Confieso que vi la ceremonia del Oscar con el anhelo de que ganaran los mexicanos seleccionados en la categoría de Mejor Sonido, por la película El sonido del metal. ¡Y ganaron! Aunque también quería ver el momento en que anunciaban como Mejor Película de Animación a la cinta Soul, que me fascina. Y así fue. Mi gran desilusión fue ver cómo le negaron la estatuilla de Mejor Documental a la película chilena El agente topo, dirigida por Maite Alberdi.
Si no la han visto, espero que este texto los motive.
La película es la aventura de un hombre en busca de la verdad. Sergio Chamy, un señor de más de 80 años, encontró en los avisos de ocasión del periódico el anuncio de un empleo justo para su edad. Aunque el trabajo no era nada fácil, debía internarse por tres meses en un asilo de ancianos para descubrir si una interna en específico era maltratada en el lugar.
Don Sergio tuvo que aprender a hacer videollamadas, mandar audios de voz, cosas muy sencillas para las nuevas generaciones, pero para él no. También tenía que memorizar claves para comunicarse, además de hacer bitácora con los reportes diarios de sus indagaciones. Y todo eso para convertirse en el informarte de un detective profesional, Rómulo Aitken.
Así, Sergio pasó de ser un hombre retirado que recién perdió a su esposa, a un agente topo. Sin mucha pericia en el oficio, pero con una simpatía y alegría por la vida, poco a poco se fue acercando a las internas del asilo; al parecer no era un sitio exclusivo para mujeres, en el filme se ven mayoritariamente los rostros de ellas, porque su “blanco” era una mujer.
Entre todas las historias de las residentes, hay situaciones comunes que derivan en la soledad y el abandono por parte de los hijos. El agente topo, en busca de cumplir con su misión, escuchó sus historias, se preocupaba por la salud de ellas, y se hicieron amigos. Una terminó enamorada de él, porque es todo un caballero.
Otra de las residentes, Petronila A, a quien llamaban Petita, se mostraba como una mujer con alma de poeta. Siempre que había visitas era la encargada de recibirlos con poesía.
“Voy a brindar por la vida./ Cuando hay comprensión y amor, /no se siente ni un dolor ni duele ninguna herida,/ el vivir bien nos convida una florida vejez,/ el trabajo y la honradez al hombre dan alegría/ y se termina la vida con la mayor fluidez”, le recita a don Sergio cuando se conocen.
Qué buena memoria, la felicito, le dice admirado, porque recita el poema sin leer y sin trastabillar. ¿De quiénes son los versos? Eso aún lo estoy investigando. Qué mala detective soy. En otro momento de la película, don Sergio le dice a Petita: Me gustan los versos suyos, ¿sabe por qué? Porque riman bien. Hay versos que a mí en realidad no me gustan porque no riman. Si no riman no me gustan. Así no valen la pena, asegura Petita.
Y le recita otro poema, uno dedicado a la juventud, especialmente a aquellos muchachos que todavía tienen padres. Aquí unos fragmentos que Petronila reza de memoria, obra original de Heinrich Neuman.
“Si tienes una madre todavía,/da gracias al señor que te ama tanto,/ que no todo mortal contar podría/ con dicha tan grande ni placer tan santo/. Si tienes una madre… sé tan bueno,/ pues la que un día te llevó en su seno,/ siguió sufriendo y se creyó dichosa,/ veló de noche, trabajó de día,/ un cantar en su labios te dormía/, y al despertar sus labios te besaban/.
Mas si al cielo se fue… y en tus amores/ ya no la harás feliz sobre la tierra,/ deposita el recuerdo de tus flores/ sobre la loza fría que la encierra/. Es tan santa la tumba de una madre,/ que no hay al corazón lugar más santo,/ cuando espina cruel tu alma taladre/ ve a derramar, allí, tu triste llanto”.
Ella le confiesa a Sergio que aunque sus hijos no la van a ver, no les reprocha nada, porque están viviendo lo que les corresponde con su propia familia. “Es cruel esta vida después de todo”, dice.
El silencio se hace presente en la película. Minutos después se anuncia la despedida de la mujer poeta. Un adiós definitivo. Sergio termina con su investigación y sale también del asilo. Con los créditos sobre el color negro, que anuncian el final de la película, comencé a preguntarme: ¿Qué poetas chilenos eran los favoritos de Petita? Seguro Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Violeta Parra. ¿Pero quién más?
Y la pregunta que más me resuena: Si Petita tenía una libreta especial con sus escritos o un archivo con poesía propia, con su despedida, ¿en manos de quién quedó esa obra? ¿Y cuántos poetas más han quedado en el olvido, aquí, en Chile, en el mundo?