ENTREVISTA: ROCÍO BENÍTEZ/LALUPA.MX
Un 31 de diciembre José Antonio Gurrea Colín le llamó al padre Alejandro Solalinde para preguntarle, qué día podría ir a entrevistarlo a Ciudad Ixtepec, Oaxaca.
–“Vente mañana, hijo”, le contestó el sacerdote.
El 1 de enero, con toda la somnolencia que vive la Ciudad de México al iniciar el año, comenzó su viaje de 18 horas en un autobús guajolotero para llegar al albergue de migrantes que atiende el cura católico. Al recordar esta experiencia, José Antonio evoca el refrán: «La ocasión la pintan calva». Porque sabe que el periodismo es acción, aventura, y una oportunidad así no se desaprovecha.
Como esta anécdota José Antonio tiene una infinidad que se han sumado en 35 años de labor. Es un periodista de 24 x 7, que además carga con ese vicio que Gabriel García Márquez definía como la “bendita manía de contar historias”.
UNA CARRERA POR ELEGIR
Letras, periodismo y ciencias políticas eran las tres carreras en las que se debatía el joven José Antonio Gurrea Colín. ¿Cuál elegir?
Como pambolero era aficionado al periódico Esto, por sus crónicas deportivas, pero también era rockanrolero y escuchaba La Pantera 590 (perteneciente a Radio Mil). En una fiesta descubrió que el padre del compañero anfitrión (un camarada del bachillerato) era Juan José Bravo Monroy, periodista y locutor de ese grupo radiofónico, y al oír sus historias de viajes y ver sus retratos junto a personalidades nacionales e internacionales, las dudas se disiparon.
“Elegí la carrera de Periodismo en la UNAM. ¡Y me encantó! Empezamos a leer a Octavio Paz, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, el boom latinoamericano, empecé a hacer mi biblioteca más en forma”, platica y confiesa que aún es de esas personas que ama el olor de la tinta sobre el papel.
Su obra periodística se ha publicado en El Universal, El Universal Querétaro (donde fue director editorial), El Financiero, Milenio Diario, Milenio Semanal, Excélsior, Unomásuno, La Digna Metáfora, Etcétera, Laberinto, Sábado, El Universo de El Búho, Vértigo, New York Times Magazine en español, entre otros medios. Ahora es director de lalupa.mx, portal de internet en donde dice, evocando ese amor por el papel impreso, «me he tenido que reinventar».
También es autor de El largo y sinuoso camino de la transparencia, (reportajes, cuadernos El Financiero, 2009), Atisbos (antología narrativa, 12 Editorial, 2012); Periplos (crónicas de viaje, 12 Editorial, 2012); y Otredad (Trajín, 2019), cuya segunda edición incluye un prólogo de Víctor Roura.
En Otredad, Gurrea Colín recopila una serie de crónicas sobre migrantes, narcos y violencia en México, que se pueden leer sin pensar en el tiempo en que fueron concebidas.
Ahí está la travesía de José Antonio hasta Los Altos, Chiapas, para conocer y darle voz a los habitantes de Cuchumtón, comunidad que en 2013 ocupaba la cúspide en las estadísticas de pobreza y marginación; niños que recorren largos trayectos para ir a la escuela, falta de servicios médicos que los obliga a aguantarse el dolor o esperar la muerte como la única cura.
La historia de la madre de Idalí, una chica de 19 años, originaria de Ciudad Juárez, de quien sólo encontraron dos pedazos de cráneo. Uno de los casos que antecede a las constantes historias de feminicidios que ahora son de alerta nacional para la sociedad.
Asombra también leer en Otredad, la historia de Joel Camarena, un chihuahuense que, luego de años de traficar marihuana en ambos lados de la frontera y caer en la cárcel por lo mismo, ahora tiene un negocio en Denver, Colorado, donde satisface legalmente a varios clientes. O el relato de ‘El Compadre’, que en plena línea fronteriza, cuenta con nostalgia que debido al crimen organizado el negocio de ser “pollero”, ya no es lo mismo que antes.
También es parte de Otredad el texto ganador del Premio Pagés Llergo 2017 en la categoría de artículo cultural, en donde José Antonio reveló el maltrato que sufrió el hombre que parecía inquebrantable, el escultor y pintor José Luis Cuevas (1934-2017)
De esta historia, de su labor como periodista y narrador, Gurrea Colín plática en esta entrevista.
¿PENSABAS ENTRAR AL PERIODISMO COMO UN TRAMPOLÍN A LA LITERATURA, PORQUE SIEMPRE TE INTERESÓ ESCRIBIR CUENTO?
Siempre me interesó la literatura y no pensaba en el periodismo como un trampolín. Simplemente me encantaba la literatura, la ficción, pero también buscaba crónicas periodísticas. Leía a Truman Capote, a, Norman Mailer, Tom Wolfe, también a José Joaquín Blanco con sus crónicas sobre Plaza Satélite o sobre la Zona Rosa, o a Carlos Monsiváis. Me encantaba en ellos esa parte muy narrativa. Luego, gracias A ustedes les consta, una antología de Monsiváis sobre los cronistas mexicanos del siglo XIX y XX, descubrí a gente como Ángel de Campo Micrós y José Alvarado. Aunque simultáneamente comencé a leer a cronistas muy jóvenes como Ramón Márquez, Josefina Estrada, Humberto Ríos Navarrete y Amílcar Salazar, ahora colaborador de lalupa.mx.
Las primeras crónicas de estos jóvenes las leía en Unomásuno a finales de los 70 y principios de los 80 (Por cierto, Amílcar tiene un blog donde subió en PDF todo su material periodístico, básicamente crónicas y reportajes: lo que publicó en Unomásuno, pero también en Tiempo Libre, 24 Horas, El Universal México y El Universal Querétaro). Yo decía: ¡Estos cuates escriben muy bien! Había muchos grandes cronistas en el Unomásuno, periódico que renovó el anquilosado panorama de la prensa en México y en donde tuve la fortuna de trabajar a finales de los 80. Por ejemplo, ahí se empezaron a hacer historias deportivas, de nota roja, de cuestiones sociales, pero no notitas, sino auténticos relatos con técnicas narrativas, siguiendo los pasos de Truman Capote, de Hunter Thompson, de Gay Talese, entre otros. Un género al que en los años 60 se le bautizó en Estados Unidos como nuevo periodismo, y que actualmente es conocido como «no ficción» (non fiction) o periodismo narrativo. En fin, a mí lo que me interesaba era eso, la parte narrativa en el periodismo.
¿EN QUÉ PUNTO EMPIEZAS A ESCRIBIR TUS CUENTOS Y DIVIDIR LA PARTE DE LA FICCIÓN DEL PERIODISMO?
Estaba muy influenciado por Cristina Pacheco quien también escribía en el Unomásuno, y luego estuvo una temporada en El Día. Yo trabajaba ahí a mediados de los 80 del siglo pasado y leía todos los domingos sus relatos, enfocados a gente que vivía en entornos trágicos, de pobreza. Eran cuentitos muy por debajo de José Emilio (Pacheco), y que hoy sigue publicando en La Jornada. Pero en ese tiempo a mí me encantaba y empecé a hacer mis primeros relatos de ficción tomándola como ejemplo, prácticamente plagiando todo su estilo. El primero que publiqué en El Día se llamaba «Violación en Neza», y hablaba de una chica que fue abusada sexualmente, y como la joven y su familia padecen todo eso viacrucis que ahora vemos con mayor frecuencia con los feminicidios, que lamentablemente han aumentado. En El Día, aquella fue una gran época, los domingos toda la mesa de redacción publicaba lo que quería, un cuate publicaba una crónica; otro, un cuento; uno más, un reportaje o un ensayo. Ese día era nuestro, nos daban libertad total de hacer y deshacer. Ahí empecé a publicar mis cuentos y mis crónicas periodísticas.
Muchos años después (ya en este siglo) un amigo, Raúl Fraga, me presentó a René Avilés Fabila, quien ya había salido de Excélsior, donde dirigía El Búho, el suplemento cultural, y le di tres cuentos para que los publicara en su revista mensual El Universo de El Búho, algo así como el hijo de aquel hebdomadario dominical. No sólo los publicó sino que me dijo que le entregara un relato mensual. Estuve con René como tres años. Ahí fue donde adquirí la disciplina que debe tener un escritor. Pero como de los cuentos no vive el hombre (por lo menos yo), seguí con mis labores periodísticas, tanto en la mesa de redacción como en la reporteada.
¿ES UNA CONSTANTE QUE EL PERIODISTA TENGA INTERÉS DE ESCRIBIR LITERATURA?
Quizá antes pasaba con frecuencia, pero ahora ocurre cada vez menos. Las insuficiencias parten de una pobre educación universitaria, por lo que el medio (periodístico) está lleno de personas que no leen y no saben escribir, hoy en día hay gente que ni siquiera sabe poner una coma, no voy a decir nombres, pero conozco a varios. A mí me encanta regalar libros a mis amigos, a personas que estimo o que simplemente trabajan conmigo, y me he encontrado reporteros y hasta jefes de información a los que les he tratado de regalar un libro y me dicen: ¡ay, gracias, pero a mí no me gusta leer! Otros, no sé si sea mejor o peor, simplemente me dicen que no tienen tiempo para hacerlo. Reporteros, fotógrafos, editores y todos los que trabajamos en medios deberíamos de tener la obligación de leer ávidamente, solamente así podremos aprender a escribir. Hay que leer poesía, eso lo recomendaban Monsiváis y García Márquez, porque te da bases para tener un mejor ritmo en la escritura. Y también leer mucha crónica, como la que hace gente como Caparrós, Kapuscinski, Alma Guillermoprieto, Villoro y todos los que he mencionado, pero también mucha narrativa de ficción. Enrique Serna con El vendedor del silencio, su novela sobre Carlos Denegri, debería ser lectura obligada en las redacciones.
Esta problemática se agudiza por los bajos salarios. Hay reporteros que trabajan en dos o tres medios. Y, por supuesto, también cuentan las deformaciones y la poca preparación de los jefes: hay una nociva práctica que se llama cuota de notas, que es cuando mandan al reportero a hacer cinco notitas al día, entonces el pobre reportero anda entrevistando a quien se le aparezca enfrente y le pregunta una sarta de tonterías, y el entrevistado responde una sarta de tonterías, y los editores publican esa sarta de tonterías (que además se repite en todos los medios), porque los periódicos se tienen que llenar. Se privilegia la cantidad, no la calidad. Un reportero que hace cinco o seis notas al día, ¿a qué hora va a leer?, ¿a qué hora va a escribir algo de largo aliento, una buena crónica, una buena entrevista? ¿a qué hora va a capacitarse? Se ha precarizado mucho el trabajo informativo. En el periodismo nunca se han ganado fortunas, pero en esta crisis que viven los medios se ha depauperado aún más. Lo que se agrava si el propio jefe de información es una persona que no lee, que no escribe bien y, además, ordena seis notas diarias. Un periódico se llena con planeación, con trabajo, con investigación, con buenas crónicas y reportajes, no con cuota de notas.
En el periodismo mexicano lamentablemente hay muchos vicios: uno, es llenar las planas con notitas informativas; otro, es dar todo el vuelo a la declaracionitis y no a la información. Adicionalmente, cuando se llegan a publicar «reportajes» lo que vemos son más bien notas largas con muchos datos duros y bonitas infografías, pero sin contrastes, sin investigación y sin historias. Y no, además de datos duros debes tener una o más historias. Es esencial dar voz y nombre a los mencionados en los datos duros, ya sean desaparecidos, migrantes, víctimas de abuso sexual o bullying, enfermos sin acceso a fármacos, gente en pobreza extrema, y, claro, también personas que destacan en sus respectivos campos: el emprendedor, el científico, el estudiante, el artesano. Ellos deben ser la prioridad informativa. La gente de calle sale en los medios sólo cuando se ve envuelta en un accidente o en un delito. Eso ya no debe suceder.
¿Y ERES DE LA IDEA DE QUE CADA PERSONA TIENE UNA HISTORIA POR CONTAR?
Claro, historias puedes encontrar saliendo de tu casa, en la puerta, en todos lados. Además, a la gente le gusta contar sus vivencias. La gente está ávida de contar lo que le pasa, si te subes al taxi el chofer te cuenta su historia, vas al mercado y el que vende la carne o la fruta te cuenta lo que vivió. La gente quiere ser escuchada.
¿Y COMO PERIODISTA HASTA QUÉ PUNTO PUEDE LLEGAR UNO CON LAS PREGUNTAS, PARA NO LASTIMAR, NO TOCAR LA INTIMIDAD?
En Otredad se encuentra la historia de Idalí (joven de 19 años que luego de varios años desaparecida, le entregan a su madre sólo dos fragmentos de su cráneo). Cuando estaba entrevistando a su madre ella empezó a llorar. En ese momento me decía a mí mismo: ¿tengo derecho a preguntar esto, a provocar su llanto? Pero para armar su historia le tenía que preguntar aparentes nimiedades: ¿qué día era?, ¿hacía calor?, ¿qué programa de TV veía su hija?, ¿por qué quería ser modelo? Luego la señora empezó a sacar las fotos de la muchacha. Fue algo muy cabrón, pero tienes la obligación de preguntar si quieres escribir una historia completa, con todos los matices y pormenores. Creo que al platicarlo, la señora se desahogó conmigo. Un día antes la había conocido en el juicio oral donde condenaron a varios feminicidas, pero el responsable directo del asesinato de su hija, también ya encarcelado, la había librado, pues estaba amparado. Imagínate el estado de enojo y frustración en que se hallaba. Y, sí, insisto, yo sentía pena de estar preguntando esas cosas a una señora muerta en vida –porque perder un hijo debe ser lo más terrible que te puede pasar– pero tenía que hacerlo. Había que contar esa historia para denunciar que un feminicida totalmente confeso seguía sin condena.
Sin embargo, yo sí creo que hay que poner límites y no entrometernos cuando son cosas banales, asuntos íntimos que no tienen trascendencia periodística. Esas cosas no deben importarnos. Hay que respetar, algo que no hace el «periodismo» amarillista, que se inmiscuye en la vida privada de las personas o, aún peor, incurre en la mercantilización de la tragedia cuando publica esas atroces fotos de personas asesinadas o muertas en trágicos accidentes. Se lucra con el dolor, se promueve el morbo. Se falta a la ética periodística, todo en aras de vender un ejemplar más o de ganar un like adicional, en el caso de muchos portales, meros pasquines digitales. Los gobiernos y los congresos deben generar toda una normatividad que, sin afectar la libertad de expresión, ponga coto a esa lucro desmedido.
¿Y A LAS PERSONAS QUE NO ESTÁN EN DISPOSICIÓN DE HABLAR, CÓMO CONVENCERLOS PARA QUE CUENTEN SU HISTORIA?
Hay que respetarlos, uno no puede obligarlos y no hay que hacer lo que hacen en la televisión escandalosa, cuando la gente no quiere hablar y, entonces, montan operativos afuera de su casa para «cazar» a las personas. Eso no es ético, hay que respetar. Si la gente no quiere hablar es porque quizá el dolor es muy profundo, no ha sanado, hay mucho rencor o simplemente no quieren compartir algo tan íntimo. Y es válido.
Hace poco se estrenó El guardián de la memoria (Marcela Arteaga, 2019), un documental con una historia que se puede leer en Otredad, es sobre Guadalupe, Chihuahua, un pueblo que se quedó sin habitantes debido a la violencia. El reportaje lo escribí por ahí de 2015, y qué bueno que el tema sigue vigente ahora con el documental que, por cierto, se presentó en el Festival de Toronto. Para armar la historia me puse en contacto con Carlos Spector, un abogado chicano que vive en El Paso. Él ayuda a los mexicanos que, debido a la violencia, han huido hacia Estados Unidos y buscan que les otorguen asilo político. Spector le comentó a diez personas originarias de Guadalupe, y que ahora viven al otro lado de la frontera, que había un reportero mexicano que quería hablar con ellos. Sin embargo, a la cita concertada en un pequeño restaurante de Fabens, un polvoriento pueblito texano, sólo llegaron a platicar conmigo cinco personas, y, de éstas, dos no quisieron salir en las fotos, sólo dieron su testimonio.
Estoy convencido de que no puedes obligar a la gente a hablar, sobre todo cuando están en un momento de fragilidad, porque en el caso de Guadalupe a todos les habían matado familiares: el hijo, la esposa, el hermano, el amigo. Son tragedias humanas de espanto. Por eso mi libro se llama Otredad, porque trata sobre la vida de «los otros», esos que han sido abusados, violentados, los que han perdido familiares en esta espiral de violencia que no cesa, los que han tenido que migrar de sus países de origen, mexicanos, centroamericanos, no importa (el libro incluye la historia de un sirio refugiado en Estambul, Turquía), sin faltar aquellos que viven en la extrema pobreza. Soy un privilegiado, no he vivido esas tragedias. Lo menos que puedo hacer es ayudar a visibilizarlas, darlas a conocer. Esa es la función del verdadero periodismo social.
EN LA HOJA DE DEDICATORIAS DE OTREDAD, MENCIONAS A LUIS HINOJOS Y SALVADOR SIERRA COMO COMPAÑEROS DE AVENTURAS PERIODÍSTICAS.
Luis es de Ciudad Juárez. Él me enseñó a amar la frontera norte, a asimilar el potencial periodístico que tiene. Cuando fui por vez primera a Juárez le pedí a David Fuentes, reportero de El Universal, y quien había sido corresponsal en esa ciudad, que me conectara con algunos colegas. La exhaustiva lista que me dio el siempre generoso David la encabezaba Luis, así que al llegar al hotel le llamé. A los diez minutos ya estaba tocando a la puerta de mi habitación. Me invitó a dar una vuelta a la medianoche por el Juárez que ya había superado la violencia (en 2015, el Cártel de Juárez había vencido y expulsado de la ciudad –que no del estado– al Cártel de Sinaloa, por lo que se respiraba un ambiente más tranquilo). Hicimos química de inmediato. Se convirtió en mi Virgilio, en mi fixer. Con él, sin cobrar un centavo, he hecho al menos tres coberturas periodísticas, lo mismo en Chihuahua, que en Nuevo México, Texas o Arizona. Por supuesto, también me acompañó a Colorado a hacer el reportaje de la mota legal. No sólo conoce muy bien el norte del país, sino también medio Estados Unidos. Un auténtico «pata de perro», desinteresado, amante de la aventura. El año pasado me invitó en varias ocasiones a visitarlo para concretar dos o tres historias bien interesantes (entre éstas, el regreso de la violencia, pues el Cártel Jalisco Nueva Generación se está disputando la plaza con el Cártel de Juárez), sin embargo, no hubo las condiciones para ir. Espero que este año pueda visitarlo. No puedo dejar de mencionar a otros Virgilios: Amalia Escobar, Luis Cortés y Sergio García, con quienes recorrí Sonora y parte de Arizona.
Por su parte, Salvador Sierra es uno de mis amigos “más viejos”. También periodista, él se ha especializado en la fotografía. Lo conozco desde 1987 cuando yo editaba una revista y una gaceta en el Senado de la Republica. Él era el reportero y el fotógrafo de ambas publicaciones. Es también un «pata de perro». Me acompañó a Berlín y a Ámsterdam a hacer un par de crónicas (la primera ganó el premio alemán Walter Reuter), al reportaje de Colorado, a otro más que hicimos en las colonias más violentas de Acapulco (cuando a esta ciudad la nombraron la más peligrosa del mundo), y también al albergue del padre Solalinde, en Oaxaca, donde, haciendo un poco de periodismo Gonzo, pernoctamos varios días viviendo en las mismas condiciones que los migrantes.
Yo tenía varios meses queriendo hacer ese reportaje, ir con Solalinde y estar con él algunos días, conseguir varios testimonios, así que obtuve su teléfono y le estuve marcando varios días. Cuando perdía la esperanza, recuerdo que el 31 de diciembre de 2012 me respondió al fin y le dije: soy reportero de El Financiero, ¿cuándo puedo ir a Ixtepec para entrevistarlo? “¡Me da gusto que a un periódico de finanzas le interese el tema migratorio! Vente mañana, hijo”, respondió. Ni modo que decirle que no, así que ese mismo 31 de diciembre le hablé a Salvador, estaba en su fiesta de fin de año con sus familiares y le lancé a bocajarro: ¿me acompañas a Ixtepec? ¿Cuándo? Mañana. ¿Mañana? No inventes, es 1 de enero. Le expliqué de que se trataba y al otro día por la tarde nos fuimos. Ya te imaginarás, no había transporte, y aeropuerto y terminales de autobuses estaban abarrotadas, así que lo único que conseguimos fue un camión guajolotero, hicimos 18 horas de camino. A esta loca aventura, que terminamos en Juchitán, destruida por uno de los terremotos de 2017, nos acompañó Rocío Ruiz, inequívoco ángel guardián.
LA COLUMNA DEDICADA A JOSÉ LUIS CUEVAS TIENE UNA REVELACIÓN MUY FUERTE, HABLA DEL MALTRATO QUE SUFRIÓ ESTE HOMBRE QUE PARECÍA INQUEBRANTABLE, Y LA HISTORIA QUEDÓ GUARDADA POR MUCHOS AÑOS
Sí, se publicó hasta 2017 cuando Cuevas murió. Había un litigio muy fuerte entre las hijas, quienes decían que el artista era abusado, y la segunda esposa, quien lo negaba. Ahí la decisión que tomé fue guardarme esa historia que viví en diciembre de 2006, por lo que representaba Cuevas para mí. Él se encontraba viviendo el síndrome de Estocolmo y no sólo negaba que existiera maltrato, sino que incluso rompió con las hijas. No quise revelar lo que viví para no humillarlo, pero también temí que me dejara de hablar. Me trataba muy bien y tuve miedo de eso. Pero lo del maltrato era una realidad. Fui a su casa a entrevistarlo y Cuevas, quien estaba solo, me pasó al estudio. Estábamos en ese lugar cuando llegó Beatriz del Carmen, quien desconocía que yo me encontraba ahí, por lo que apenas cruzó la puerta de entrada comenzó a insultarlo muy fuerte. Ya después yo ya ni quería hacer la entrevista, sentí pena, estaba tenso, desconcentrado; el maestro estaba muy avergonzado también.
A Cuevas lo conocí como un año después de que enviudó de su primera esposa (Bertha), en el 2001. Fue una entrevista que le hice para televisión por internet. Llegó solo al estudio y de entrada me dijo que no le hablara de usted ni que le dijera maestro. «Soy José Luis y punto». Era una entrevista de 10 minutos y se alargó a una hora. Después conoció a Beatriz del Carmen, siempre andaban juntos por todos lados, en público ella siempre lo traía agarrado de la mano y lo abrazaba y decía que era su amor. Luego empezaron las denuncias de las hijas y él les dejó de hablar, las desmintió en publico. Ellas, sin embargo, tenían razón. El día que me enteré de la muerte de Cuevas escribí el texto de un tirón. Me tardé en hacerlo máximo dos horas. Como dicen, me salió del alma. Yo me sentí liberado al escribirlo. El texto se publicó en las redes de El Universal Querétaro y se comenzó a compartir, las hijas lo leyeron y también lo compartieron. Fue muy difundido. El otro día vi en You Tube un video donde abordan el tema del maltrato que sufría Cuevas y ahí mencionan mi columna. Con ese escrito me enfrenté conmigo mismo. En mi vida entrevisté a Cuevas como seis veces y siempre me abrió su casa con mucho amor. No era mi amigo íntimo, pero sí era un tipo que me llegó a invitar incluso hasta su cumpleaños.
ERES UN AMANTE DE LOS LIBROS, DEL PAPEL IMPRESO. ¿COMO DIRECTOR DE LALUPA.MX, CÓMO VIVES ESE CAMBIO A LO DIGITAL?
Como dices, yo sigo comprando libros en papel, sigo experimentando el placer de quitarles el celofán, de abrirlos y que el olor a tinta invada la atmósfera, el entorno. Eso me envenena, en el buen sentido. Pero en relación con los diarios y revistas impresas, pues hay sentimientos encontrados. Por un lado, por supuesto, hay tristeza y melancolía. Yo comencé a vivir el olor de la tinta desde los 23 años cuando entré al periódico El Día, y ahí estaban las rotativas en el mismo inmueble. También trabajé en el Unomásuno, El Financiero, El Universal, y en todos esos medios impresos debajo de la redacción estaban las grandes rotativas por lo que el aroma a tinta llegaba hasta mi escritorio, y tú sabes, los olores traen recuerdos. Pero también hay que reconocer que, a querer o no, se trata de un proceso irreversible, pues las nuevas generaciones ya no compran periódicos impresos y los tirajes se están cayendo en todo el mundo. Un solo ejemplo: el 31 de diciembre pasado, El País dio a conocer que cerraba la versión impresa latinoamericana. Aquí, a nivel local, los impresos de El Financiero Bajío y Capital ya también desaparecieron, y siguen algunos más. Lo mismo a nivel nacional, los tirajes ya son ridículos.
Pero, por otro lado, y aquí viene la parte positiva de este proceso, lo digital es más barato que lo impreso, tiene mucho mejor alcance y en relación con los contenidos, ya no existe esa camisa de fuerza que limita los caracteres de un gran reportaje, de una gran historia y, además, se pueden hacer cambios sobre el texto si existe un error. Con buenos editores, por supuesto, pero se puede terminar con eso de que «un médico entierra sus errores y un periodista los publica».
Regresando a tu pregunta, yo que siempre viví con el papel y la tinta, con lalupa.mx me he tenido que reinventar. En este sentido, creo que el verdadero reto de los medios digitales es lograr, pero en serio, convertirse en portales multimedia, y hacer piezas periodísticas que incluyan magníficos videos, pero también textos interesantes, originales, con un toque narrativo, así como excelentes fotos y buenas infografías. Además de contenidos diferenciados para las redes sociales. No puedes subir lo mismo a Facebook que a Instagram, son redes sociales de naturaleza distinta. Otro reto, por supuesto, es conseguir la monetización para hacer todo esto. Se necesitan muchas personas talentosas, me consta, y eso cuesta.
lalupa.mx tiene poco más de un año de vida, pero a eso aspiramos, a convertirnos en un portal multimedia. Ya contamos con excelentes textos propios y grandes imágenes. Esto no es casualidad. Tenemos la pluma de Paty López, quizá la mejor reportera de Querétaro, y los talentos jóvenes de Braulio Cabrera y Carlos Jordá, quienes son apuntalados por la lente de Ricardo Arellano y Enrique Contla; además de las valiosas crónicas del veterano Amílcar Salazar, las aportaciones culturales-literarias de la poeta-periodista Chío Benítez, así como la incansable labor de Josué Méndez, nuestro community manager; de Alex Mascarúa, nuestro diseñador Web y editor de video, y de Luis Palomino, nuestro gerente. Estamos creciendo aceleradamente en Facebook y Twitter. Sin embargo, ha llegado el momento de apuntalar el área de video e imagen y de comenzar a hacer contenidos exclusivos para YouTube e Instagram, la red social de los más jóvenes.
Otra cosa a mencionar: gracias a las gestiones de Paty tenemos una interrelación con las universidades, las cuales nos aportan materiales de divulgación. La UNAM-Campus Juriquilla ya lo comenzó a hacer, al igual que el Instituto Tecnológico de Querétaro y el Centro Universitario de Periodismo de Investigación (CUPI) de la UAQ. Ah, y bueno, tenemos más de 40 articulistas. Las mejores plumas están con nosotros, ni los impresos tienen esa calidad y esa pluralidad en su sección de opinión.
¿SI HAY FUTURO PARA EL PERIODISMO?
Sí, por supuesto. En el periodismo digital, como ocurre en el impreso, habrá quien proponga, quien haga la agenda, quien elabore contenidos propios de excelencia, pero también quien llene sus espacios sólo con notas clickeras y sensacionalistas, con boletines, con nota roja o con memes. Sin hablar de la monetización, sólo refiriéndome a los contenidos creo que New York Times, El País, El Mundo, Revista 5W, Pie de Página (de Reporteros a Pie) o la centroamericana El Faro.Net, por poner algunos ejemplos, ya están haciendo periodismo digital multimedia, de mucha calidad y de largo aliento, y, ojo, sin tenerle miedo a los textos largos. Hay que echarles un vistazo. Creo que por ahí debemos ir los que aspiramos a hacer portales de noticias serios, rigurosos, con contenidos propios que jalen y que incidan socialmente.