“A Roma sólo le falta oler”:
Lynn Fainchtein
Además de deleite visual, Roma es un viaje sonoro, donde los sonidos ambientales urbanos (el afilador, el camotero, el vendedor de miel, la banda militar, los aviones…) y la música tienen un papel protagónico que va de la mano de la narrativa literaria y ayudan a marcar los contrastes sociales. Por ello, no se trata de música incidental, sino de un extenso playlist de lo que sonaba a principios de la década de los 70, principalmente en las estaciones de radio que escuchan Cleo y Adela en sus pequeños radios de transistores mientras realizan sus actividades domésticas, o Sofía y Antonio en el radio de sus automóviles.
Detallo: para trazar mejor esos contrastes, en Roma las chicas lavan la ropa o hacen las camas mientras escuchan a Leo Dan, a Juan Gabriel o a Rigo Tovar en Radio Mil o Radio Variedades. En tanto, Antonio, el padre de familia, opta por escuchar “La sinfonía fantástica” en la XELA, “Buena música en México”, en la comodidad de su Galaxy mientras disfruta de un buen pitillo.
Cuenta Gabriel Zaid “que hubo protestas de los radioescuchas. Se formó un Comité Nacional de Rescate de la XELA que reunió más de 5 mil firmas, y se pidió al presidente Vicente Fox (…) que la estación continuara en alguna de las frecuencias disponibles del (gubernamental) Instituto Mexicano de la Radio (IMER)”. Por supuesto, en el gobierno foxista no había estadistas ni gente mínimamente sensible, por lo que la respuesta fue la indiferencia (Letras Libres, 4 de diciembre de 2011).
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Los años en los cuales se desarrolla la trama de Roma coinciden con los de mi iniciación como amante del buen rock (años después, ampliaría mi formación musical y me convertiría en un ecléctico melómano). En el hogar familiar, la educación sentimental sonora —a cargo principalmente de don Fernando— giraba alrededor de Pedro Infante, José Alfredo, Agustín Lara, Los Panchos, Marco Antonio Muñiz, Cri-Cri, et.al. Sin embargo, faltaba algo que me hiciera vibrar de a deveras. Ese algo fueron Los Beatles.
Tendría nueve años cuando Enrique, el novio (y hoy esposo) de mi hermana Linda, llevó el Abbey Road a la casa paterna y lo puso en el tornamesa. El álbum giraba con más pena que gloria para mí. Sin embargo, la parte final del disco, donde se encuentra “Carry That Weight”, era la entrada o rúbrica musical de un popular programa infantil llamado Las Canicas que yo veía a diario. El estribillo me encantaba (Boy, you’re gonna carry that weight/ Carry that weight a long time), pero ignoraba quienes eran los intérpretes.
Metido hasta el fondo en este género, “expropié” uno de los radios de transistores de mis hermanas y me volví duro fan de Radio Éxitos, La Pantera 590 y Radio Capital, y, más tarde, con la llegada de la FM, de La chica musical y WFM. Todas emisoras de rock y pop en inglés. Ahí conocí y amé a súper bandas como Creedence, Doors, Led Zeppelin, Deep Purple, Grand Funk, y a muchos One Hit Wonder que tienen canciones entrañables: Mungo Jerry, «In the Summertime»; Shocking Blue, «Venus»; Christie, «Yellow River»… y decenas más.
Eran los tiempos del cabello largo, que a mí no me permitieron tener; pero también de los pantalones acampanados, de los zapatos con plataforma y de las camisas de cuellos gigantescos y colores chillantes, que sí me compraron.
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“Carlos Cerro, el Hombre Bomba, no tiene sucursales… chocolates Turín, ricos de principio a fin… de Sonora a Yucatán se usan sombreros Tardán… no hay cuervo que no sea negro ni Tequila que no sea Cuervo… Ponga a tiempo su reloj, esta es la hora exacta… la hora del Observatorio, misma de Haste, Haste, la Hora de México…”
En el deleite sonoro y nostálgico de Roma un elemento a destacar es la XEQK, la emisora de la “hora exacta”. Para numerosas familias de la CDMX, entre las décadas de los 50 y los 80 era una tradición sintonizar esta estación en el 1350 de la AM, sobre todo cuando se acercaba la hora de salir de casa para ir a la escuela.
Mientras las legendarias voces de Luis Ríos Castañeda y Ramón Ríos Hernández daban la hora “minuto a minuto”, los hijos de familia ingerían apresuradamente los últimos bocados del desayuno, daban el último repaso a los apuntes o guardaban estratégicamente el acordeón para el examen; en tanto, las madres alisaban las arrugas del uniforme, untaban vaselina en el cabello tratando de aplacar los gallos o daban gritos estentóreos a sus vástagos como si fueran comandantes de la Gestapo: ¡¡Pepe, Pepe, apúrate, carajo, que te van a cerrar otra vez la puerta de la escuela!!, alaridos que se mezclaban con la voz engolada de Ríos Castañeda: “Marcos Carrasco le rectifica su motor en 8 horas, consulte a su mecánico”…
Para fortalecer aún más la obsesión cotidiana por llegar a tiempo a la escuela, en la casa familiar no bastaba la XEQK a todo volumen, sintonizada en un viejo radio de bulbos. Como ingrediente adicional, el reloj de péndulo que estaba en la sala, por obra y gracia de doña Conchita, siempre estaba adelantado entre diez y 15 minutos… lo cual provocaba mayor neurosis entre los habitantes de Calzada de Tlalpan 1237-3, quienes salían despavoridos rumbo a la escuela chocando contra los transeúntes y contra todo lo que se atravesara en el camino.
Al pergeñar estos apuntes, me surgió una inquietud sobre el destino que tuvo la XEQK.
Leo que la otrora legendaria radiodifusora fue adquirida a mediados de los 80 por el Instituto Mexicano de la Radio (IMER), y para los años 90 los comerciales fueron sustituidos primero por música y, después, por cápsulas “educativas” y de “desarrollo humano”.
Pese a que contaba con uno de los locutores originales, las nuevas tecnologías pesaron (despertadores y relojes digitales, celulares…), y el proyecto ya no tuvo el mismo punch que su antecesor, por lo que ante la falta de radioescuchas, a principios de este siglo la estación se convirtió en la Tropicalísima, una emisora de música afroantillana, formato que continua hasta la fecha.