Autoría de 2:35 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto

La silla – Patricia Eugenia

Camila escucha la radio: “Atentados”, “explosivos”, “Atocha”… ¡Están hablando de Madrid!… advierte, y comienza a recordar. Su primer desatino –se dice– fue viajar hasta allá ¡a crédito!, el segundo, fue inventarse quién sabe cuántas historias para engañar a los demás, cuando en realidad sólo quería encontrar al hombre que amaba. 

Ordena cosas, lava loza, dobla ropa, la desdobla, la hace rollito, la cambia de lugar… y como si no la persiguiera la inquietud, se dirige al cuarto de los trebejos mientras en su imaginación ve desfilar las calles de Atocha y las estaciones de trenes de cercanías que recorrió con la insensata idea de encontrar a Gerónimo. ¿En qué estaría pensando? 

Se burla de sí misma, pero no para de moverse; en el cuartito tantea con la mano hasta dar con algo, acerca la linterna… 

-¡Ay no!, ¿qué hace nuestra silla aquí? 

En ella los dos echaban la ropa rápido, rápido, y una vez desnudos y tibios, el ritmo de la tarde y de la vida toda se transformaban en una nueva melodía cada vez; al amanecer, la silla se convertiría en mesa para el desayuno, y por la noche, en tranca para la puerta; Gerónimo había robado esa silla del hotel en obra en el que trabajaba, seguro de que a ella le gustaría… 

–Pero… ¿Cómo te atreviste?
–No fue complicado –sonrió él–, la obra es enorme, ni lo van a notar…
Una mañana, tomados de las manos y mirándose con ojos tristes, acordaron que “mientras tanto” ella resguardaría la silla.
–Volveré en seis meses –aseguró Gerónimo.
Camila suspira, hace veinticinco años de eso, se había olvidado de la silla…

Gerónimo también la habrá cancelado de su memoria y olvidado su historia de amor tras dos años vacíos… Las cartas se fueron espaciando y en la última no decía: “Hasta nunca”. ¿Por qué dejaron su tejido sin rematar? Ella de todos modos guardó un espacio dentro de sí para él, pero seguro sólo ella, que estaba loca… 

Quita de la silla una caja con discos long play: Janis Joplin, Deep Purple, Joan Báez… y un radio de transistores. Revisa a su vieja cómplice: está deslucida, cojea… 

¿Cómo pudo esperarlo aquella tarde frente a Bellas Artes, creyéndole a la hermana que llamó a decirle que Gerónimo estaba en México y quería verla? Ni se preguntó el porqué no llamó él mismo. ¡Cómo se habrá reído “la cuñada” imaginándola quietecita esperando a Gerónimo bajo el sol inclemente! 

Dispone frente a la ventana lo necesario para la reparación. Clava una goma en la pata coja y comienza a lijar sin pensar en nada. Mira afuera: sobre la rama del árbol hay dos tórtolas peleando. La música incidental de la lija contra la madera le aligera el momento. Afuera la tórtola vencedora se ha quedado sola. 

Ella nombraba a Gerónimo cuando estaba triste, era su amuleto; y era el “Amor de su vida”, porque un hombre ausente es perfecto: siempre a la altura, cortés, no impone prohibiciones, no pide ropa limpia, no se violenta… También fue su pareja alternativa cuando la de carne y hueso resultó inmune a la belleza de la luna, o a la ternura… le bastaba susurrar: “Gerónimo” y evocaba sus ojos de agua. 

“Gerónimo”–musita mientras lija–, pero… ¿Y ahora? Gerónimo vivo –¿O muerto?– sigue en ella. Arruga la lija todavía rígida y la lanza al basurero, agradeciendo el dolor. 

–¡Carajo! 

Tal vez la destrucción lo alcanzó, pero… si ella no pudo hallarlo, menos habrá podido una estúpida bomba… ¿o sí? Se repasa el cabello con los dedos.

–No voy a llamar a su hermana.

¿Cómo conjurar tanta violencia, escondida, lejana?

Recubre el mono con una lija nueva para seguir alisando el asiento como si moliera maíz con una piedra, como si lavara almas endurecidas; mar que va y viene: marea contra los riscos, estallamiento. La furia le raspa la piel, toma el auricular y llama.

La hermana agradece la atención y cuenta que Gerónimo está bien. 

–Acabo de hablar con él, fíjate. Llámalo: “Le dará mucho gusto”. Le dicta el número. 

No llamará, podría contestar la esposa pues, como ella, él ahora está casado. 

Talla el respaldo de la silla, sopla el polvillo, estornuda y camino al botiquín por un tapabocas toma el auricular, marca. Para ella, dos tonos son mil y va a colgar, pero, justo antes de hacerlo, escucha su voz entrañable, inconfundible a pesar de que ha perdido el acento mexicano y habla en cambio como español

–Soy Camila… ¿te acuerdas? 

Un breve silencio le basta para reconocer al hombre tímido, de sonrisa difícil, que traga saliva antes de responderle: 

–Pppero… ¿Cómo no?

Ella acaba de olvidar para qué llamó y le suelta: “PorfavornovoteseldomingoporAznar” y cuelga.

¡La recuerda…! “Pppero… ¿Cómo no?” le ha dicho.

Regresa a la silla, la abraza. Él también la recuerda… ¡Qué tontería!

Mira la silla: tiene encanto. Mira por la ventana, la tórtola se ha ido.

Camila inspira hondo, y decidida baja las escaleras con su silla a cuestas, camina recto por la acera, y avanzadas más o menos cinco cuadras la deja en una esquina. Vuelve sobre sus pasos y siente que la brisa aterciopelada la acaricia. 

–Qué barbaridad!, ¡las tres!

El marido ha llegado con los hijos, y no hay comida…

–¿Pedimos pizza? –sugiere. 

Los chicos aplauden. 

Marzo, 2022.

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Last modified: 16 mayo, 2025
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