HISTORIA: MERCEDES CORTÉS MORA/LALUPA.MX
FOTOS: DIANA HERNÁNDEZ
Al fondo de su taller en remodelación Maximiliano Guerrero Jiménez, ganador del Concurso Nacional del Sarape 2019, se recuerda en la infancia y rescata que hace cuarenta años “todo Colón era artesano porque en la mayoría de las casas había telares”.
Alude al telar de pedal, herramienta con la que se hilan los sarapes mediante técnicas centenarias que utilizan como materia prima la lana de oveja.
Recuerda que el oficio corrió de manera vertical en su árbol familiar. Su hermano mayor, Gregorio, fue quien le transfirió las destrezas básicas para dominar el telar. Clemente, su padre, en contraste, era albañil.
“Iba a la escuela y saliendo pasaba a ayudarle a mi hermano porque él sí se dedicaba a esto.
“Aprendí, a veces viendo, pero también en ocasiones me decían cómo hacer mis primeros sarapitos”.
Profundiza sobre su hermano mayor, a quien sitúa como aprendiz de uno de los grupos de maestros artesanos que mayor influencia acaparó en la historia de esta actividad de la cabecera municipal de Colón: la cooperativa “Telanco”.
“A él lo enseñaron los meros fregones”, presume Maximiliano, quien narra sus primeras experiencias lectivas en esta casa de artesanías, donde aprendió y después perfeccionó los tejidos en liso, a cuadros, grecas, cuenta de hilos, el tejido en redondo y el tiguereado.
Maximiliano destaca que la muerte de su hermano y una fortuita declaratoria de cierre de la cooperativa fueron dificultades que en lugar de arredrarlo lo convirtieron en maestro. “Mientras tenga vida me voy a dedicar a esto”, asegura.
MÉTODO DE TRABAJO
Lanzadera en mano, detrás del telar y acompañado por su hermano Gregorio –también artesano– resume que un día promedio en el taller comienza a las 9 de la mañana: “llego, hago mis canillas, las enredo en la rueca, luego las pongo en mi caja, agarro mis lanzaderas y me pongo a tejer lo que tengo que tejer”.
Por lo general trabaja más de una pieza a la vez, de manera que pasa de un telar a otro dependiendo del trabajo que represente cada pieza y la urgencia a la que lo impulsen sus tiempos de entrega.
Un día normal, continúa, termina a las 5 o 6 de la tarde, pero aquellas jornadas que requieren de entregarse a un trabajo especial suelen adentrarse hasta altas horas de la noche.
Y toma como ejemplo, el tiempo y trabajo invertidos en el sarape que lo convirtió en ganador del concurso nacional, un diseño “tiguereado” tradicional que entreteje motivos de grecas tradicionales en matices naranjas, negros, grises y rojos; todos provenientes de tintes naturales que tuvieron como base el palo Brasil, la cochinilla y la flor de pericón o Santa María.
La pieza galardonada, ahonda, requirió dos kilos de lana y 168 horas de trabajo. Su valor en el plano comercial habría adquirido un costo de 10 mil pesos, sin embargo, con motivo del concurso se redujo a 7 mil.
FALTA VALORAR AL SARAPE DE LANA
Habla de los sarapes tradicionales de Colón y enfatiza que a diferencia de las piezas fabricadas en otras entidades del país, aquí se utiliza “puro material de tres cabos”, un hilo constituido por tres hebras que dota de una resistencia capaz de asegurar al sarape una vida útil de 30 años, siempre que se mantenga libre de polillas.
Atributos únicos que, luego de reflexionar, considera insuficientes para que en Querétaro el sarape de lana sea valorado.
La mayoría de sus clientes son foráneos y sus picos de ventas se disparan cuando participa en ferias artesanales con sede en otros estados o universidades. “Los de Querétaro y Colón casi no compran. Colón no valora esto. Nuestros clientes son de fuera, raro es el cliente de aquí de la cabecera (municipal)”.
En lo que refiere a los mecanismos para la generación de estrategias de producción, venta y organización, menciona que pertenece a la asociación Artesanos Unidos de Colón (Audeco), una iniciativa que agrupó a fabricantes de textiles de lana quienes encabezan las gestiones para la obtención de herramientas y materias primas con el fin de mantener con vida esta actividad.
En un principio eran 12 artesanos: ocho mujeres y cuatro hombres, a quienes se les donaron telares por conducto del gobierno federal. Ahora se mantienen activos siete: tres mujeres y cuatro hombres. Las mujeres –explica– optaron por independizarse y producir desde el hogar.
Optimista por la próxima ampliación de su taller Maximiliano Guerrero reconoce con rasgos de tristeza y su natural solemnidad, una reducción en la cantidad de la producción de artesanías de lana en la entidad, que aunque no afecta su calidad, relaciona con una escasa voluntad de las nuevas generaciones de involucrarse en el oficio. “Se fueron muriendo los artesanos más viejitos y a los jóvenes ya no les gusta esto”, dice con pesadumbre.
Termina la entrevista. Cuesta trabajo para que Maximiliano acceda a la foto. Cuando al fin lo hace, toma entre sus manos el reconocimiento que lo avala como ganador, brinda una sonrisa un tanto forzada y parece ansioso por regresar a su lugar, ahí detrás del telar donde toma sus lanzaderas y continua la confección del quexquemetl que por encargo le han urgido a concluir. Esperanzado, quizá, de que en un futuro todo Colón vuelva a ser artesano.