HISTORIA: MERCEDES CORTÉS MORA /LALUPA.MX
FOTOS: DIANA HERNÁNDEZ
De 5:30 a 9:00 de la mañana, José Cruz Avendaño Avendaño habita su taller oculto en las orillas de la antigua Hacienda La Esperanza y acompañado de café dibuja flores, mariposas, y animales en lienzos de cerámica, especialmente pájaros azules, símbolo de la felicidad.
Cuenta ya con 38 años de experiencia, pero ni sus niveles de maestría, ni el éxito de su empresa lo azuzan a aumentar las horas de descanso. Trabaja alrededor de 18 horas al día; ocho de las cuales dibuja, el resto crea, administra, supervisa y promociona.
No hay anuncio en la fachada de su taller en la comunidad de La Esperanza, en Colón, que indique que detrás del zaguán se fabrican alrededor de 15 mil piezas de cerámica por mes, tampoco se podría adivinar en su manera de referirse a los demás que don Cruz es el autor de vajillas que adornan casas de alcaldes estadounidenses y ex presidentes de la República.
Sin embargo, nos recibe y nos guía para explicarnos a detalle cómo se elabora una pieza de cerámica libre de plomo, de diseños auténticos y fabricación artesanal.
Primero, don Cruz nos señala el camino hacia la barbotina, una mezcla de arcilla y agua que se revuelve hasta conseguir una consistencia uniforme y adecuada para depositarla en los moldes. Miles de moldes apilados en columnas que constituyen un catálogo de incontables productos.
Tazas, saleros, dedales, platos, platones, ceniceros, llaveros, imanes, vasos tequileros, botellas, licoreras, alajeros, cucharas, alcancías, cruces, macetas y hasta muñequitas Lelé, se dispersan coloridas en la estantería que se encuentra al cruzar el área de envasado y lijado.
Mientras encabeza el recorrido, don Cruz explica que requiere más de una decena de empleados alcanzar los niveles de productividad necesarios para hacer marchar la empresa; hay quienes se responsabilizan de la borbotina y el vaciado, -procedimiento del que nada se desperdicia pues los residuos pueden tener varias vidas- otros de lijar los bordes, los experimentados introducen las piezas en el horno, algunos pintan, otros colocan el estampado y algunos más se encargan de la administración, la contabilidad y el diseño de estrategias de ventas.
Continuamos el recorrido y nos coloca frente al horno más grande de una triada, don Cruz escudriña entre recuerdos para hablar de la medalla plateada que mereció en 1993, durante el sexenio del ex gobernador Enrique Burgos, por la construcción de una maquinaria que ardía a mil 300 grados centígrados prescindiendo del 80 por ciento del combustible comúnmente requerido y liberando del exceso de plomo la atmósfera en la que 500 piezas dejan de ser arcilla para convertirse en cerámica.
Lo construyó, dice, luego de descubrir que otros países ya trabajaban con ésta tecnología, sin experiencia ni un gran conocimiento pero sí la suficiente dosis de ingenio y decisión para hacerlo realidad.
Con tino perfeccionista, toma entre sus manos algunas piezas defectuosas y las sortea para encontrar alguna que ejemplifique un accidente, señala un brillo escaso o un color pálido, las compara, continúa, profundiza y la explicación se convierte en el diálogo preliminar de la historia de los diseños y motivos.
Señala las ilustraciones insertadas en la cerámica mediante estampas y arroja luz sobre su objetivo de fabricar objetos tradicionales mexicanos. Predominan los colores brillantes: azul, rojo, amarillo, anaranjado y en medio de sus márgenes, dichos y refranes mexicanos.
Centenares de piezas alojan la imagen tradicional del mexicano, dos hombres con sombrero ataviados de sarapes, sombrero y huaraches se botan de risa entre magueyes y tequila; otros abren surcos en la tierra a fuerza de dos burros y hay mujeres que despliegan la falda de su vestido arropadas con rebozos y peinadas con trenzas y listones.
Imágenes esparcidas en el área de serigrafía, donde también se aprecian estampados de grandes marcas tequileras y refresqueras como Coca Cola, distintivos de gobiernos municipales y estatales y varios diseños personalizados.
Habla entonces de los dibujos realizados a mano alzada y constata que en Cerámica Santa Cruz, el único dibujante es él, no por razones de ego o vanidad, sino por tratarse de una tarea que exige de la ecuación: sensibilidad, precisión, experiencia y agilidad.
Nos conduce al taller secreto y al llegar se sienta a la luz de una pequeña lámpara, toma con una mano una taza blanca a manera de lienzo y con la otra remoja su pincel de pelo de gato para delinear aves que posteriormente se teñirán de azul.
“Yo me encuentro aquí en este rincón con mis pinceles, es uno de los lugares que más disfruto en la vida, solo sin nadie. A veces acompañado con un café, a veces con un tequila.
“Aquí me la paso muy bien. Quiero dejar los pinceles hasta que ya no vea o hasta que ya no pueda sostenerlo no tengo una fecha de jubilación”, advierte.
Desentraña sus pasiones y se remonta al origen, 38 años atrás cuando decidió caminar a paso firme sobre este camino, influenciado únicamente por su cuñado descendiente de ceramistas jaliscienses, sin experiencia ni formación formal, únicamente con los rasgos disciplinarios y perseverantes de un emprendedor.
“Yo decidí rehacer mi vida y no contaba absolutamente con nada, más que con mi trabajo e incursioné en varios trabajos, participé mucho en la ganadería, en la veterinaria, agricultura, en el comercio pero me llamaba mucho la situación de la cerámica”.
En virtud de una decisión tomada con valor, Cruz Avendaño asegura que abandonó todo, invirtió todos sus ahorros, pidió dinero prestado y depositó sus esperanzas en hacer florecer la empresa.
“Empezamos a soñar hasta que finalmente lo hicimos y empezamos nuestras piezas, yo las veía rete feas pero tuvieron éxito porque recuerdo que la primera hornada que logramos sacar la vendimos en la Ciudad de México a la primera persona que se lo ofrecimos, nos compró todo y eso nos dio mucho gusto”, rememora.
Un buen augurio para lo que posteriormente se convertiría en un referente de la producción artesanal del estado de Querétaro a los ojos de México.
Entrados en calor, siguieron años de jornadas de trabajo de 18 horas, la perfección de la técnica, la capacidad de pintar cientos de animales, especialmente pájaros azules, por día y calibrar la producción para obtener ganancias, pues, asegura que el secreto de éste trabajo no estriba en lo bonito que se pinte sino en la velocidad que garantice un sistema redituable.
“Tazas como estas para que él –señala a un artesano- pueda desquitarlo de su sueldo tiene que hacer 400 por día porque si no nos salimos de los costos y ya no funciona para pagar sus sueldos y su seguro social. Eso con la ventaja de que no pagamos renta, el edificio se fue haciendo a lo largo de la historia” reflexiona.
Cerca de las cuatro décadas de oficio ¿qué logro recuerda con especial cariño? se le cuestiona y responde sin levantar el pincel: “Recuerdo en una época, esto fue en la administración de Enrique Burgos, vinieron y me dijeron: don Cruz, el Señor Gobernador le quiere regalar una vajilla al señor Gobernador de Wisconsin en la Feria de Querétaro.
Me pasé las noches pensando y se lo hicimos con las iniciales TGT. Tommy G. Thompson.
Era un viernes en la mañana cuando llegué al palacio de gobierno y la recibió personalmente el licenciado Burgos y al final de cuentas me pidió que lo acompañara cuando lo entregó y bueno, yo me sentí muy ancho”.
Ríe y termina su dibujo; confiesa que ya son varios los años que abandona su casa cuando su familia duerme y duerme cuando regresa, sin embargo, no le pasa por la mente una jubilación o recreos prolongados; asegura que Carlos Salinas de Gortari tiene una vajilla con su nombre realizada por él, también don Fidel Velázquez y toda una generación de la cámara de senadores, sin embargo, nunca es suficiente para tomar su pincel y dibujar pájaros azules.
“Esto que estaba pintando es lo que siempre he pintado, pájaros, flores, mariposas. Muchos pájaros azules porque el pájaro azul es el símbolo de la felicidad y la verdad a mi sí me ha hecho muy feliz el poder hacer esto”.