1
En la película Los secretos del poder (State of play, 2009, en su título original), dirigida por Kevin MacDonald, se aprecia, en las primeras escenas, a una joven reportera que se acerca al veterano periodista para preguntarle cualquier cosa sobre la mujer asesinada vinculada con un prominente político para poderla incluir en su blog cotidiano.
Le urge a la reportera tener algo para soltarlo en la red. El periodista le pregunta si quiere una información o un chisme, porque la información no la tiene y el chisme puede salir en cualquier momento.
Entonces la reportera sale enojada del cubículo del veterano periodista, directamente a la dirección para acusarlo de no querer colaborar con las necesidades del circuito interno de la Internet. El periodista, luego, reflexiona con un colega sobre los contemporáneos desequilibrios de la prensa moderna: “Yo tengo quince años con la misma computadora y la reportera de los blogs urgentes, que está en los servicios de la señal televisiva, cuenta con todo un equipo para comunicarse vía satelital con quien quiera en el mundo”.
Parece que así están las cosas hoy en día, en efecto.
La costumbre (porque ha dejado de ser moda para configurarse en necesidad) de los sistemas de comunicación ha dado —o está dando, mejor dicho— prioridad a los canales de la inmediatez visual, con “informaciones” que son, sobre todo, suposiciones (¡a principios de junio el secretario de Hacienda se vio obligado a responder preguntas basadas en fake news!), para relegar, con todas las abyectas consecuencias, a la cabal información. La pregunta que hace el avezado periodista (Russell Crowe en la cinta) a la reportera (Rachel McAdams) es básica, aunque ignorada en los círculos periodísticos de la web:
—¿Quieres información o un chisme?
Para lo primero se requiere indagación, tiempo, cavilación, contactos, arrojo, seriedad, fortaleza, escritura, comprobación de la veracidad.
Para lo segundo ni siquiera es necesario ser periodista.
2
Y veo estas menudencias, para recurrir a un lugar común, en la web, donde se resaltan simplezas provenientes de mentalidades al acecho, expectante del qué dirán, curiosas en traducir los susurros mórbidos, receptivas a las jocosas vulgaridades revestidas de politiquerías audaces, acostumbradas a dirimir los vericuetos de las privacidades, dispuestas a examinar las superficies fútiles de lo público: “Galilea bautiza a su hijo en un ritual maya”, “No te tomes todas tus calorías”, “Leyendas que te pondrán los pelos de punta”, “Conejita de Playboy adicta a los Osos Chicago”, “Ahora ella es la más sexy de este año”, “La cintura de avispa de Thalía”, “Yuri le paga a su esposo con cuerpomático su trabajo de producción escénica”, “El sindicalista asegura que fue despedido de manera injustificada”, “Su marido la golpea, pero ella lo confirma aduciendo que el maltrato es amoroso”, “5 looks para conocer a Mariana Rodríguez, esposa de Samuel García” (gobernador electo de Nuevo León), “Bárbara de Regil comparte consejos para estar siempre en forma”, “Así lucía Andrea Meza antes de participar en Miss Universo 2021”, rumorología de millonarios futbolistas y de las últimas invenciones tecnológicas, videojuegos y mujeres que muestran con descaro sus traseros no sólo en las playas. Hace algunos años, justamente la noche en que se presentó Lady Gaga en México (la mercadotecnia en montajes espectaculares que encubren una música fastuosa y bailable), también ofreció un concierto Kevin Johansen (la inteligencia lírica enmarcada en frescas sonoridades). ¿Sabe usted para quién fueron los reflectores ese día? ¿Sabe usted que incluso los noticiarios que se dicen formales y no vaciladores dieron espacio en sus cortos —y carísimos— tiempos únicamente a la diva estadounidense? ¿Quiere usted leer las imprecisiones en el Facebook de la Feria del Libro de Oaxaca por la simpática aparición de unos payasos en dicho encuentro literario?
“Muy bonita”, dice una persona, y otra apunta: “Qué chingón”.
Son, pues, las maravillas de la comunicación inmediatista.
3
Las voces de los sin voz, por fin.
La vox populi en su esencia, según se apuntaba —esperanzadora, aunque fallidamente— varios años atrás. Si bien hubo muchos autores que, hasta hace una década, vivían plácidamente en sus blogs (Ángeles Mastretta, por ejemplo, se lo confesó a Viridiana Villegas Hernández en una entrevista en El Financiero), ¿significaba eso que tal avance tecnológico sería el futuro de la literatura?, ¿y si así fue asumido en su momento, por qué Ángeles Mastretta, por ejemplo, siguió publicando libros?, ¿no bastaba con que hubiera publicado en su blog?
Hace algunos años venía con mi hermano Enrique en su coche. Tenía la radio encendida. Las voces, una masculina y una femenina, me empezaron a incomodar. Hablaban de Hollywood, de no sé qué tantas contiendas, de fama y buenas o malas actuaciones.
Los tonos eran tan desagradables que le pedí a mi hermano que lo apagara o pusiera música.
—Pero es Jairo Calixto Albarrán —me respondió.
No podía creerlo. ¡Vaya con estas cosas de la comunicación inmediata (yo la nombraría inmediatista, para darle un cariz despectivo): o caes o caes en los lugares comunes! Pareciera que no puedes evitarlo. Hace tiempo que no coincido con este buen periodista, pero sus comentarios yo los respetaba. Ahora, escuchándolo en la radio (o mirándolo en la televisión), me ha parecido que suena igual a todos.
¡Qué espanto!
4
En la cinta State of play, por supuesto, la reportera contempla admirada el trabajo acucioso y tenaz del avezado periodista, convenciéndose de las bondades de la investigación periodística, incluso desarmando su blog de las redes sociales. Pero esto sucede en el filme, no sé hasta qué punto pueda ocurrir en la realidad, cuando los propios periodistas son enemigos de sí mismos y entre sí. Alguna vez, por ejemplo, en una improvisada charla entre informadores —en una cantina del Centro Histórico— salió mi nombre, yo ausente, y dos colegas, a quienes respeto —Carlos Porraz y Víctor Manuel Torres, ex coordinador éste de la sección “Comunidad” de Excélsior—, se soltaron a hablar pestes de un servidor.
¿Por qué?
Lo ignoro. Rencillas bastardas, tal vez, por los diferentes puntos de vista y apreciaciones periodísticos, que no siempre tienen que coincidir. De paso me he enterado de que el segundo participó en el veredicto de mi exclusión en el Fondo de Cultura Económica en la segunda década del siglo XXI (“su libro es una basura”, dijo Torres, textual), pero lo que el indignado periodista no sabe —lo que me indica de su innata desinformación— es que aquel texto, rechazado en esa casa editorial durante la gestión de Consuelo Sáizar, estaba elaborado (a propósito, para exhibir las carencias cultas de los jueces del FCE) con varias líneas de autores… ¡que el mismo Fondo de Cultura ha publicado!
Desinformación, rapiña, chismes, bajezas, insultos, alteraciones, bullas, incongruencias, gratuidades. Pobre de la crítica en la prensa cultural que, según se dice con insistencia en las redes sociales, pronto va a desaparecer —la prensa cultural, que la crítica, me parece, ha estado desapareciendo lentamente— de las páginas, incluso digitales, de los medios.
5
Es como tratar de averiguar las razones que llevaron a una bella mujer a amar a un hombre sin escrúpulos.
O a un hombre a entregarle su amor a una falsaria hembra común.
Para lo cual, en ambos casos, se necesitarían muchas horas de conversaciones inacabadas, rastreos indagatorios, hallar pistas acaso laberínticas, jamás partir de suposiciones.
Pero…