La eventual llegada de López a la presidencia de México entusiasmó como nunca a la comunidad académica de México. Los docentes e investigadores de instituciones de educación superior y centros de investigación, públicos y privados por igual, se sintieron finalmente escuchados y respaldados por un candidato presidencial cuando, durante uno de los debates sostenidos en campaña, López anunció que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), entidad encargada de diseñar e implementar la política de ciencia y tecnología de México, por fin sería encabezado por una integrante de la academia, la bióloga María Elena Álvarez-Buylla Roces, descendiente de intelectuales españoles perseguidos por el franquismo y reconocida en 2017 con el Premio Nacional de Ciencias.
Esta fue la única aparente buena noticia que la academia mexicana ha recibido desde entonces respecto a la titular del Conacyt, pues, inclusive antes de que tomara posesión de la dirección general de la dependencia, comenzó a actuar como tal y a dar muestra de su intensa ideologización, que choca de frente con el criterio objetivo que debe privar en todo científico, y de su enorme capacidad para destruir todos los procesos que durante medio siglo rindieron más o menos frutos en favor de la consolidación de México en el ámbito científico.
Sin pausa durante estos tres años, Álvarez-Buylla ha logrado trastornar por completo el ambiente académico de la nación con sus decisiones y acciones: hostigando a directores de los centros públicos de investigación (CPIs) del Conacyt que habían sido designados por la administración anterior hasta obligarlos a renunciar, cambiando el reglamento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), reduciendo el número de becas de posgrado para estudios en el extranjero, despidiendo a los científicos repatriados por el Programa de Cátedras Conacyt, etc.
Pero, a menos de dos meses de alcanzar la mitad del sexenio, el objetivo de la transformación del sistema de ciencia y tecnología pretendida por la administración federal actual comienza a volverse nítido: controlar totalmente a la investigación en México. Con la imposición de los Programas Nacionales Estratégicos del Conacyt (Pronaces) que, según testigos presenciales, fueron elaborados de la noche a la mañana y exclusivamente por la misma directora general de la institución, los académicos de México sólo podrán realizar investigación en aquellos temas establecidos por el gobierno federal.
Mediante este mismo requisito, nada más quienes investiguen en las temáticas de los Pronaces serán susceptibles de pertenecer al SNI y recibir el correspondiente estímulo económico. Tras la entrada en vigor del nuevo Código de Conducta para Empleados del Conacyt y sus CPIs, ningún científico podrá emitir crítica alguna contra la dependencia o la política estatal para ciencia y tecnología. Y luego del cambio del apartado A al B para los empleados de los CPIs, la titular del Conacyt podrá despedir a todo aquel investigador que desee, sin que pueda intervenir sindicato alguno que lo proteja.
Si comparamos el Sistema de Ciencia y Tecnología que el gobierno actual pretende implantar con aquellos de otras naciones, es posible que encontremos algunas similitudes en países con regímenes autoritarios, como la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en donde el ingeniero agrónomo y miembro del Comité Ejecutivo Central y del Consejo Supremo de la Unión Soviética, Trofim Denísovich Lysenko, secuestró a la comunidad científica de las quince repúblicas para ponerlas al servicio del proyecto individual de nación concebido por Iósif Stalin.
Sin embargo, este sistema también podría funcionar para México si su implementación prescindiera del autoritarismo y se restringiera al ámbito del desarrollo de las tecnologías que necesita nuestra nación. Para ello se requiere excluir a la ciencia de tal control, por ejemplo: creando un fondo especial para proyectos de esta índole, similar al que maneja la Fundación Nacional para la Ciencia en los Estados Unidos de América; así como fomentando que la iniciativa privada pueda invertir en el desarrollo de otras tecnologías que sean de su interés.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.