracias al equipo de La Lupa por las ilustraciones tan acertadas a mis colaboraciones. ¡Feliz 2025!
“Se incorporó violento, listo para defenderse”. Detrás de esa reacción, hay una historia de batallas insostenibles, dolor y destrucción; vidas desechas que en el camino por sostenerse destruyeron a otros. Sin embargo…benditas las personas que sin permiso y quizá sin darse cuenta, con una manta les dan una oportunidad más.
Gracias Paty, tu texto me recordó que alguna vez amé a uno.
“cámara” con tu anécdota, muy bien bendecidos ambos, que manera de contar algo tan íntimo y público, felicidades por ser quien eres, miope y metiche la bendición no se hizo esperar, tanto para el como de para ti.
Bendita seas.
Y como postre ese Haiku queda como cereza en aquel pastel de vida, gracias por compartirnos esa extraordinaria experiencia, feliz 2025
Es la sstisfacción de hacet bien a quien más lo necesita.