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Desde antes de que naciera el año 2025 fue inaugurada una tienda Tres B en la Avenida Oriente 172 de la colonia Moctezuma… ¡aun sin la instalación pertinente de la corriente eléctrica en el local comercial!, para lo cual el empresariado, sin empacho alguno, colocó una planta de luz —¡en la mera calle!— causando a los vecinos (a su lado un restaurante que ahora cierra su puerta cuando antes permanecía abierto todo el día y en frente un hospital ocasionando ahora a los dolientes, no sé, ruidosas turbulencias en los oídos) un escándalo sonoro, o un palpitante estrés, desde antes de las 7 de la mañana hasta casi las 23 horas… ¡cotidianamente!
Si uno desea pintar la fachada de su casa… ¡es necesaria la autorización de la alcaldía respectiva para llevar a cabo tal derecho ciudadano para no estorbar la vía pública! (además de que ningín vecino demandaría por tal quehacer ciudadano), acto impensable —el de pintar una fachada— sin una aportación económica sobornadora para las autoridaes, ¡pero la Alcaldía Venustiano Carranza permite que una planta de luz se halle en la calle de una avenida principal del barrio seguramente (¡porque no hay otra opción viable para tal desparpajo comercial!) a cambio de una suntuosa mordida corruptora! Porque, de otra manera, nadie, nadie, se explicaría tal displicencia de la autoridad correspondiente.
Pero, me dicen, la dichosa planta de luz no rebasa (¡en plena vía pública!) el número de los decibeles permitidos en una urbe, que es, según el artículo 11 de la ley asignada, de 68 dB “en fuentes fijas”.
—Pero yo no tengo, ni voy a comprar, un aparato para medir los decibelios sucedidos en mi entorno —digo, afligido.
—Si tu sensibilidad es harto delicada, Roura, no es problema de la alcaldía —me informan—. Además, si no hay una denuncia formal no es posible hacer nada.
—Pero si la alcaldesa Evelyn Parra Álvarez viviera en frente de esa tienda otro acontecimiento pasaría…
—Pero la alcaldesa no vive ahí…
—Pero si viviera…
—Pero no vive ahí…
Pero, pero, pero.
(¿Una demanda formal en estos tiempos cuando nadie quiere formalizar asuntos donde el tiro le podría salir por la culata?, ¿si no hay una denuncia formal de un acto indebido entonces la Alcaldía prefiere mejor mirar hacia otra parte?, ¿si a diario se asesina en cierta esquina de una calle la policía, ante la falta de una denuncia formal, mejor atiende otros asuntos pendientes sin reparar en las muertes cotidianas?)
Debiera uno saber, me comenta aquí entre nos un amigo, que las territoriales de cada alcaldía se inventaron justamente para ser corrompidas: de acuerdo al sablazo económico se actúa en consecuencia.
Porque la corrupción ahí está para no ser percibida, ni detectada, ni rebatida: como siempre se ha dicho, en México existe la corrupción, pero no los corruptos.
Simplemente está la corrupción allí, en silencio, inconceptualizada, para generar satisfactores imprevistos, casuales, repentinos, fortuitos, impensados, hasta cierto punto inopinados, insospechados y, por supuesto, imprevistos e inesperadamente concretados.
(¿Esta planta de luz en plena vía pública, a media cuadra del Eje 1 Norte, va a estar ahí, sin la instalación eléctrica correspondiente, de por vida?)
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El anterior texto salió en este portal la semana pasada, y no ha sucedido absolutamente nada: la planta sigue en la calle, el ruido continúa de manera impertérrita cada día de la semana.
Clara Brugada fue festejada, el domingo 26 de enero en el Auditorio Nacional, por sus primeros 100 días como jefa de gobierno de la Ciudad de México, donde se resaltó, entre otras varias cosas loables, la difuminación de los actos corruptos en el servicio público.
Bien.
¡Pero la planta de luz se mantiene en el mismo sitio a plena luz del día y a plena oscuridad de la noche, porque a nadie le interesa incomodar al empresariado nacional!
Sigamos, pues, con esa portentosa planta de luz en la calle, sigamos con ese ruido cotidiano —a consecuencia de la planta— aunque afecte a los niños (aquí seguramente las autoridades me pedirían un comprobante formal de esta insanidad), sigamos con ese descalabro sonoro que sólo es molesto por dieciséis horas todos los días (¡dieciséis horitas, carajo, nada más!)…
Finalmente, me dicen, hay que vivir de acuerdo a la ensoñación científica:
—Los pasos agigantados de la tecnología, Roura —me zarandea verbalmente un amigo—, nos hacen vivir tiempos impensados: ¿quién iba a imaginar que una hermosa planta de luz sería instalada en plena vía pública? Ni los grandiosos hacedores de las películas Volver al futuro habían predicho tal arrebatadora hazaña…
En efecto, vivimos otros tiempos.
(Me dicen que hay otra planta en las calles de Arco de Belén en la Ciudad de México y nada se ha hecho contra tal contrariedad, me dicen que sería conveniente que mi denuncia, mejor, la remitiera a la Comisión Federal de Electricidad que es la que no ha atendido debidamente las demandas de los comercios, me dicen, me dicen, me dicen… lo cierto es que en todo este embrollo resalta, silenciosamente, el dinero que se halla en medio de estas contiendas donde la gente es lo que menos importa: que ella, la gente, es la que siempre paga las consecuencias de la inconsecuente política.)