El 20 de agosto del 2016 falleció Ignacio Padilla. Él era uno de los invitados del primer Hay Festival Querétaro (festival que ahora se realizará en línea, ni viajes ni presentaciones en físico). Al conocer la noticia de su muerte, lo primero que recordé, con mucha nostalgia, fue un viaje a Argentina que hice junto a mi amiga, la periodista Lorena Alcalá. En la capital hay muchos sitios para visitar, pero dedicamos varios días a inspeccionar a detalle sus librerías, la más famosa y hermosa El Ateneo.
En Corrientes, una de las principales avenidas de Buenos Aires, hay una gran cantidad de librerías y las recorrimos al azar, tratando de cumplir con la lista que cargué desde México, con peticiones propias y de amigos, principalmente de Luis Alberto Arellano (1976-2016). En nuestro último día, cuando ya teníamos las maletas llenas de libros, dimos un último paseo por las tiendas más pequeñas, ahí encontré “El daño no es de ayer”, de Ignacio Padilla, que se imprimió en Argentina (octubre 2011) como parte del Premio de Novela La otra orilla. De inmediato me lancé sobre el libro. ¡Qué emoción! Sentí como si me hubiera encontrado al propio Nacho. Uno de esos encuentros que sólo puedes explicar como un acto del destino. Entre la emoción también surgió una duda: ¿Comprarlo, o no? El libro aún no salía en México y tardaría meses. Pero un libro más podría reventar la maleta. Decidí comprarlo y regresar a México con el ejemplar en la mano.
En el vuelo de regreso pensaba que tal vez, en una de las presentaciones o conferencias de Nacho, podría acercarme para que me firmara el libro y aprovechar el momento para contarle que en el último día de aquel inesperado viaje, encontré su novela. Quizá también le platicaría que en esa aventura nos topamos con mucha gente que, sin conocer que nosotras éramos de Querétaro, hacían referencia a nuestra ciudad. Como el cantante de tango, en el barrio de La Boca, que dijo que lo habían invitado a cantar aquí. O el chico de joyas artesanales, en San Telmo, que intentó vendernos un collar con piedras que había conseguido en la Sierra Gorda.
Aunque a Nacho lo vi muchas veces, nunca llevé “El daño no es de ayer” para la firma y nunca le conté esas rarezas de mi viaje. Pensé que siempre iba a estar ahí (aquí), presentando libros, dando conferencias. Y en cualquier momento podría hacerlo. “Pero el destino no es de fiar”.
PASOS MÁS ATRÁS
En octubre del 2010, luego de la presentación en Querétaro de su libro “Arte y olvido del terremoto”, me acerqué a Ignacio Padilla (1968-2016), Nacho, como todos le llaman y lo recuerdan, para entrevistarlo. Tenía una serie de preguntas, aunque en realidad me importaba una en específico, ¿simple?, sí: ¿qué debe hacer un joven escritor para sobresalir en el medio? En ese entonces, luego de una gran pausa, yo había vuelto a la escritura.
Esperaba una respuesta clásica: leer mucho, leer de todo, escribir pero sobre todo corregir, entrar a talleres, buscar medios para publicar. Todo eso que recomiendan otros escritores. Pero lo que Nacho contestó fue: VIAJAR. Y para los que son de Querétaro: IRSE DE QUERÉTARO.
“Al extranjero, a otros países, a otros estados, a otras ciudades, tiene que viajar, educarse, sacudirse de las tentaciones de acomodarse en la ciudad de provincia. Para volver un día a engrandecer el medio literario del bajío tienes que haber pasado por Francia, China, España. Temo que los escritores queretanos por el ‘capillismo’ al que se están acomodando les ha faltado valor y se están quedando chiquitos con lo que están haciendo los tapatíos, los potosinos, los celayenses, están demasiado a gusto los escritores queretanos hoy en día”.
– ¿Y cómo es que el joven escritor queretano tiene que sacudirse esos espectros y cordones umbilicales ?
“Que tengan el valor, tengan las agallas y los medios para irse de aquí, eso es lo mejor que puede hacer un escritor queretano. Temo que el medio literario, sobre todo las nuevas generaciones, tienden a acomodarse pensando que esto es todo lo que hay, el joven escritor queretano tiene que irse de aquí”.
Su respuesta fue tema de varias charlas con otros escritores, por supuesto queretanos, como el poeta Luis Alberto Arellano, que no concordaba con la idea de su amigo Nacho. Arellano, que viajaba mucho, siempre hizo su carrera (con su atención internacional) desde Querétaro, sin olvidar que por varios años radicó en San Luis Potosí, pero Querétaro era su base central.
Desconozco si en algún momento este par de escritores hablaron del tema. No lo sabré nunca. Ninguno de los dos está aquí ahora para preguntarle.
PASOS MÁS ADELANTE
En el año 2017, con el sello del Fondo de Cultura Económica, se publicó el libro “Última escala en ninguna parte”, historia que tiene como protagonista a un joven que sale de su pueblo para viajar por primera vez al extranjero. Y justo antes de tomar su vuelo de regreso, gana un viaje que tiene que realizar de inmediato. Acepta el premio y con él también una especie de maldición que incluye fotos, tirar monedas en las fuentes y competir con otros viajeros frecuentes.
Al inicio de la historia, el protagonista habla con su tío, para plantear el por qué viajar y por qué quedarse en casa.
Aquí el diálogo:
“Cuando uno viaja hay que ponerse en manos del destino –me decía mi tío Maclovio mientras tomábamos una limonada en el cobertizo–. Y el destino, sobrino querido, es demasiado caprichoso. El destino no es de fiar.
–¡Pero de eso se trata, tío! –replicaba yo–. Los viajes deben sorprendernos siempre.
–No lo creo –decía él–. No me gustan las cosas que no puedo controlar ni prever. Cualquier día estás en un país lejanísimo, pierdes tu pasaporte y te meten a una cárcel maloliente llena de piojos y ratas y políticos. Otro día planeas un día de campo y se desploma sobre tu cabeza la peor tormenta. En los viajes la gente te habla como si nada en idiomas que nadie entiende. Y entonces puede ser que pidas sopa y te sirvan un filete. Yo, sobrino mío, soy vegetariano. Además, si te mueves demasiado por el mundo, puedes llegar a un punto a partir del cual ya no te será posible regresar. Así que mejor me quedo aquí, tan tranquilo.
No es que a mi tío no le interesara conocer lugares más allá de nuestro pueblo. Pero para eso estaban los libros, decía él. En los libros viajar no se sale de control, no mucho. En los libros no picaban los mosquitos que transmiten la malaria ni hacía falta hacer largas filas para entrar a museos. En los libros tampoco era necesario arriesgarse a probar comidas indescifrables ni escuchar saludos o insultos en idiomas también indescifrables. En un buen libro de aventuras o en una guía de viajes uno podía visitar países remotos sin tener que abandonar el cómodo sillón de casa”.
Padilla era un viajero frecuente y realizó varias estadías en el extranjero. De esos viajes regresaba lleno de anécdotas, algunas muy simpáticas. Su hijo Esteban, en la presentación de “Última escala en ninguna parte”, dijo que el protagonista de la novela breve y su padre tenían algo de parecido. Y de sus viajes platicó que una vez la maleta de Nacho terminó en Japón; que lo interrogaron en un aeropuerto por horas, y fue confundido por un famoso ornitólogo en la entrada de un avión. ¡Quién iba a imaginar que los ornitólogos fueran tan famosos!
La pandemia ha obligado a muchos viajeros a detener sus travesías y ahí los libros se han encargado de llevarlos a conocer otros lugares. A mí me encanta leer, pero en definitiva, cuando se pueda viajar sin el espectro del Covid-19 flotando en el aire, me iré de viaje. Y me comeré el filete que me sirvan, aunque hubiese pedido sopa.