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Orwell, orwellianamente político – Víctor Roura

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El literato, según George Orwell —fallecido hace 75 años el 21 de enero de 1950—, debe dejar claro que escribir es una cosa aparte de su ser político: “Y debe ser capaz de actuar cooperativamente mientras, si así lo decide, rechaza completamente la ideología oficial. Nunca debe dar marcha atrás a un tren de pensamiento porque lo puede llevar a una herejía, y no debe de importarle mucho que su herejía sea olfateada, como probablemente lo será. Probablemente sea incluso un mal signo en un escritor el que no se sospeche que es reaccionario hoy día, de igual manera que lo era si no se sospechaba que tuviera simpatías comunistas hace veinte años”.

      ¿Pero significa todo esto, entonces, que un escritor debería rehusarse no sólo a ser ordenado por jefes políticos sino también negarse a escribir sobre política?, se preguntaba orwellianamente Orwell para contestarse que ciertamente no: “No hay razón para que no escriba de la manera más crudamente política, si así lo desea. Sólo que debe hacerlo como un individuo, como alguien de afuera, cuando mucho como un guerrillero no bienvenido en los flancos de un ejército regular. Esta actitud es muy compatible con la utilidad política ordinaria. Es razonable, por ejemplo, estar dispuesto a pelear en una guerra porque uno piensa que debe ser ganada y al mismo tiempo rehusarse a escribir propaganda de guerra. A veces, si un escritor es honesto, sus escritos y sus actividades políticas pueden de hecho contradecirse mutuamente. Hay ocasiones en que ello es simplemente indeseable, pero el remedio entonces no es falsificar los propios impulsos, sino permanecer callado”.

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Decía Orwell —en sus Ensayos escogidos (Sexto Piso Editorial, 2003)—que sugerir que un escritor creativo en tiempo de conflicto debiera dividir su vida en dos compartimentos podría parecer derrotista o frívolo, y, aun así, el escritor británico de origen hindú no veía qué otra cosa podía hacer el escritor en la práctica: “Encerrarse en una torre de marfil es imposible e indeseable. Ceder subjetivamente no a una maquinaria partidista sino a una ideología de grupo es destruirse a sí mismo como escritor. Sentimos este dilema como doloroso porque sentimos la necesidad de involucrarnos en política al tiempo que vemos el asunto sucio y degradante que es. Y la mayoría de nosotros aún tiene la sensación de que toda elección, incluso toda decisión política tomada, es entre el bien y el mal, y que si una cosa es necesaria entonces es correcta. Debemos, creo, deshacernos de esta creencia que corresponde al jardín de niños. En política, uno nunca puede hacer nada excepto juzgar cuál de los males es el menor, y hay ciertas situaciones de las que uno sólo puede escapar actuando como un lunático o como un demonio”.

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La guerra, por ejemplo, puede ser necesaria, “pero ciertamente no es correcta ni cuerda. Incluso unas elecciones generales no son exactamente un espectáculo placentero o edificante. Si debes tomar parte en tales cosas (y creo que en efecto debes, a menos que estés acorazado por la vejez, por la estupidez o por la hipocresía) entonces debes de mantener una parte de ti mismo inviolada”.

      Para las más de las personas, decía Orwell, y razón tiene, “el problema no se presenta en la misma forma porque sus vidas están divididas de entrada. Sólo están realmente vivas en sus horas de ocio, y no hay conexión emocional entre su trabajo y sus actividades políticas. Tampoco se les solicita generalmente que se degraden como trabajadores en nombre de lealtades políticas. Al artista, y especialmente al escritor, se le pide justo eso. De hecho, es lo único que los políticos le piden”.

      George Orwell decía las cosas tal como las pensaba, sin ocultar nada, sin esperar una recompensa ni que una poderosa influencia lo colocara en alguna privilegiada cúpula cultural (su crítica era tan enraizadamente pluralista que a su propio amigo, el también autor inglés Cyril Connolly, lo incluyó con crudeza en uno de sus ensayos sin perder jamás ambos su recia amistad, lo que habla muy bien tanto de Connolly como del propio Orwell).

      En sus “Notas sobre el nacionalismo”, escrito en 1945, ya percibía el ejercicio intelectual como un tácito acomodamiento a los poderes oficiales: “Los comentadores políticos y militares —decía Orwell—, como los astrólogos, pueden sobrevivir a casi cualquier error, porque sus seguidores más devotos no les piden una apreciación de los hechos sino un estímulo de sus lealtades nacionales. Y los juicios estéticos, especialmente los juicios literarios, se suelen corromper de la misma manera que los políticos”.

      Y es cierto: se piensa en la historia en gran parte en términos puramente nacionalistas: de ahí que cosas tales “como la Inquisición, las torturas de la Star Chamber, las hazañas de los bucaneros ingleses (sir Francis Drake, por ejemplo, que era dado a arrojar prisioneros españoles vivos al mar), el reino del terror, los héroes del motín volando cientos de indios desde los cañones, o los soldados de Cromwell tasajeando las caras de las irlandesas con navajas, se vuelven moralmente neutrales o incluso meritorias cuando se siente que se hicieron por una causa justa”.

      Si tales hechos, tales atrocidades y barbaries, eran reprensibles, o si habían ocurrido realmente, “se decidía siempre de acuerdo a la predilección política”, sentenciaba sabia aunque atrozmente Orwell.

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Last modified: 22 enero, 2025
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