Autoría de 2:24 pm Desde la UNAM

Viaje al centro de la Tierra – Mónica R. Calderón

Aunque imaginar un viaje al centro de la Tierra nos remite a volcanes, monstruos y océanos subterráneos, como en la novela de Julio Verne, la verdadera historia del interior del planeta es aún más fascinante, aunque muy distinta. A través de datos geológicos, estudios sísmicos y rocas traídas desde las profundidades por procesos naturales, podemos reconstruir, con algo de imaginación, cómo sería esa travesía.

Empezamos por la corteza, la capa más delgada y superficial. Hay dos tipos: continental, gruesa y muy heterogénea, ahí te encuentras todo tipo de rocas; y oceánica, delgada y formada por basaltos oscuros. En promedio, la corteza continental mide entre 30 y 40 km, pero bajo montañas como los Himalaya puede alcanzar hasta 80 km. En cambio, la oceánica rara vez supera los 10 km.

Si iniciamos el descenso bajo el océano, primero encontraríamos sedimentos finos, restos del plancton marino, y luego capas de lava solidificada con forma de almohadas (lavas almohadilladas). Más abajo, un entramado de diques volcánicos alimentados desde un reservorio de magma. Finalmente, gabros: una roca oscura, cristalina y compacta que marca el fondo de esta corteza.

Por el contrario, atravesar la corteza continental es más complejo. Si entras por un volcán, verías capas de cenizas volcánicas y lava, fracturadas por donde asciende el magma. Más profundo aún, atravesarías rocas antiguas, depositadas por ríos, oceános o erupciones pasadas. A medida que bajas, las fracturas desaparecen y las rocas se vuelven cada vez más densas y cristalinas, hasta formar un entorno sin poros, sin agua libre y con temperaturas extremas.

Estimación de los espesores de la corteza en el mundo, los colores cálidos indican mayores espesores. El barquito está en la zona donde se hundió el Titanic. Imagen de USGS.

Entre los 15 y 25 km, la presión es tal que los fluidos sólo existen atrapados dentro de los minerales. Las rocas aquí, llamadas gneises, lucen como bandas de colores que delatan deformaciones intensas. Si atraviesas una falla geológica, verías cómo la roca se tritura primero en fragmentos, luego en harina, y finalmente se deforma en un “budín” de minerales: las milonitas. En este punto, la corteza se ha transformado por completo y te aproximas al manto.

El manto representa más del 80 % del volumen terrestre. Aunque es sólido, puede fluir lentamente. Inicia con peridotitas, rocas compuestas principalmente por olivino, un mineral verde. A esta profundidad (alrededor de 30 km), el calor y la presión ya son tan intensos que los minerales comienzan a transformarse. A 410 km, los olivinos se reorganizan en una estructura más compacta y, a los 660 km, todos los minerales originales desaparecen, dando paso a nuevas fases como la perovskita, más densa y estable.

El límite de 660 km marca una frontera importante. Allí se “estacionan” las placas oceánicas que subducen desde la superficie, formando un cementerio geológico. Desde este punto hacia abajo, el manto inferior es más homogéneo y denso. Se ha propuesto que debajo de los 1,700 km el manto es casi inmóvil, mientras que por encima hay convección: el material asciende en dorsales oceánicas y desciende en zonas de subducción.

Una forma extraordinaria de regresar a la superficie sería a través de una pluma del manto: una columna de material caliente que asciende lentamente y da origen a volcanes como Hawái. Estas plumas podrían ser, metafóricamente, las “almas” de las placas oceánicas hundidas millones de años atrás.

Sección del manto. Imagen de Condie 2016.

Finalmente, a unos 2,900 km de profundidad, llegarías al núcleo, la región más misteriosa del planeta. El núcleo externo es líquido y está compuesto principalmente por hierro y níquel. Allí, las corrientes de metales en movimiento generan el campo magnético terrestre, un escudo que protege a la Tierra de la radiación solar. Este mar metálico es turbulento, y en su interior podrían verse chispas por el intercambio de electrones.

A los 5,155 km el entorno cambia abruptamente: el núcleo interno es sólido, una esfera densa de hierro y otros metales que crece lentamente a medida que el planeta se enfría. Algunos meteoritos metálicos encontrados en la Tierra, como el de Bacubirito en México, podrían provenir del núcleo de otros planetas destruidos, lo que nos da pistas sobre este corazón inalcanzable.

Al llegar al centro de la Tierra, el tiempo transcurre entre metales sólidos y calor antiguo. Este mundo está quieto y remoto, pero desde ahí se teje la historia de la Tierra, una historia que nos toca cada vez que hay un sismo, cada vez que brota lava, cada vez que una brújula encuentra el norte.

Meteorito metálico caído en México conocido como meteorito de Bacubirito, actualmente expuesto en el Centro de Ciencias de Sinaloa. Imagen tomada de masdemx.com

La maestra Mónica Ramírez Calderón es la responsable de la Unidad de Comunicación de las Geociencias, UNAM

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Last modified: 15 junio, 2025
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