Estoy iniciando la lectura de “Travels with Charley in search of America”, un libro en el que John Steinbeck narra un viaje que realizó por todo Estados Unidos acompañado de su perro. De golpe me di cuenta de lo mucho que me gustan los libros de viaje.
Tengo la costumbre, no sé si mala o buena, de leer tres libros juntos. A veces alguno se queda rezagado, no porque sea malo sino porque no ha llegado nuestro momento. Junto con el libro de Steinbeck estoy leyendo a Lawrence de Arabia. Su vida y travesías con los árabes, mientras los analiza y se mimetiza con ellos. Resulta interesante por la anécdota y también por las agudas observaciones de una mente a las claras muy superior a la común, aunque no siempre se compartan sus puntos de vista. Sus “Siete pilares de la sabiduría” son un libro grande en más de un sentido.
“Viaje al futuro del imperio” es un libro de Robert Kaplan quien, para atisbar el futuro de Estados Unidos, va desde West Point hasta la Ciudad de México, viajando en auto, autobús, avión y demás, conociendo a todo tipo de personas, lo mismo en el campo que en las ciudades; de los ricos a los pobres, buscando ver en el presente (al momento de su viaje) los rasgos inciertos del futuro.
Hacia el otro gran imperio nacido en el siglo XX viajó Kapuściński. La Unión Soviética y la promesa de un nuevo orden utópico que nutrió (y se nutrió de) la esperanza de personas muy distintas. El pueblo de pueblos, la nación de naciones que no fue, o que dejó de ser. La distancia que guarda el autor le da una perspectiva que no tiene el libro de Kaplan, quien era ciudadano del país que exploraba.
Las propias memorias de José Vasconcelos son un libro de viajes. Norte, centro y sur de México. Europa, Sudamérica y Estados Unidos. Pero hay poco de los viajes y mucho del autor. Hace años leí “México en 1827” de Ward; ya no lo recuerdo. Me falta el de la marquesa Calderón de la Barca.
Estos libros nos presentan la paradoja de que somos iguales y distintos en todo lugar. Esa misma incómoda y fascinante sensación que tuve en un mercado de Samarcanda, tan distinto en voces, idiomas, olores y colores a los nuestros, pero a la vez tan cercano y propio que mis abuelos y yo pudimos orientarnos en él y regatear sin problemas con los comerciantes.
Es un lugar común decir que los viajes ilustran. Pero, si es cierto, podemos admitir que los libros de viajes también lo hacen, y que nos muestran lo unidos que estamos en la diversidad humana