Con esta «no crónica», como la tituló su autor, comenzamos la publicación de las «Cartas desde la cuarentena», un ejercicio coral realizado por colaboradores y amigos de LaLupa.mx. El objetivo no es otro que compartir experiencias, visiones y emociones sobre la pandemia en estos días de encierro e incertidumbre. Estamos ciertos que en estos inéditos tiempos que parecen extraídos de una obra de Wells, Orwell, Asimov o Dick –¡un mundo donde besos y abrazos nos pueden matar!– este diario colectivo será un espacio de reflexión que contribuirá a generar empatía.
La gran dificultad de escribirte una crónica de esta cuarentena reside en la esencia del género mismo. Una crónica narra un viaje, aunque no siempre geográfico, que está salpicado de personajes interesantes y hechos sorprendentes. Quien escribe nos cuenta algo que muy pocas personas vivirán.
Y la cuarentena es una experiencia demasiado general para ser emocionante por sí misma. Siguiendo el pensamiento de Roger Caillois, podemos imaginar que la crónica es una forma de la novela porque narra acciones y presenta actores muy distintos a la experiencia directa de quien la lee.
Si la escribiera una doctora o un enfermero que ven en los ojos de los enfermos la muerte que se asoma sería no sólo crónica de verdad, sino emoción de primer orden.
Así esta no crónica sólo puede ofrecerte el recuento de un hombre común que va con millones en un avión en medio de la turbulencia en aumento, que no controla el rumbo y a quien sólo le corresponde obedecer las órdenes del capitán.
Un capitán médico que se ha vuelto fenómeno mediático. De la oficina de gobierno a los memes.
Soy casero. Si bien me gusta viajar por el país no tengo problema en encerrarme en mi casa. El traerme trabajo al hogar es una vieja costumbre, así que adoptar la rutina diaria no ha sido gran problema.
Cierto que ahora escucho las conferencias o noticieros mientras barro, trapeo o lavo trastes. Pero no es en sí un gran cambio.
Ser de redes (como probablemente también lo eres) no me sustraigo al estruendo diario que a golpes de bits demuestra la grandeza y la ruindad de que somos capaces como humanidad. Pero ni tú ni yo podemos ser ingenuos y esperar otra cosa de aquello que se escribe con la pura emoción del momento o el cálculo que suele ser interesado.
Ya lo dijo Herbert Hart: no somos ni ángeles dispuestos a perdernos para ayudar a los demás, ni demonios que aceptarían condenarse si arrastran cuantos puedan.
Esto podría darte la impresión de que soy un misántropo a quien el encierro no le representa nada. No. He notado que estoy más al tanto de los privilegios que me permiten trabajar desde casa, de la necesidad de la solidaridad de barrio, de comunidad.
También he notado que mi tendencia natural a leer libros de viajes e historia se ha acentuado. Tal vez sea un mecanismo inconsciente para alejarme de una realidad que no controlo y en la que mi intervención es muy menor.
La solidaridad, palabra que mereció una canción en un sexenio no olvidado ni olvidable, se manifiesta como una necesidad. Tú y yo tenemos a alguien cercano que ahora necesita ayuda, un pariente o amistad que pierde su trabajo, un negocio en la colonia que no queremos que desaparezca (y si no lo tenemos, lo somos) ¿Qué hacemos? ¿Ayudamos en esa medida pequeña que es la diferencia dramática para quien la recibe?
Podría hablar de reuniones virtuales, de eventos que organizo explotando esa tecnología tan útil que se ha vuelto a la vez la nueva frontera entre quienes tienen internet y quiénes no. Pero no lo haré.
Regreso a mí no crónica. Como tal vez te pase me cuesta trabajo dormir; a mi sueño ligero y mi insomnio entrañable he sumado superficialidad y horas, que a veces combato exitosamente con una doble dosis de té y Borges
Té caliente con un poco de leche deslactosada. Mi hijo dice que no es leche y tiene razón.
Lo de Borges no lo tomes como un rasgo de presunción; es algo más sencillo: el ciego luminoso hablaba con voz baja y ritmo monótono que relajan. Te sugiero intentarlo, busca sus conferencias y ponlo para desestresarte, es muy probable que te funcione.
No ofendo al Maestro al recomendarlo como relajante.
Sigo con mis clases en la Facultad de Derecho, aprovechando la plataforma que ya usaba desde antes del encierro común. Pero sé que no todas y todos los estudiantes tienen acceso al Internet, así que esto obliga a no penalizar los trabajos faltantes como si estuviéramos en clases presenciales.
El trabajo sigue. Soy burócrata electoral y el Instituto en que trabajo sigue su marcha. Así es lo comicial, no se detiene; pero de nuevo la tecnología (¿a ti también te hace más fácil la vida a la vez que te encadena?) permite seguir, avanzar hacia el proceso electoral que inicia este año en Querétaro.
Mi gata me observa con ojos extrañados, debe pensar que invado su espacio y atento contra su intimidad. Como mi hijo con la leche deslactosada, ella también tiene razón.
Quisiera hablar de series, pero no las veo. Recomendar un libro, pero si no te conozco ¿cómo puedo tener la soberbia de sugerirte un texto? Ya sé, me contradigo porque hace unas líneas te sugerí al Borges orador como relajante; pero recuerda la afirmación de Whitman: “me contradigo muy bien. Contengo multitudes.” También eres todos.
Dejo aquí esta no crónica. Tengo que revisar unos documentos, lavar trastes y ponerle comida a la gatita. Este señor de mediana edad debe cumplir sus obligaciones.