CRÓNICA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ /LALUPA.MX
FOTOS: YUNO AVILÉS
Una chica delgada de 1.96 de altura acapara las miradas mientras baila y canta con Mónica Naranjo de fondo. El pequeño antro se ilumina con los teléfonos celulares que siguen sus pasos mientras la gente corea y baila cada canción. A diferencia del cuidado que muchos de los asistentes suelen tener afuera de ese lugar, hombres y mujeres se relajan y disfrutan del espectáculo para el que Aaron invirtió las últimas dos horas del día hasta convertirse en Mónica Dummont.
El Open es uno de los dos centros nocturnos de la ciudad donde se brinda espectáculo de trans y Drag Queens. Una puerta pequeña en medio de uno de los barrios más tradicionales de Querétaro pasa casi desapercibida para quienes no conocen el lugar, pero mucha gente, incluso, toca la puerta para entrar, mientras Mónica, enfundada en un jumpsuit ajustado y escotado, ya inició su presentación.
Con su 1.80 metros de altura y tacones de 16 centímetros, Aaron se encarga de cada detalle para ser Mónica: desde “el truco” (que consiste en esconder el pene) y el maquillaje, hasta el peto que utiliza para simular los senos. No escatima en las pelucas que usa ni en la vestimenta que su pareja le ayuda a preparar, aunque a él “no le interesa ni le gusta nada de eso” y se enfoca en terminar su carrera profesional y en darle todo su apoyo.
Tiene 33 años y desde hace 6 años vive en Querétaro, pero inicialmente residía en San Juan del Río. Hace tan solo una década descubrió su vocación para convertirse en Mónica, cuando un grupo de amigos lo invitó a vestirse de mujer durante un cumpleaños, porque su cuerpo delgado “lo haría ver muy bien. Me arreglaron y me gustó. Una vez que te subes a los tacones, ya no los dejas”.
La primera canción que interpretó como mujer fue «Hijo de la Luna» de Mecano en aquella fiesta de cumpleaños. Pero ahora tiene una personalidad definida y su meta es ser cada vez “más bonita y elegante”. Sin embargo, “Mónica se queda en el escenario”. En su vida privada, “nunca he querido ser mujer”, aunque algunos de sus amigos sí hicieron cambios hormonales.
“Siempre he dicho que si lo hago (el cambio hormonal), se acabaría la sorpresa de lo que hago, porque las reacciones de la gente es lo que a mí me gusta. Como Mónica me siento bien, me siento bonita, me siento muy segura, soy más extrovertida y no me da pena, me gusta coquetear, detallitos de niña y eso me gusta, pero nunca voy más allá, aunque nadie me ha faltado el respeto, sí me han hecho propuestas de salir, pero sólo doy las gracias”, expresa.
SENTIRSE ARTISTA
En las mañanas, Aaron trabaja en una librería ubicada en el centro. Las noches de los fines de semana las destina al bar donde ya tiene un público que la espera y la hace “sentirse artista”, porque la gente canta con Mónica, le pide más canciones, aplaude y baila. Por eso escoge con cuidado sus canciones, porque quiere que la gente sienta y se emocione.
Aunque también recurre a las canciones de moda, Mónica prefiere a Daniela Romo, Dulce, Yuri, Gloria Trevi, porque “no hay persona que no las conozca y que no las cante”. El pequeño escenario es suyo. Ahí no hay inhibiciones ni miedo, pero la situación llega a cambiar cuando sale del bar junto con sus compañeras y algunos hombres las quieren “ligar”.
“A eso es a lo que te arriesgas, pero aquí es trabajo, llego al bar en taxi, termino mi show y pido mi taxi para irme del bar, de niña en la calle no ando, por precaución, porque te toca gente amable, pero también gente pesada, justifica”.
Aaron aclara que él es transformista porque su trabajo es imitar a un artista y Mónica se queda en el escenario, mientras que los travesti son hombres que se visten de mujer. Las Drag Queen hacen otro espectáculo distinto, algunos llegan a tener cuerpos muy musculosos y no hacen “el truco”, además que su apariencia es andrógina.
Lejos del acoso de la calle, las artistas del bar sueñan con tener un ballet, montar un show más profesional, “casi casi como Los de las Vegas, con vestuario con plumas y luces”. Aaron quiere ser transformista profesional para que sus caracterizaciones sean perfectas. Ahora tiene facilidad para convertirse en Edith Márquez “y siempre tengo éxito cuando la presento. También con Yuri, aunque a ella me falta perfeccionarla”.
Sin decirlo, la gente que frecuenta el bar las acompaña en el sueño de hacer las cosas “más en grande”. Hombres y mujeres se desinhiben cuando aparece Mónica. Se nota en los abrazos, en la manera en la que corean las canciones, en los besos sin prisa dentro del bar.
Aaron es el hombre de los “mil proyectos”. Quiere casarse con su pareja, con quien vive desde hace 6 años, anhela comprar su casa, viajar al extranjero, montar un negocio propio, tener un espectáculo más profesional, pero ahora su energía se centra en darle vida a Mónica cada fin de semana porque sabe que el público la espera y apenas la anuncian, el local se inunda de gritos y aplausos. Mónica baja entonces una angosta escalera, con sus tacones de 16 centímetros, su jumpsuit ajustado y el inicio de la canción «Sólo se vive una vez».