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Después de ese irremediable tropezón que le significara, en 1998, el postergable álbum Enemigos íntimos, trabajado al alimón con el argentino Fito Páez, y que tal vez le enseñara, si es que alguna moraleja pudo extraer de aquella agobiante y depresiva sesión, a tomar una prudente distancia de los merolicos del rock (que los hay en insospechada cantidad), Joaquín Sabina (España, 1949) retornó al campo de la discografía personal —luego de tres años cuando entregara en 1996 su Yo, mí, me contigo— con el impresionante compacto 19 días y 500 noches (BMG, 1999), un disco (que en España extrañamente anunciaron como doble) con 13 canciones que volvieron a situar al buen Sabina en un lugar preponderante en el rock en castellano.
Tras una decena y media de producciones, con un número aproximado entonces de 200 composiciones grabadas si contábamos las cedidas a otros autores e intérpretes, Sabina dejaba atrás lo que no debió haber hecho nunca para sumergirse, nuevamente, en las sorprendentes letras que lo diferencian de cualquier otro músico, y es que, de veras, uno, como escucha atento de las labores roqueras de cuanto roquero se inscriba en los registros de la fama, no puede entender cómo es que Sabina, tan estricto y agudo como es en su tarea musical, haya consentido ciegamente en compartir, y confiar, su sabiduría en un instrumentista tan desaliñado como Páez, en cuyas manos encargó el pavoroso (¿desangelado?, ¿frágil?, ¿apático?) compacto Enemigos íntimos, que es, ni modo, una mancha indeleble en la respetable trayectoria del cantautor ubetense. Y es que, a excepción probablemente de la pieza “Yo me bajo en Atocha” (“he llorado en Venecia, / me he perdido en Manhattan, / he crecido en La Habana, he sido un paria en París, / México me atormenta, Buenos Aires me mata, / pero siempre hay un tren / que desemboca en Madrid. / Pero siempre hay un niño que envejece en Madrid, / pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid, / pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid”), las otras 13 canciones restantes son un cansino florilegio de egolatrías y oraciones en busca desesperada de algún cabal sentido (“prohibido prohibir, / celebramos una fiesta, / rompan copas que la orquesta / se ha ensayado todos los hits. / Joaquín no sabe cantar / yo sí que soy un cantante [grita Fito Páez], / [y contesta Sabina] pero en rimas consonantes / si me extrañas mándame un fax. / Enemigos íntimos del cálculo y la norma / usureros del peligro y el azar, / vamos a invitarlos a escaparnos de las sombras / y, si no lo conseguimos, nos da igual”).
Este compacto, en cuya portada —el único acierto indiscutible del disco— se aprecia una fotografía con dos envases antagónicos: el uno de sal (con la s de Sabina) y el otro de pimienta (con la p de Páez), ilustra a la perfección las dos personalidades tan disímbolas, y contrastantes, que impensadamente se unían para tratar, absolutamente en vano, de cristalizar un proyecto discográfico… que a la postre resultaría, quizás para cada uno, la mácula en su historial artístico. Y para el receptor, un disco que debe archivarse en los rincones oscuros de la colección personal.
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Pero Joaquín Sabina ha aprendido del trago amargo. Su impecable 19 días y 500 noches hizo resucitar, como por encanto, a este cantor audaz, y divertido, y humorista, y poeta, que se había escondido Dios sabe en qué resquicios lóbregos de la subconsciencia roquera, y se apareció con un compacto que, aunque rigurosamente no lo sea, pareciera un recuento de todo lo que hasta esa fecha (1999) había realizado en el catálogo musical, pues de un modo o de otro las canciones remiten a su repertorio integral.
Por ejemplo, de alguna manera una pieza de lujo como la que da título al álbum, “19 días y 500 noches”, nos recuerda —ya por un riff, ya por una tonalidad, ya por una línea melódica— a aquella canción rumbera españolizada dedicada a Joan Manuel Serrat, incluida en Yo, mí, me, contigo: “Mi primo El Nano”. O esa especie de rap, denominada “Como te digo una co te digo la o”, que ya había facturado anteriormente en la canción, de 1996, “No sopor… no sopor”. O la salsita inesperada en “Dieguitos y Mafaldas” nos envía hacia el año 1990 con su álbum Mentiras piadosas, concretamente la canción “Con un par”. O ese buen rock intitulado “Barbi superestar” (que es una fina ironía sobre el ya prostituido negocio de las modelos y actrices de la pantalla electrónica) cómo nos remite, sin querer, a ese estupendo rockcito “Pastillas para no soñar”, del disco Física y Química de 1992. El álbum 19 días y 500 noches exhibía, exhibe, pues, a un Sabina total, deliberadamente rebelde, irrefutablemente musical.
Acaso 19 días y 500 noches sea, sin duda, su mejor disco.
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Y no se diga nada de sus letras, que lo confirmaron como un consumado autor lírico:
Ahora que los sentidos sienten sin miedo.
Ahora que me despido pero me quedo.
Ahora que tocan los ojos,
que miran las bocas,
que gritan los dedos.
Ahora que no hay vacunas ni letanías.
Ahora que está en la luna la policía.
Ahora que explotan los coches,
que sueño de noche,
que duermo de día.
Ahora que no te escribo cuando me voy.
Ahora que estoy más vivo de lo que estoy.
Ahora que nada es urgente,
que todo es presente,
que hay pan para hoy.
Ahora que no te pido lo que me das.
Ahora que no me mido con los demás.
Ahora que todos los cuentos
parecen el cuento de nunca empezar…
Nos hallamos a un Sabina fructífero, fecundo, inagotable (en la pieza del rap canta nada menos que 271 líneas sin repetir ninguna frase, que es, en sí, toda una marca dentro del rock en Iberoamérica), imaginativo y, junto con su nuevo productor Alejo Stivel (haciendo descansar momentáneamente a Antonio García de Diego y Pancho Varona, que habían efectuado por lo menos los anteriores cinco discos, a partir de 1990 con El hombre del traje gris), renacido con vigor a la buena música del pop en español. Porque, por cada nuevo trabajo de Sabina —a excepción del ya referido mediocre Enemigos íntimos, tan olvidable como una mujer histérica—, el rock en castellano de súbito engrandece y, consecuencias del ineludible talento sabinaniano, disminuye involuntariamente a los que, por esnobismo mediático, pasan de héroes electrónicos hasta que son bajados del volubilizado top ten mediático.
4
Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whiskey on the rocks.
En vez de fingir o de estrellarme una copa de celos le dio por reír.
De pronto me vi como un perro de nadie ladrando a las puertas del cielo. Me dejó un neceser con agravios, la miel en los labios y escarcha en el pelo.
Tenían razón mis amantes en eso de que antes el malo era yo con una excepción: esta vez yo quería quererla querer y ella no.
Así que se fue, me dejó el corazón en los huesos y yo de rodillas. Desde el taxi y, haciendo un exceso, me tiró dos besos, uno por mejilla.
Y regresé a la maldición del cajón sin su ropa, a la perdición de los bares de copas, a las cenicientas de saldo y esquina. Y, por esas ventas del fino laína pagando las cuentas de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína.
Volviéndome loco, derrochando la bolsa y la vida, la fui, poco a poco dando por perdida. Y eso que yo, para no agobiar con flores a María, para no asediarla con mi antología de sábanas frías y alcobas vacías, para no comprarla con bisutería, ni ser el fantoche que va en romería con la cofradía del santo reproche, tanto la quería que tardé en aprender a olvidarla diecinueve días y quinientas noches.
Dijo hola y adiós y el portazo, sonó como un signo de interrogación. Sospecho que así se vengaba a través del olvido Cupido de mí. No, no pido perdón, ¿para qué si me va a perdonar
Porque ya no le importa? Siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.
Me abandonó como se abandonan los zapatos viejos, destrozó el cristal de mis gafas de lejos. sacó del espejo su vivo retrato y fui tan torero por los callejones del juego y el vino que ayer el portero me echó del casino de Torrelodones.
¡Qué pena tan grande! Negaría el santo sacramento en el mismo momento que ella me lo mande.
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Es, “19 días y 500 noches”, una canción en efecto mítica en el orbe del rock en castellano, tanto así que en las oficinas de la Secretaría de la Administración Tributaria para conseguir una clave de acceso a la fiscalización personal, por lo menos el pasado martes 25 de mayo, era necesario, para acceder a los protocolos correspondientes para la adquisición de los dígitos oficiales, grabarse el solicitante en video en su celular… ¡recitando una frase de Joaquín Sabina proveniente de la pieza “19 días y 500 noches”!
Vaya requerimientos tan originales de la SAT para poder soltar a los demandantes sus privadas homoclaves partiendo de la literatura sabinesca.
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Dos décadas después, en 2019, se edita el álbum doble en tributo al compositor Sabina en su septuagenario aniversario de vida con diferentes versiones de sus canciones interpretadas por distintos artistas, una de las cuales sobresale por su, digamos, atrevimiento quebrantando los moldes icónicos que se conservan en ese tipo de homenajes discográficos: la contrarréplica de Travis Birds, nombre con el que una cantaora flamenca se escuda para expresar su sentimiento musical, de la canción “19 días y 500 noches” montando, en principio, una careta feminista contraviniendo cualquier signo de respeto por la ejemplar composición de Sabina, incluso hay líneas de franca contestación femenina disminuyendo al macho ensoberbecido tras la figura simbólica del cantautor español. La letra de Travis Birds es, incluso, retadora e impugnadora, al grado que forzó al propio Sabina a incorporar una breve introducción —sin duda brillante y alegórica disquisición— acaso para aminorar el enjundioso tamaño de la afrenta: “Todo da una de cal y otra de arena. Todas las caras tienen su cara y su cruz. Todos somos un pájaro que vuela, a la vez, hacia el norte y hacia el sur. Todo lo que se vuelve a contar ya es otra historia. Todo lo que se rompe, inventa a su enemigo. Y la misma canción, al cambiar de persona, no dice lo de siempre cuando dice lo mismo”.
La nueva letra feminista de esta canción, intitulada ahora “19 días y 500 noches después”, dice así:
Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Lo sé por qué fui la infeliz que mordía su anzuelo mientras le creí. De pronto me vi como el busto de un rey destronado pisoteado en el suelo.
Yo era la sota de las barajas y la planta baja de los rascacielos. Y es que tenían razón sus amantes: con él hay un antes pero un después no. Conmigo fue así: dijo que era su media naranja y se puso a exprimir. Ya luego empezó a dar vueltas igual que un león dentro de una jaula que rugía mirando a la Luna, mujer solo hay una y esa es mi María.
Luego se fue, bajó por tabaco y volvió a los tres meses, vino haciendo eses y hecho un perro flaco, pidió que le abriese con dos arrumacos, le quité la llave, el abono transporte. Por decirlo suave, le di pasaporte y le dije: ‘Colega, tú has perdido el norte’. Yo he estado tan ciega que pensaba que ya me quedaba sin Alfa ni Omega si él me abandonaba.
Esa canción en la que contaba la historia a su modo, en la que me echaba la culpa de todo, de las tropelías y las tonterías donde me compraba con bisutería mientras le servía jarros de agua fría, yo le añadiría, por ponerle el broche, que a mí, sin embargo, sus famosos 19 días y 500 noches se me hicieron largos.
Dijo hola y adiós y el portazo sonó como un signo d interrogación. En vez de sufrir me ligué a uno del PP y socio del Real Madrid que canta hip hop, juega al pádel, al tenis y al golf y es antitaurino, ha montado su propio bufete, yo le pongo un siete, él me ve y hace el pino.
Sabina huyó, se fue dando saltos igual que un conejo, pero como artista ha llegado muy lejos: ve a Dios retratado al mirarse al espejo. Yo le vi en las Ventas cantar nuestra historia y, como el caballo atado a una noria que va como un rayo tras la zanahoria, mi voz le seguía y al bailar que es soñar con los pies volví a ser la de ayer cuando le quería…
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Sí, una canción contestadora, declaradamente feminista, ponía en su lugar a Sabina. Una osada cantaora, por una vez en un tributo discográfico a un artista, respondía transgresoramente a una composición que si bien es perfecta en su cuadratura musical dejaba argumentos sueltos en su contenido, siempre masculinista. Y Travis Birds por fin se atrevía a romper el mito sostenido durante dos décadas de difusión compositiva.
Pero…
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Pero la canción de Travis Birds no es de Travis Birds… ¡sino de un hombre, Benjamín Prado, amigo nada menos que de Joaquín Sabina!, con lo cual el simulacro se desvela pues la mujer resulta ser sólo una intérprete de juegos de palabras vertidas finalmente por hombres consagrados al negocio de la música, no en vano el propio Sabina apunta al inicio de la versión supuestamente feminista de Travis Birds: “Y la misma canción, al cambiar de persona, no dice lo de siempre cuando dice lo mismo”.
Con ese magnífico verso, cómo no, también puede uno curarse en salud.
A final de cuentas, la mascarada perfecta no es sino una simbólica estrategia de mercado para atraer incautas e incautos envueltos en el jolgorio del benigno desplante compositivo. Finalmente, todo estaba correctamente calculado. Se trataba, o se trata, sólo de un juego de palabras, tal como el mismo Sabina apunta en el prólogo de esta supuesta altanera canción, no una contestación feminista, aunque lo pareciera.
¡Vaya filtraciones de la impostura cabalmente dispendiosa y aventajada!