REPORTAJE: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
FOTOS DE LOS ENTREVISTADOS: GUILLERMO GONZÁLEZ
Las leyendas rodean al estadio La Corregidora. Desde sus varillas radioactivas y la maldición sobre sus instalaciones, hasta su construcción sobre un panteón indígena y las plantas de marihuana que crecieron tras el primer concierto de rock masivo en Querétaro.
A 35 años de su inauguración, hay muchos recuerdos en la gente que vivió de cerca algunas etapas del estadio. El ingeniero Enrique Pérez Cervantes, uno de los que jugó la primera cascarita en La Corregidora, justo al terminar de construirla y el doctor en arte, Vicente López Velarde Fonseca, asistente al concierto de Rod Stewart, tienen experiencias diferentes pero igual de entrañables.
López Velarde, jubilado después de 31 años de trabajar en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y Pérez Cervantes, egresado de la misma institución hace medio siglo, se ríen de las historias y comparten sus recuerdos, uno sobre la construcción en la que participó, otro, sobre el concierto que volvió a Querétaro un “pequeño Avándaro” por un par de días.
LOS AÑOS DE CONSTRUCCIÓN Y EL PRIMER GOL DEL ESTADIO
En 1982 se anunció el proyecto de construir un estadio de futbol, que albergaría algunos juegos del Mundial de 1986, así que el gobierno de Rafael Camacho Guzmán inició la edificación de La Corregidora en 1983 a cargo de cuatro constructoras: Cia. General de Obras de Querétaro, Ocre del Bajío, Edificaciones Jaik y Constructora Córdoba.
Enrique Pérez fue residente en la construcción poniente del estadio, que estaba a cargo de la constructora General de Obras de Querétaro, de Daniel Origel López. “Fuimos los primeritos en colar zapata, la primer zapata que se coló de columnas fue de nosotros, porque las cuatro empresas íbamos echando carreras. También fuimos los primeritos en colar la parte de arriba, de las losas, casi en todo fuimos primero y nos tocó construir la cancha de futbol y los estacionamientos”, recuerda.
Su constructora fue la primera en terminar su parte del proyecto, así que tuvieron que ayudarle a otro equipo que presentaba algunos atrasos mínimos, porque la obra se dividió más o menos en partes iguales en el lado oriente, el lado poniente, la cabecera sur y la cabecera norte.
Fue de las mejores experiencias de su vida profesional, porque los casi dos años que se llevó la construcción del estadio requirieron todo el esfuerzo de los involucrados que no pararon la edificación ni un momento. Solamente en la parte oriente había más de 80 personas que trabajaban varias horas al día para cumplir con los plazos establecidos.
“Fui mi primer proyecto importante, yo estuve trabajando un tiempo en Puebla, me regresé a Querétaro y con el ingeniero Origel nos ofrecieron el estadio y fue la primera grande obra en la que participé, empezábamos a las 6 de la mañana y salía a las 6 o 7 de la tarde. Volví a hacer otras cosas grandes, pero no como el estadio, fue una experiencia inolvidable, a 37 años que empezamos a construirlo”, recalca.
Enrique Pérez narra con emoción el momento en el que le mostraron los planos y el objetivo de que pudiera albergar los encuentros del Mundial del 86, aunque el primer partido fue amistoso en 1985 entre México y Polonia, donde Tomás Boy, capitán del equipo de México, metió el gol inaugural.
Pero ese no fue la primera “cascarita” del estadio La Corregidora. Antes de su inauguración formal, jugaron los constructores con los supervisores de obra y fue un supervisor quien metió el primer gol en el estadio. “Él ya murió y creo que ganaron los supervisores, ese fue el primer gol”, cuenta.
VARILLAS RADIOACTIVAS, UN PANTEÓN INDÍGENA Y LA MALDICIÓN
Enrique se ríe de las muchas leyendas que rodean al estadio y conoce muchas de ellas. Por ejemplo, recuerda que se decía que la varilla que llegaba de Monterrey para la construcción “era radioactiva” y que en el lugar donde se construía “había sido un panteón indígena”. Muchos otros contaban que en el sitio pasaba una falla geológica, lo que ponía en riesgo la construcción.
“Decían que estaba maldito, que no podían ganar. Nosotros no decíamos nada, lo tomábamos de quien viniera”, afirma el ingeniero. En la época de construcción ni siquiera se presentaron problemas considerables, el único incidente fue que una constructora que operaba en el lado oriente reportó un accidente con un trabajador.
“Se cayó y se clavó una varilla, pero no pasó nada más. No hubo muertos afortunadamente, no hubo ni un muerto y vaya que lo más difícil fue la construcción de la mera parte de arriba, porque estaba alto, estando uno allá arriba sí pensaba: ‘si me caigo de aquí, no salgo vivo’, así que era con cuidado”, agrega.
Entre las únicas versiones más o menos reales, se encuentra la inspiración de La Corregidora en el estado Azteca “y hasta le empezaron a llamar el aztequita, pues sí, es similar, pero no igual, ni en tamaño ni en la construcción, fue muy diferente”.
Las historias sobre el estado no pararon con su construcción. Por ejemplo, luego del concierto que ofreció Rod Stewart y en el que los asistentes ocasionaron varios daños, se habló de que meses después nacieron algunas plantas de marihuana en el pasto de La Corregidora.
De manera inicial se planeaba una capacidad menor para el estadio, pero al final podía albergar a más de 35 mil 500 personas para convertirse en uno de los mayores referentes de la entidad, no solo en espectáculos deportivos, sino también musicales.
EL PEQUEÑO AVÁNDARO
Apenas cuatro años después de la inauguración del estadio La Corregidora, Querétaro se sacudió al anunciarse que albergaría uno de los tres conciertos de Rod Stewart en México, que se realizarían entre el 7 y el 12 de abril de 1989. Apenas se confirmó la presentación, cuando los boletos volaron en taquilla y en la reventa.
Vicente López Velarde recuerda que ese concierto se dio cuando México no tenía la cultura de los grandes eventos y mucho menos de rock. “El gobierno le temía mucho a ese tipo de espectáculos, a lo mejor los consideraba subversivos y no había conciertos de rock, si querías un concierto de rock tenías que irte a Estados Unidos, al extranjero, este no fue el primer concierto de rock que llegó a México, pero sí a nivel de estadio, los demás fueron a aforos más pequeños, como El Toreo, había venido John Mayall, los 3 de los Doors, Alice Cooper, pero no eran conciertos masivos”, explica.
Cuando se anunció el concierto de Rod Stewart en Querétaro, donde se realizaría por la cercanía con el entonces Distrito Federal que compró más del 90% de los boletos, la gente hizo filas por horas para conseguir su pase en esta ciudad. “Yo era muy joven y me acuerdo que me fui a formar alrededor de las 5 de la mañana y ya había como mil personas delante de mí, hasta que pude comprar los boletos a eso de las 6 de la tarde”.
Compró dos boletos, por alrededor de 80 mil viejos pesos de aquella época, mientras que muchas otras personas se quedaron sin poder adquirir uno. En aquel momento no se pensó en el impacto que tendría la reventa el día del concierto. Tampoco había grandes fanáticos, algunos de los asistentes no conocían más de dos canciones de Rod Stewart pero “el chiste era estar en el evento”.
Muchas de las personas que llegaban de la Ciudad de México lo hicieron uno o dos días antes, así que acampaban alrededor del estadio, en el estacionamiento, donde “había camionetas, casas de campaña, era una especie de pequeño Avándaro, pequeño Woodstock y había quejas de los vecinos, porque había mucho hippie y eso que Rod Stewart en esa época era más ñoño que rockero, tuvo su época rockera pero en esa época era más pop”.
EL PORTAZO Y LOS HERIDOS
Los organizadores anunciaron que el concierto iniciaría a las 7 de la tarde del 9 de abril de 1989, pero a las 11 de la mañana el estadio “estaba cerrado porque no cabía un alma. Afuera estaba atiborrado, todos con boletos, todos gritaban, había dos helicópteros, había policía montada con sus caballos y sus toletes, le pegaban a la gente porque nos empezamos a arremolinar, a querer entrar y se empezó a poner más tenso, empezaron a aventar bombas de gas lacrimógenos, teníamos que correr y regresábamos”.
Vicente explica que algunos de los asistentes regresaban las bombas de gas lacrimógeno a los policías, porque era gente que tenía boleto para el concierto y no los dejaban pasar. En uno momento todos empezaron a empujar y él se encontraba delante de la reja de la puerta sur.
“Empezaron a asfixiar, recuerdo a una señora de bien, muy peinada, con sus dos hijas, de 14 o 15 años, las empezaron a asfixiar al empujar con la espalda, gritábamos: ‘nos van a matar, no sean brutos’. Empezó a faltar el oxígeno. Yo pensaba ‘¿cómo me va a suceder esto, si yo estuve en los conciertos de los Sex Pistols, de los Rolling Stones y me voy a venir a morir al concierto de Rod Stewart? No puede ser, por favor’. Una de las niñas se desmayó. Cuando pensé que era el último jalón de aire, se cae la puerta, se abrió y al momento, todos los que estaban atrás entran, nosotros caímos al suelo”, relata.
Todos le pasaron encima a los que estaban junto a la reja. Vicente se dislocó el brazo y se le clavó un vidrio de caguama en la espalda, además de unas heridas en la cabeza. Algunos policías llegaron a pedirles que se levantaron y que caminaran adentro del estadio, porque llegaría más gente, así que debían levantar la puerta.
Cuando Vicente entró, recién terminaba la presentación de Neón. “Los bajaron, los abuchearon”. El sonido no era tan bueno y el escenario distaba mucho de los espectáculos que se presentan ahora. Algunas personas se subieron a las bocinas y fue necesario que el mismo Rod Stewart les pidiera que bajara, además de que se contó con la ayuda de los policías.
“Salió y aventó pelotas, todos muy contentos, pero de todas las puertas, afuera, fácil había 5 mil o 6 mil personas afuera, con boleto pagado y sin lugar, porque habían revendido. Fue un concierto como de la época de los 60, pero en los 80 en México, pero fue una experiencia interesante para Querétaro y para los conciertos del rock”, agrega.
Vicente se sentó en uno de los escalones y su hermano vio a un paramédico que lo sacó del lugar para revisar su brazo. “Me fui a mi casa y al otro día al doctor. Estuve dos meses con un yeso en el brazo, pero había muy pocas ambulancias. Hubo muchos heridos, unos muy mal de los ojos por el gas lacrimógeno, mucha banda de México de los barrios bravos y venían con la idea de echar relajo. Valió la pena porque el ambiente era genial”.
Lo que más le llamó la atención fue que “un artista no comienza con su mayor éxito, pero Rod Stewart comenzó con «Hot Legs» y después nadie se sabía ninguna canción, pero el ambiente era increíble, porque el ambiente era de un concierto de rock y eso valía la pena, más si estás en provincia. Al otro día hubo otro concierto, que sí se llenó, pero fue menos el entusiasmo, yo ya no fui. Contaban que uno o dos meses después, que había que arreglar el estadio, habían crecido muchas plantitas de mota”, narra entre risas.
Enrique y Vicente cuentan sus experiencias sobre el estadio en el Patio Barroco de la exprepa Centro de la UAQ, la misma universidad en la que los dos se formaron. Para ambos, La Corregidora es sinónimo de leyendas y de recuerdos que “valieron la pena” y que volverían a vivir.