Autoría de 3:15 pm Víctor Roura - Oficio bonito

Demasiada excitación con el éxito – Víctor Roura

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Es tal el grado del imperativo ideológico televisivo que, alguna vez en este pintoresco país, hasta un candidato a la Presidencia de la República nos prometió, en su ensoñador lema de campaña, un “México exitoso”, porque, ya se sabe, lo que alienta la industria mediática es precisamente poseer el éxito, palabra que significa mucho más de lo que dice el diccionario, que la define de esta escueta manera: “Buena aceptación que tiene algo o alguien”, misma que se queda corta ante la inmensa valoración que de ella se concibe en la realidad, pues el que es exitoso está, o vive, rodeado de fama y fortuna, ya sea esporádica o permanente.

Exitoso es el futbolista Guillermo Ochoa, que no se conforma con los millones de pesos con los que es recompensado cada mes, sino, ambicioso —como debe ser el perfil de todo exitoso—, busca suculentos contratos publicitarios, ya sea de una marca refresquera o de un centro comercial, de un perfume o de una consola de videojuegos, para completar sus excesivos gastos.

Exitoso Messi que continúa amasando fortuna, riqueza que llegara, en septiembre de 2020, a los mil millones de dólares, pero el futbolista quiere más, por supuesto, porque lo importante del acaudalamiento es proseguir generando dinero, de ahí que los más de 120 millones de dólares anuales que se lleva por vestir la camiseta del Barcelona ya no le sean suficientes para su exquisito perfil de vida. Un ejercicio económico en Forbes de 2019 resaltaba que a un asalariado medio mexicano, que ganara un poco más de 5,000 pesos mensuales le llevaría cinco años ganar lo que Messi entonces ganaba en 60 minutos (alrededor de 250 mil pesos).

Eso es el éxito, caray, por lo mismo a nadie debiera asombrar la belleza que vive a su lado, porque la industria mediática es a lo que induce precisamente, a ese ostentoso modo de vida. Y si bien estos números están basados en estimaciones (ya que los contratos millonarios de estos astros deportivos son privados), sin duda son cercanas a la realidad.

Gente como el boxeador Saúl Canelo Álvarez sabe muy bien lo que es el éxito, razón que lo ha llevado a abrir gasolineras e incluso una marca de celulares con su apelativo.

¿A qué mujer le va a importar el carácter ignaro de un cantante como Luis Miguel con el alud de beneficios económicos que atare para sí?

El éxito significa “posesión de dinero”. Y nadie discute esta eficiente definición.

Y nadie se atreve a discutir si este caudal financiero es merecido o no para tal o cual gente, porque de inmediato el millonario, lo merezca o no, es admirado o, por lo menos, motivo de cierta admiración. Hay gente que admira, por ejemplo, a Carlos Slim. Y hay gente, cómo no, que admira a Joaquín López Dóriga sin importarle si su periodismo es parcializado o no, porque ganar lo que gana, dice la gente común, no es cualquier cosa, por algo será, no cualquiera lo logra, su mérito ha de tener, ya quisieras tú haber subido a los escalones que este hombre ha ascendido por cuenta propia, no importa cómo lo hizo sino su motivación para conseguirlo, etcétera.

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Exitoso fue Chespirito, cuyas series de humor blanco no envejecían en las pantallas caseras, lo que dio motivo a sucesivos e interminables homenajes a su creador, que se calificababa a sí mismo como el Shakespeare, aunque pequeño, mexicano (de ahí su mote televisivo: Shakespearito, Shecspirito, Chespirito castellanizado). O exitoso Eugenio Derbez, que la cadena televisiva Dish, vaya uno a saber por qué, compró a Televisa su serie de La Familia Peluche para repetirla infatigablemente día y noche sin ninguna consideración para sus espectadores.

Lucero es exitosa: no sólo tiene una cofradía de guardaespaldas sino cobra, según se ha aireado en los programas electrónicos de chismes, 20 millones por aparecer —porque a nadie le importa si sabe actuar o no, como tampoco a nadie le importa si saber cantar o no— en telenovelas. Carlos Loret de Mola es exitoso: todos sabemos que por leer noticias es millonario, sale con mujeres bellas, codirige documentales, dobla voces en el cine y hoy es uno de los rostros visibles de la plataforma digital noticiosa Latinus; Víctor Trujillo es exitoso por sus payasadas e incluso ha montado obras de teatro que parecen interesantes con la seguridad de que el público lo va a ir a ver para poder corroborar si esa figura mediática es de carne y hueso. Además, actualmente también es protagonista principal de los videos producidos por el mismo portal web en el cual participa el ya mencionado Loret de Mola.

Son exitosos los denominados YouTubers por el solo hecho de videograbarse y fundar sus propios “canales” digitales. Antes del encierro sanitario los llamados BookTubers… ¡eran invitados especiales a las Ferias de Libros para participar en mesas redondas diciendo una sarta de ocurrencias que sólo a ellos les causaba risa! Por lo menos en una ocasión, en Tijuana, estuve como escucha en una sesión de estos BookTubers, advertido previamente que me preparara para mirar el tumulto que ocasionarían con su presencia, asombrándome, sí, por la escasa convocatoria de su protagonismo (¡sólo habíamos cuatro personas en aquella charla) sucediéndose, en retahíla, monumentales lugares comunes y desconocimiento de la más elemental literatura. Pero son exitosos, recibiendo apapachos, loas y dinero por su exiguo papel de difusores de la cultura.

Es exitoso Ricardo Raphael porque no sólo conduce programas de radio y de televisión, sino porque, como académico que es, y situado en la punta del iceberg periodístico, tiene derecho a decir quién hace buen periodismo y quién no. Enrique Peña Nieto fue exitoso porque estuvo casado con una mujer de telenovela, aunque no haya reparado en las inundaciones anuales del Río de los Remedios. Son exitosos los cantantes en los canales digitales que reciben millones de visitas en sus videos esporádicamente agraciados y transitoriamente localizados en las redes produciendo olas de improvisada mas exaltada mediocridad musical.

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Son sólo unos cuantos ejemplos. Y nadie va a negar que son innegables personas de éxito. Porque todos, de una forma o de otra, antes o ahora, confluyen hacia el mismo sendero exitoso o provienen de dicho sitio: la pantalla electrónica, que es la que configura el estrellato o confirma la vacuidad social, acaso aquella que antecede al mundo feliz que previó Aldous Huxley.

El que no tiene éxito no debe ocupar un lugar en los canales electrónicos. Así de determinante y definitiva es la cuestión. Y la gente lo sabe.

Un tuitero puede escribir, valga la redundancia, cientos de tuits, pero no va a ser exitoso si no aparece en las pantallas. El mismo tuitero puede tener miles de seguidores, pero si no es nombrado en la programación electrónica no es alguien exitoso. ¿No por eso Bárbara de Regil cuenta con más de 300 mil seguidores en Twitter y otros miles y miles en Instagram? Si no tuviera éxito televisivo, ¿quién la seguiría en los tuits o videos que practica sin vitamina intelectual?

Hace algunos años, cambiando de canal para ver si se asomaba algo de mi interés en la pantalla, me topé con un concierto de —ni modo: son los riesgos que uno debe afrontar cuando enciende el televisor—, ¡ay!, Lady Gaga, de quien no había visto una sola actuación suya en vivo, porque su música no me atrae en lo absoluto. Y lo que vi (sólo pude soportar dos canciones) me dejó impávido: se necesita valor, ciertamente, para exhibir tanta ridiculez con garbo ensimismado. Sin embargo, Lady Gaga es una persona exitosa.

Como lo es también el papa argentino (y dado que el pontífice no niega los beneficios del desarrollo tecnológico, muy pronto la gente va a poder confesar sus pecados y ser redimida mediante la línea navegable de la Internet). Su antecesor, Ratzinger, en su visita a México la industria mediática lo trató como si fuera un controvertido roquero alemán, colega de Rammstein o Kraftwerk: los gritos de la gente a su paso eran similares a los alaridos de la gente cuando tiene enfrente a Juanes o a Christian Nodal o a Belinda o a Thalía. En marzo de 2012, una familia leonesa pagó 20 mil pesos por cada asiento suyo para estar de cuerpo presente en la misa que dio ese exitoso personaje de la religión católica.

¡Butacas más caras que las de una audición de sir Paul McCartney!

¡Eso es tener éxito en esta sociedad, caramba!

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Por eso durante la década pasada se nos prometió un “México exitoso”, porque ésa es la palabra que atrapa al hombre contemporáneo. El problema es que el éxito, tal como lo hemos atestiguado a lo largo de los años, no se da en racimos, sino a cuentagotas. Y si el mexicano es agudo, como dicen que lo es, percibirá, o percibió, en esa promesa una ambigüedad poco carismática. Y no tenemos que enmarañarnos la cabeza para darnos cuenta de que el éxito no llega solo, ni cae del cielo como dulce llovizna, ni uno lo obtiene porque alguien se lo ofrece a cambio de un voto.

No.

No es tan sencillo. Si hasta en los reality shows se tienen que ir eliminando los contendientes, a veces de manera primitiva, para que al final sólo uno pueda obtener el dinero y los reflectores televisivos.

Los perdedores desaparecen de la vida para siempre.

¿Entonces? ¿En qué consistía eso del “México exitoso”? ¿Acaso es un apéndice de lo que dice el diccionario en otra de sus definiciones: llevar a buen término un negocio? ¿México ha sido, o es, un negocio, una fabulosa empresa, un mercado a punto de desbordarse? ¿O “México exitoso” significaba que el candidato que prometió tal dispendio de fama y fortuna era capaz de colocar, si ganaba las elecciones, a todos y cada uno de los mexicanos en la pantalla televisiva para que a partir de allí pudiera tener su vida un desenlace feliz? ¿Qué diantres significa un “México exitoso” si no trae aparejadas las mieles del triunfo?

No pudo haberse incorporado antes esta palabra en el léxico político, creo. Porque el éxito, como tal, es de reciente cuño: todos quieren poseerlo, porque todos ahora quieren ser afamados y enriquecidos. Luis Echeverría Álvarez nunca hubiera dicho “Arriba y adelante con el éxito”, ni José López Portillo declarado que habría defendido como “un exitoso perro” al devaluado peso, ni Miguel de la Madrid Hurtado instado a “una exitosa renovación moral”, ni Carlos Salinas de Gortari animado a “modernizar exitosamente la política”, ni Ernesto Zedillo hubiera pensado en conmover al país con un lema semejante a “éxito para la familia” sino, tal como efectivamente lo hizo, “bienestar para la familia”.

Sí, Fox y Calderón acabaron por otorgarle a la televisión un poder omnímodo gozando ellos de éxito mediático durante su respectivo reinado. Pero, hasta hace algunos años, ningún político había ofrecido “éxito” a la ciudadanía. Porque sencillamente no es posible tal cristalización: el éxito, en las sociedades de la premura, pertenece sólo a un puñado, a esos que juegan a la perfección el juego planteado por la industria mediática, cuya maquinaria productora, por su natural inclinación a la parcialidad, está distante del pluralismo y la democracia, incluso del reconocimiento a los talentos y la crítica ajenos.

¿Cómo puede obtener éxito una nación?

Hasta este momento yo no he leído nada acerca de esta improbable teoría.

No sé usted.

Pero, dado el intenso oleaje de los opuestos discursos políticos actuales, entre ser una nación exitosa o colocar a los pobres en el centro de las acciones gubernamentales y combatir a la corrupción, no sé si millones de ciudadanos estén a favor, entonces, del fortalecimiento del lavado de dinero, que con eso, allí sí, limpiamente se obtiene fama y evidente fortuna.

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Last modified: 30 septiembre, 2021
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