Orden y caos. Predictibilidad y variabilidad. La dualidad del universo siempre está presente, en sus macro y microescalas, aunque, a veces, sea complicado para nosotros percatarnos de ella.
Como cada primer martes de octubre desde hace algunas décadas, hoy la Academia Sueca de Ciencias anunció a los ganadores del Premio Nobel de Física de este 2021. Un año icónico en la ciencia, particularmente en la física, pues fue precisamente el Premio Nobel de hace cien años, 1921, el que se le otorgó a uno de los más grandes genios de la filosofía natural: Albert Einstein, quien cambió radicalmente la concepción newtoniana que hasta entonces teníamos del cosmos.El gran Einstein recibió su Premio Nobel de Física de 1921 por la explicación del Efecto Fotoeléctrico, un fenómeno que devanaba la mente de los científicos decimonónicos porque desconocían que en la naturaleza subyacen estructuras microscópicas difíciles de percibir por las personas: la estructura cuántica. Pero Einstein también habría merecido este máximo galardón por muchos otros motivos, como la ahora tan conocida Teoría General de la Relatividad, o la desarrollada para explicar el movimiento browniano, ese que puede describirse por desplazamientos azarosos, caóticos de las partículas.
Un siglo después, estas teorías del caos, del desorden dentro del orden, de la variabilidad extrema y oculta en el orden macroscópico del universo, son otra vez traídos a nuestra atención por el Comité del Premio Nobel, con la entrega del reconocimiento de este año en dos partes: una para Syukuro Manabe y Klaus Hasselmann, por el modelamiento físico del clima terrícola, cuantificando la variabilidad y prediciendo contundentemente el calentamiento global; y la otra para Giorgio Parisi, por el descubrimiento de la interacción del desorden y las fluctuaciones en los sistemas físicos desde las escalas atómicas a las planetarias.
Ambas partes del Premio Nobel de Física de este año se relacionan fuertemente porque nos muestran que en la estructura del universo existe también un número infinito de posibilidades de acomodo, que pueden derivar en consecuencias muy disímbolas, pero que llegan a parecernos ordenadas a simple vista. Un ejemplo del trabajo de Parisi es el que nos ofrecen los átomos de un fluido caliente al enfriarse. Si los átomos pierden calor a un ritmo lento, entonces pueden agruparse en formas geométricas cristalinas, pero si se enfrían abruptamente, estas entidades cuánticas se aglomeran desordenadamente dando lugar a estructuras vidriosas.
Por su parte, Manabe y Hasselmann nos recuerdan, nunca de manera más oportuna, que indudablemente los humanos afectamos al clima de nuestro planeta, pero que éste, a pesar de su enorme variabilidad, puede ser predecible si lo estudiamos a detalle y por largos periodos de tiempo. Lo más importante de este trabajo es, quizá, el mensaje que el Comité del Premio Nobel envía una vez más a los líderes del mundo, que en unos días más se reunirán en Escocia, en la Vigésimo Sexta Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COP26: hay que actuar ya para revertir el calentamiento global y para ello contamos con las herramientas necesarias, que son la ciencia y sus modelos físicos para el clima.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.