FADE IN
“Lo de menos era empezar
con un autorretrato.
Pero, francamente, no tengo cara
para hacerlo”.
Francisco Hernández (Portarretratos).
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Cuando era niña, aún un bebé de brazos, cuenta mi madre, llegó a la casa un fotógrafo que ofrecía una sesión para niños, con la entrega final de un cuadro de impresiones de caritas, a un peso (moneda de aquel entonces). Mi madre aceptó la oferta. Me puso el mejor vestido mientras el fotógrafo acomodaba su cámara en la pequeña sala. La sesión de fotos duró sólo 10 minutos. Mi madre pagó el peso acordado y dentro de una semana el señor volvería a casa con mis retratos. El hombre jamás volvió.
Mi madre dice que era un ladrón. Yo tengo tres teorías. El hombre no volvió, porque en alguna casa que visitó, después de la nuestra, fue abstraído por un marco de energía pasada o futura, y comenzó un viaje en el tiempo. Quizá un día, un anciano toque a la casa para entregarnos las fotografías. Segunda, no volvió porque murió en algún accidente del que nadie se enteró. Mi tercera teoría es que el hombre era un coleccionista de fotografías (al estilo Nino de la película Amelie). Y la niña que fui ahora está en un archivo de retratos, mirando las caritas de bebés y otros seres desconocidos.
***
Escribía estas líneas para una serie autobiográfica, y la historia me hizo recordar el poemario “Diario sin fechas de Charles B. Waite”, de Francisco Hernández, publicado por Almadía.
Charles B. Waite era un fotógrafo estadounidense que llegó a México a finales del siglo XIX. Parte de su trabajo, explica el mismo poeta como nota introductoria del libro, se encuentra en la Fototeca Nacional, en Pachuca, Hidalgo. “Y al igual que a Lewis Carrol, le resultó fascinante fotografiar niñas, al grado de haberse apropiado de algunas de su compatriota W. Scott”.
El poemario es un álbum que revela, toma (verso) a toma, la magia y fascinación de la fotografía, el claroscuro de un ser que se dejó seducir por esa magia, entendida como un acto poético. Es el diario imaginado de un artista que, tras la cámara, ocultaba sus verdaderos deseos. Un ladrón de almas, un ladrón de fotografías, y un fantasma que reaparece en cada vuelta a la hoja del álbum-poemario.
No sólo en “Diario sin fechas de Charles B. Waite”, en un vistazo a la obra de Francisco, poeta de San Andrés Tuxtla, nacido en 1946, se nota una hermandad entre la imagen (foto) y la palabra. Una complicidad que también busca lo eterno.
Francisco Hernández es autor de varios libros de poesía, como “Imán para fantasmas”, “La isla de las breves ausencias”, y más recientemente, “Una forma Escondida tras la puerta”, publicación con el sello de la Universidad Autónoma de Querétaro. “Antojo de trampa” es una antología publicada por el Fondo de Cultura Económica que permite ver como en panorámica de la obra del poeta y constatar esa fascinación de hacer del poema una fotografía y viceversa.
Aquí, algunos poemas de “Diario sin fechas de Charles B. Waite”:
“Para mí, la cámara es un cuaderno de notas…”
HENRI CARTIER-BRESSON
UNO
Te lo confieso a ti,
porque no te conozco ni me conoces.
A ti, que ignoras mi procedencia,
el mapa de mis rasgos faciales y el paso ligero
“de mis raíces sin rumbo”.
Cámara en mano, futuro en mente,
me interno por estos laboratorios
volcánicos y pantanosos,
dispuesto a disparar contra los muros
de un idioma que se resiste a quedarse quieto
entre los labios.
NUEVE
¿Cómo acercar sin cámara el paisaje?
¿Quiénes van a cambiar, con mirada objetiva
o sin ella, la maldición de esta pobreza?
Las variaciones de luz no coinciden
con las variaciones del día.
Ellas observan, sin ojos al observador.
Conscientes de su transformación
en animales, nubes embravecidas
se me van de las manos.
Yo únicamente soy el observador.
Y desde su estómago vacío
ellas lo saben.
VEINTIOCHO
¿Por qué se me adelanta Scott al descubrir
lugares, encuadres o alumbramientos?
¿Cómo se atreve a querer flotar
en los sudores de las niñas?
Le deseo la peor maldición para un fotógrafo.
Él debe saber a lo que me refiero.
TREINTA Y CINCO
Fotografiar el sonido del viento, sus ráfagas,
no el entrecruzamiento de las ramas.
O una larga fila de mis antepasados y no la música
compuesta para enloquecer a las cuerdas.
O la oreja del mico que ya viene en camino
para endulzarme y no la última gota de sangre
del corazón.