Buena parte de mi vida he integrado órganos colegiados. Desde estudiante, como miembro del Consejo Universitario por mi facultad, hasta mi participación en el Consejo General del Instituto Electoral del Estado de Querétaro, pasando por un consejo distrital en el entonces IFE.
Todas han sido experiencias interesantes.
Trabajar en un órgano colegiado es un reto en más de un sentido. Por un lado, la función propia que debe desarrollarse, por otro las personalidades de quienes lo integran, y en tercer lugar la visión que se tiene de la forma idónea de trabajo.
Aunque siempre haya alguien que presida, y que por tanto tiene voto de calidad, la realidad es que en la mayoría de las ocasiones existe una igualdad entre quienes conforman la mesa de decisión, y esto obliga a un ejercicio constante de apertura, a la vez que de firmeza.
Interesante paradoja. Apertura y firmeza.
La primera se necesita para hacer funcionar al órgano. Si todas las personas que lo integran se cierran a la razón de las demás, entonces es imposible construir acuerdos; uno debe tener en la mente (y el corazón) grabada la frase “puedo no tener la razón” a fuego, para recordar en todo momento no sólo que se puede ser falible, sino que toda experiencia y conocimiento personales son limitados.
No puede ser de otra manera.
Uno puede convencer a las demás personas en varias ocasiones. Ya sea por la razón o por la emoción, que desde luego también tiene su papel en la toma de decisiones. Pero por lo mismo cabe la posibilidad de que otra persona nos haga variar de ideas.
En otras ocasiones lo he dicho de forma irónica: la otra persona puede caer en el mal gusto de tener la razón.
Aceptar la falibilidad propia no es causa para la inseguridad, simplemente es reconocer los límites que tenemos como personas y reconocer en las demás la existencia de raciocinio y buena fe.
La firmeza es posible cuando tiene uno claras las razones del cargo y los principios que deben realizarse. En la función pública estos se encuentran en la Constitución, ni en la moral privada ni en un libro sagrado, sino en la máxima norma. A ellos nos debemos y su concreción es el objetivo principal de toda función pública.
Ahí se requiere la firmeza, para desarrollar la labor atendiendo a los principios tal como se han fijado en la Constitución o los han definido los tribunales, atendiendo a las capacidades, conocimientos y habilidades de cada quien.
Interesante cosa es trabajar con las demás personas en pie de igualdad. Me gusta.