CRÓNICA: JOSÉ ANTONIO GURREA C. / LALUPA.MX
“En la bella ciudad de Dublín / Donde las chicas son tan guapas / Puse mis ojos por primera vez en la dulce Molly Malone / Mientras rodaba con su carretilla / Por calles anchas y estrechas / Exclamando: ‘Almejas y mejillones, vivos, vivos, ¡oh!’ / ‘Vivos, vivos, oh’ / ‘Vivos, vivos, oh’…”
Son las 21 horas de un agonizante 2024 y el Taylor’s Irish Night ―un establecimiento dublinés a medio camino entre restaurante y pub― registra lleno completo. Arriba del escenario los músicos ―tres veteranos de mil batallas que responden al nombre de Retro― interactúan con el publico, e invitan a éste a entonar el pegajoso estribillo de “Molly Malone”: Crying, “Cockles and mussels, alive, alive oh / Alive, alive, oh / Alive, alive, oh…”
Sin complejo alguno, los parroquianos tararean el estribillo con sobrado entusiasmo, impulsados por las pintas de cerveza Guinness y los chupitos de espirituoso whisky nacional que ya han ingerido. Hay quienes a la primera de cambios sueltan “el gallo” y desentonan. Otros, por el contrario, cantan espléndidamente y prolongan el “ooooooooooooooooh” como si fueran integrantes de la Scala de Milán.
La canción, casi un himno en Irlanda, cuenta la historia de una pescadera del siglo XVIII (se desconoce si existió en realidad) llamada Molly Malone que presuntamente murió de una fiebre en plena calle. No se especifica qué clase de calentura la aquejó, pues los dublineses, tan proclives a la leyenda, aseguran que Molly ―cuyo fantasma, dicen, ronda por las noches― era comerciante de día y prostituta de noche.
No es casualidad que su estatua ―situada muy cerca de Temple Bar, el bohemio barrio donde abundan los pubs y se desarrolla la vida nocturna de la capital irlandesa― esté ataviada con un largo vestido de pronunciado escote. Hay una leyenda más que asegura que quien le toque el pecho derecho regresará a Dublín.
Pero Molly no es el único personaje que desfila durante esa noche invernal en el Taylor’s. Armados con instrumentos como silbatos, flautas, violines, guitarras y bodhráns ―un tambor grande y cubierto de piel de animal estirada que se puede tocar con una baqueta o con la mano―, los músicos traen a escena a otros protagonistas del cancionero popular irlandés como Danny Boy, Jack Duggan, Peggy Gordon o Tim Finnegan. La historia de este último causa la hilaridad de los presentes, quienes corean, ya entonados, el estribillo final: “Wasn’t it the truth I told you? / Lots of fun at Finnegan’s Wake”.
La canción cuenta la historia de Finnegan (“Tim Finnegan’s Wake” o “El despertar de Finnegan”), un dipsómano irredento, quien estando borracho se cae de unas escaleras y fallece. Durante el velorio la viuda da de beber whisky a los asistentes. Todos se emborrachan y comienza una batalla campal. Vuelan las botellas y una cae sobre el difunto, quien es ese momento resucita y enojado reclama el desperdicio del agua de vida (uisge beatha).
Aparecida a mediados del siglo XIX, “Tim Finnegan’s Wake” inspiró, en parte, la última novela que escribió James Joyce: Finnegans Wake. Sin apóstrofo el título cambia de significado: Los Finnegans se despiertan se refiere a todas las personas en una continua resurrección: vivir, morir, levantarse de nuevo, ya no únicamente al borracho renacido de la canción.
Dada la profusión imaginativa que muestra el cancionero popular irlandés (del que incluso un genio como Joyce abrevó), no extraña que esta ciudad ―cuya población urbana apenas rebasa, hoy, el millón y medio de habitantes― haya sido semillero de tantos destacados escritores. La lista es extensa: Samuel Beckett, Brendan Behan, William Butler Yeats, Georges Bernard Shaw, Oscar Wilde, Bram Stocker, John Millington Synge, Sean O’ Casey, Dorothy Macardle, Jonhatan Swift, Patrick Kanavagh, Sally Rooney, Maeve Binchy y, por supuesto, James Joyce. La relación incluye tres Premios Nobel de Literatura (Yeats, Shaw y Beckett), que puede escalar a cuatro si incluimos a Seamus Heaney, nacido en Irlanda del Norte.
Les escuché decir a unos viejos, muy viejos:
“Todo cambia, y nosotros
uno por uno desaparecemos”.
Sus manos parecían garras, y tenían las rodillas
torcidas como los viejos espinos
al la orilla del agua.
“Todo lo que es hermoso se aleja a la deriva
como el agua”.
W. B Yeats
En la ciudad del mundo con mayor número de escritores de renombre por metro cuadrado, los literatos aparecen no sólo hasta en la sopa, sino literalmente hasta en el agua embotellada. Llegando al hotel en la capital irlandesa es grande nuestra sorpresa al hallar en la habitación tres elegantes envases de agua marca W. B Yeats, con la destacada imagen del bardo en el frente. Se trata de una estrategia muy idónea. En algunos de los poemas más célebres del Nobel se hallan referencias al agua. Pero hay algo más: aunque Yeats escribió sobre el vino en “Una canción para beber” (“El vino entra en la boca, y el amor entra en los ojos / Esto es todo lo que en verdad conocemos/ antes de envejecer y morir”) fue uno de los pocos autores de la isla no tan afectos al alcohol y tampoco frecuentaba los pubs.
Por supuesto, se trata de una excepción, pues el pub y la escritura siempre han tenido una estrecha relación, sobre todo en Dublín donde los autores han sido clientes frecuentes de los cientos de abrevaderos que se despliegan por la ciudad ―con predominancia en Temple Bar― y han convertido a muchos de ellos en destacados escenarios de sus obras. Los pubs dublinenses suman actualmente 750, pero llegaron a existir más de mil.
Por ejemplo, James Joyce frecuentaba Davy Byrne’s; a Flann O’Brien y a Brendan Behan (a quien se debe la frase: “soy un bebedor con un problema de escritura”) les encantaba Neary’s; a Jonathan Swift, The Brazen Head; a Thomas Amory, Conniving House; a Oliver Goldsmith, The Reindeer; a Bram Stocker, Bleedig Horse; a Wilde y a Beckett, el Kenedy’s; a Patrick Kavanagh, McDaid´s, Palace Bar y Gravediggers, y a Flann O’Brien, el Grogan’s…
Y lo mejor: la mayor parte de esos lugares, algunos con más de 200 años de historia, se encuentran operando actualmente por lo que es viable realizar un extenso tour etílico-literario, donde atestiguamos la impronta de aquellos literatos (en algunos sitios hay placas que hablan de su presencia ahí, así como fragmentos de sus obras pintadas en la pared; en otros, se les rinde homenaje con lecturas y dramatizaciones), y descubrimos que en Dublín no sólo de Guinness vive el hombre, pues también hay excelentes cervezas color dorado o ámbar tipo pale ale o indian pale ale: espumosas, de alta fermentación, con buen cuerpo, intenso aroma a lúpulo y cítricos, notas frutales y 5 o más grados de alcohol. A años luz de las “descafeinadas” lager que dominan el mercado mexicano de la cerveza comercial (las artesanales se cuecen aparte).
En Ulises, la obra más influyente de la literatura irlandesa del siglo XX, Joyce hace decir a Leopold Bloom, su protagonista, que “un buen rompecabezas sería cruzar Dublín sin pasar frente a una barra”. Yeats casi lo logra, pero al final claudicó. Se cuenta que Oliver St. John Gogarty consiguió que el premio Nobel entrara al Toner’s. Una vez ahí, el poeta bebió un jerez, y solicitó a su acompañante salir del lugar. Nunca más volvió a visitar uno de esos sitios.
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PD1 Ávidos de más Dublín, de más leyendas, de más literatura y de más pintas de cerveza tipo Slout, días después de nuestra incursión en la capital irlandesa ingresamos al Molly Malone de Liverpool ―ubicado a escasas dos cuadras del icónico Cavern Club, desde donde Los Beatles salieron para conquistar el mundo―, ya en territorio de la pérfida Albión. Nuestras expectativas son muy altas, pero esto no es Temple Bar. Contrariamente a lo que anuncia el pub en sus redes sociales, no hay música en vivo, y la que sale de los altavoces parece haber sido seleccionada por un programador de Mix FM. Además, las mesas están vacías y los pocos comensales, que no pasan de cinco, bostezan en la mesa de billar que se halla en medio del lugar. Para comer, sólo hay cacahuates y papas fritas. No hay cerveza en los dispensadores y la que queda está insípida. Ante nuestro desconcierto, el barman se alza de hombros, hace una mueca y nos restriega que es miércoles, son las 23 horas y para colmo 1 de enero. “All the people are sleeping, They have a terrible hangover”, agrega. Terminamos nuestra pinta, abandonamos el lugar y nos internamos por Stanley St. en busca de algún pub donde la gente no duerma.
PD 2 ¿Dónde quedó la Irlanda del rock? ¿La de U2, The Cranberries, Sinéad O’ Connor, Bob Geldof, Van Morrison, Gary Moore, Thin Lizzy y un largo etcétera? Bueno, uno, como Flaubert, siempre espera regresar a los sitios donde ha sido feliz (luego de sus largas estancias por Egipto, Siria y Grecia, el escritor galo narra que viajaba en sueños a esos lugares para él entrañables). Tengo, pues, la esperanza de retornar algún día a Dublín y encargarme de esa asignatura pendiente. Buscando que eso ocurra he tomado algunas medidas. De entrada, debo confesar que le toqué los dos pechos a la exuberante Molly Malone, y no uno solo, como manda la tradición. Únicamente espero que su fantasma no me lo reclame.