CRÓNICA Y FOTOS: GLADYS GONZÁLEZ/LALUPA.MX
LAMPITO – ¿Qué gritoh zon ézoh?
LISÍSTRATA – Es lo que yo decía: las mujeres se han apoderado ya de la Acrópolis de la diosa. Tú, Lampito, ponte en camino y organiza bien lo de vuestra gente, y a éstas, déjalas aquí como rehenes. Nosotras vamos a la Acrópolis para ayudar a las otras que están allí a poner las trancas.
CLEONICE – ¿No crees que los hombres van a venir en masa contra nosotras en seguida?
LISÍSTRATA – Poco me importan, que no vendrán trayendo tantas amenazas ni tanto fuego como para abrir las puertas esas, a no ser en las condiciones que hemos dicho.
CLEONICE – Desde luego, por Afrodita, nunca, que si no, en vano habríamos obtenido el calificativo de inconquistables y malvadas.
Aristófanes, 2004, p.25
—200 personas asistirán a la marcha—, me dijo Tef, y sentí miedo de que el desinterés estuviera tan latente en la ciudad; aún habiendo sido asesinadas más de 1,000 mujeres el año anterior.
Sentí miedo de no poder volverme a sentir como cuando de adolescente salía a caminar por las calles del centro: libre e ingenua.
Sentí miedo de que las niñas de México sigan siendo cifras, porque el abuso sexual infantil continúa a la alza.
Sentí miedo pensando en las mujeres que son forzadas en la trata. En las que fueron forzadas. En las que serán forzadas. Diario. Sin descanso. Hasta la muerte.
Nos vi ahí paradas queriendo crear, construir y resignificar, y para mí ahí comenzó. Cada paso que di, yo ya estaba con todas ustedes, yo ya marchaba junto a sus pañoletas moradas, podía aspirar el sudor de nuestras antepasados impregnado de valor, de sororidad y de amor, pero no éramos 200, ¡éramos 1,000 – 5,000 – 10,000!
Y estando ahí, todas detenidas, porque era imposible organizarse como se tenía planeado, alguien gritó —¡Se ha perdido una niña! —TODAS buscamos, —¡La niña es Sofía Cuauhtémoc!
— ¡Sofía Cuauhtémoc! –
—¡Sofía Cuauhtémoc! –
—¡SOFÍA CUAUHTÉMOC! –
Aún no la encontrábamos, recién habían pasado unos segundos y alguien me dijo, —¡Agachémonos!—. Comenzamos a gritarlo —¡AGÁCHENSE, AGÁCHENSE!— Comenzaron unas, otras, todas. Desde atrás una ola de aplausos nos llenó el corazón de tranquilidad. Sofía Cuauhtémoc era la única que había quedado en pie.
Tarde más en contarles esto, que el tiempo que realmente transcurrió para que encontráramos a Sofía, y pienso que ahí fue cuando terminé por enamorarme de ustedes mujeres. De su organización, de su interés por la otra, de su sed de sororidad y empatía.
Bartola, mi perra, que estuvo junto a mí todo este tiempo estaba igual de escandalizada mientras la horda sorora de aplausos y gritos de consignas le llenaba de curiosidad las orejas. Se le veía curiosa, y al mismo tiempo impresionada de la cantidad de bellas voces ahí convocadas; y debo admitir que durante un par de segundos la multitud desató la ansiedad con la que vivo en espacios reducidos, me agaché, abracé a Bartola y en segundos el grito suspendido de hermandad me contagió —“¡Las niñas no se tocan, Las niñas no se violan!”— Esa es mi lucha, a las que me conocen saben que estoy trabajando una película y un documental contra el abuso sexual infantil, esa consigna se llevó mi ansiedad y la grité con más fuerza que cualquier otra.
Y las consignas; poesía eléctrica, prosa simple, deleite literario, siempre presentes, siempre asertivas. A cada una te sumas. A cada una, una anécdota. A cada rostro, una lágrima. Todas tenemos historias o mujeres cercanas con memorias. Así de breves y así de fuertes. A cada grito una madre, una hermana, una suegra, una tía, una amiga, una hija.
— “¡Amiga, hermana, si te pega no te ama!”- Mi tía.
—“¡En falda o pantalón, respétame, cabrón!”- Todas mis amigas.
—“¡Las niñas no se tocan, las niñas no se violan!”- Mi prima.
—”¡Ni una más, ni una más, ni una asesinada más!”- 1,199 familias en 2019.
Y tras unos minutos de espera comenzamos a ascender en dirección a Zaragoza. Una vez moviéndonos, Bartola; algo espantada por los tambores de guerra, me exigió caminar hacia el borde de la marcha y ahí ya más tranquila, es que me di cuenta que cual lazarillo me había llevado hacia los muros de la calle Hidalgo que ya estaban llenos de gritos, llantos y amor por nuestras hermanas caídas: los stencils y las manos artesanas, ya habían desaparecido, pero en violetas, rojos y rosas, se leía sobre el tabique anaranjado: “Querétaro Feminicida”, “México feminicida”, “Ni una más”, “Se va a caer”. Y también ahí en marrón brillante y fresco, también estaban las manos de nuestras muertas, marchando junto a nosotras, y al unísono se escuchó —“¡Somos, el grito, de las que ya no están!”— Las sentimos, ahí, gritando con nosotras.
Bartola se escalonaba en la banqueta y los transeúntes a nuestro alrededor nos miraban, algunas mujeres coreaban con nosotros y nos llenaban de voz la garganta, otras nos miraban de reojo, como si el miedo les impidiera unirse al himno de hermandad. Querían gritar junto a nosotras, se presentía, pero alguien o siglos de historia hostil, no se los permitía.
Seguimos avanzando y se escucharon gritos de emoción, las de enfrente ya habían alcanzado Zaragoza y las de atrás no podíamos permitir que nuestra cadena se rompiera. Comenzamos a correr, Bartola junto a mí agitando la cola como esos resortillos de las puertas antiguas, estaba contenta de correr con locura junto a nosotras, y lo logramos. Nuestro caminar seguía unido, no se había roto y la gente en los automóviles tendrían que esperar a escuchar nuestros gritos de revolución. Quisieran o no.
Ya en Zaragoza, hubo muchos más espectadores, en su mayoría hombres, algunos con su rostro serio, perturbado, nadie esperaba a 10,000 mujeres, esperaban a 200, quizá 500, pero no 10,000. Y fue curioso, porque al mirarlos, esquivaban la mirada. Creo que tenían miedo, pero no deberían. El miedo sólo causa más violencia, la peor de las violencias. El miedo causa odio.
Seguí caminando y nuevos mensajes acentuaron los postes, botes de basura y las banquetas: “¡Resiste!”, “¡Estado feminicida!”, “¡Que caiga el machote!”, signos de Venus, puños rosas en alto, y ahora puños de carne, los reales, apuntando al cielo, pedían silencio. Se hizo. Y una torreta comenzó a retumbar, o eso parecía, pero en realidad era el grito de todas creciendo cual ola al unísono. Espero que alguien haya grabado ese grito de guerra, y que me lo comparta, me gustaría revivirlo.
Intenté darle agua a Bartola pero sólo me tiró un manotazo al aire, estábamos demasiado emocionadas como para detenernos a beber agua, seguimos y policías armados merodeaban el lugar, nuestro aullido se hizo escuchar: —¡”Me cuidan mis amigas, no la policía!”— Una y otra vez; cuando los pasamos, escuchamos como las de atrás coreaban la misma consigna, lo sentíamos en conjunto, ninguna éramos aliadas de la policía y su presencia que más que seguridad, nos alarmaba. No sólo ahí, siempre. En las calles, en las carreteras, en los bosques, en las playas, en la mente.
Más adelante me encontré con mi amiga la Güera, nuestro encuentro fue breve, ambas estábamos en un frenesí de emociones intentando capturar con el objetivo en nuestras manos lo que estábamos sintiendo. Fue imposible, ni las dos páginas de texto que llevo se comparan con lo que vivimos. Bartola, como la conoce, quería irse con ella y poder cuidarla también, pero no pudimos, segundos después desapareció entre la ola de guerreras con los rostros teñidos de violeta.
Nunca paré de gritar, ni siquiera me dolió la garganta. Seguíamos avanzando llenas de esperanza de que al concluir la marcha, la violencia en contra de la mujer se terminara.
Y en este momento, donde probablemente pierda algunas amistades y familia, se presentó una mujer pro vida junto a su hijo, hermano o sobrino, no sé quién fuera él. Traían, él un paliacate azul cielo y ella un rosario en las manos. Él temblaba, no quería estar ahí, o quizá sólo esperaba a doscientas, ella se mantenía con los ojos cerrados y el rosario apuntándonos; como un dedo que señala al culpable, al traidor, al asesino; en su manera estoy segura de que rezaba por nuestro bienestar, pero nosotros no queremos que recen por nosotros, y nos detuvimos como si alguien hubiese gritado: – ¡Flanco derecho. Ya!- Y comenzamos a gritar ¡Saquen sus rosarios, de nuestros ovarios!, ¡Saquen sus doctrinas, de nuestras vaginas!, la señora nunca se movió, siguió estática. Flanco izquierdo y retomamos nuestro camino, después de todo también marchamos por ella, sus hijas, hermanas, sobrinas y nietas, y si ella no marcharía, teníamos que hacerlo nosotras.
Al llegar a la toma de agua, las vi, estaban ellas, las Radfem, tomando la rotonda y entintando sus muros con consignas; y en grande, para que todos sean testigos, señalaron al estado como feminicida. Señalaron por TODAS: por las que ya no están, por las que marchamos, por las que están de acuerdo con las pintas y por las que no, sobre todo por ellas que aún no han podido liberarse del velo tatuado en sus ojos, en sus pechos, en sus vulvas.
Intenté tomar fotos, pero con el maldito lente que llevaba, fue imposible sacar algo decente, así que seguí.
El atardecer, ese del que escribió Borges, el atardecer queretano nos dio siluetas, y una vez que los ojos asimilaron el encadilamiento del sol tardío, pude ver la grandeza de nuestros pies al andar. Quise llorar cuando vi que cubrimos la calle entera, pero alguien comenzó a cantar —“¡Mujer escucha, ésta es tu lucha!”— como si ustedes, mujeres, hubieran escuchado mi sentir y me llenaran de aún más alegría el alma, el corazón y la mente. Grité y comencé a observar si podía ver a un lado mío a mujeres que estaban fuera del contingente y las encontré, empecé a mirarlas y hacerles señas para que supieran que estos pies marchaban por ellas, y que estaban todas en nuestro caminar. Unas cuantas sonrieron. Otras me miraron enfadadas, ellas, las enojadas también tienen tatuados los ojos y las vulvas.
Seguí gritando, riendo y apapachando a ratos a Bartola y minutos más tarde, estábamos de nuevo en Plaza Constitución, los ánimos habían migrado a un discurso más serio, se escuchaban los testimonios y el humo violeta se extendía por el centro queretano, como nuestra lucha, que empezó ese día y se extendió por el mundo entero.
Cada paso que di, doy y daré, va con ustedes a un costado.