HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
Antonieta Martínez sintió que vivía una pesadilla cuando diagnosticaron a su hija María José con cáncer. Cuando la familia preparaba su presentación de los 3 años, la mamá de Antonieta notó algo extraño en el tono de la piel de Marijó. Unos días después, ya no pudo caminar en la escuela y así iniciaron nueve años de lucha para recuperar la salud.
Esa experiencia, dice Antonieta, no sería posible sin el apoyo de los voluntarios de la Asociación Mexicana de Ayuda a Niños con Cáncer (AMANC), que brinda sostén emocional, pero también ayuda económica, alimentos y transporte para las familias.
Frente a la campaña de boteo que realiza AMANC, Antonieta es una de las madres que pide a todas las personas donar lo que puedan a AMANC, donde “un peso se vuelve un millón”, donde parece que nadie se cansa de ayudar a otros y donde todos tienen “un corazón de niños” y viven “solo por hoy” para que las niñas y los niños vuelvan a sonreír.
La fiesta de los 3 años
Los primeros síntomas de cáncer en Marijó se presentaron cuando ella tenía 3 años. La familia se preparaba para su presentación ante la iglesia y su abuela notó el tono extraño de su piel, así que Antonieta puso más atención.
“Empecé a observarla y empecé a ver cambios en mi hija como su estómago, su color, la falta de apetito, el dolor de huesos. Iba en el primer año de preescolar, mi esposo acababa de conseguir trabajo y nos dieron Seguro Social, así que primero sacamos una cita para ella, pero la doctora decía que le dolían los pies y dejaba de comer porque estaba creciendo y que su color de piel era porque no salía tanto a la calle y nos dio una cita muy larga para los estudios”.
Un día la directora del preescolar le llamó para decirle que Marijó ya no podía caminar, que entró al sanitario y no podía dar un paso. “La tuve que subir al coche cargando y empezó toda esta aventura, Dios sabe que somos fuertes para sacar esto adelante, yo sentía que algo no estaba bien y no sabía por dónde comenzar”.
Antonieta la llevó con un médico homeópata y fue quien advirtió que era un cáncer, le recomendó pedir ayuda con especialistas. Llegó con la doctora Alma Rosa, en el hospital del Niño y la Mujer. “Mi hija era una niña llena de vida, con unos caireles hermosos, la doctora inició todos los estudios, los ganglios, todos, estaban inflamados, era un cáncer, pero todavía no sabíamos cómo estaba, ni dónde era”.
Les dijeron que sería un tratamiento largo y costoso, así que la internaron en el Hospital del Niño y la Mujer el 2 de noviembre de 2012. Ahí le hicieron más estudios, el martes 6 de noviembre le hicieron un aspirado de médula y esa misma tarde, “a la 1 de la tarde”, la diagnosticaron con leucemia linfoblástica aguda en primera etapa.
Empezaron la lucha “como familia, los tres: mi esposo, mi hija y yo, fue un tratamiento de tres años, pero al término quedé yo con mi hija; Marijó estuvo muy mal, en una ocasión, estuvo en terapia intensiva, pero aquí está hoy, tras seis años de vigilancia”. Tuvo epilepsia hace cuatro años por las quimios, pues tuvo 128 quimios ambulatorias y 8 quimios internas”.
“Muchas veces (con las quimios) se queman de su boca, hay que ponerles pomada, se vuelven tan frágiles y débiles que los tienes que cuidar, las mamás en el hospital pasamos todo el tiempo cuidándolos y hay enfermos que tienen esa posibilidad de que sus mamás y papás los cuiden, pero debemos revisarlo todo, cuantificar su pipí, su popó, qué les aplican y a qué hora, es una batalla bien fuerte”, explica.
“Necesitamos creer en algo”
En todo el proceso de enfrentar la enfermedad es común que las familias terminen por separarse, porque toda la atención se centra en las niñas y en los niños con cáncer. “Las mamás y los papás necesitamos de mucho apoyo, necesitamos creer en algo, yo me fui totalmente con Dios, le entregué la vida de mi hija desde que estuvo en terapia intensiva, porque es su voluntad, no la mía”.
AMANC se convierte en un gran apoyo, no sólo para enfrentar los costos, sino para brindar el apoyo emocional que necesitan, así como la atención de nutriólogos y pláticas constantes sobre cómo cuidar a alguien con cáncer.
La mayor parte de las familias “entramos tres, pero al paso del tiempo se van yendo los papás. Las mamás nos quedamos, dejamos de trabajar, a veces nos separamos, porque debes tener el cuidado todos los días, las quimios son toda la semana a veces, así que pasas la Navidad en el hospital, vives en el hospital”.
Muchas familias agradecen el alta o simplemente la atención a sus hijos, así que llevan tortas y gelatinas para las personas que se encuentran en el hospital, porque a partir de sus propias experiencias, “todos aprendemos a agradecer y entendemos que el hospital tiene falta de medicamentos, pero ahí está AMANC para ayudarte a salir adelante”.
En un intento de que las niñas y los niños vivan su vida lo más normal posible, reciben clases en el hospital para que puedan incorporarse a las escuelas en cuanto salgan. “A mí me preocupaba mucho cuando regresó a la escuela, porque cuando sus venas están muy delicadas, les ponen algo que llamamos el tamborcito en el pecho, para que por ahí entren la quimio y me preocupaba que si recibiera un golpe o un empujón pues podía ser peligroso, pero no pasó nada”.
Hasta un peso se vuelve un millón
Durante el tiempo que Antonieta acudió con su hija al tratamiento, las mamás colocaban una mesa de tejido afuera del hospital, porque las familias se quedan sin dinero mientras enfrentan la enfermedad y así se hacen de un poco de recursos para ayudarse.
Muchas veces la gente llega con dinero, “pero acabas con nada y da pena pedir”, porque no hay dinero que alcance para enfrentar la enfermedad, pero los voluntarios de AMANC siempre están pendientes y se encargan de conseguir dinero para darles los medicamentos que requieren.
“Si la gente supiera que cuando estás así, que si donan a AMANC hasta un peso se vuelve un millón… afuera del hospital la gente llegaba a comprar los gorros, las pantuflas, las chambritas para los niños que acaban de nacer, zapatitos, diademas. Teníamos maestras que nos ayudaban bastante y AMANC nos daba la comida”, recuerda.
Aunque Antonieta casi no acudió al albergue de AMANC, cuando se quedaba sin dinero los voluntarios acudían por ella para llevar al hospital y cubrió todo el costo del tratamiento. Hasta la fecha paga el medicamento para la epilepsia, así que esta asociación “se convierte, en una parte bien importante para las familias. (Sus voluntarios) hacen reír a los niños, les ponen juegos y te dan de desayunar, de comer, les dan regalos en reyes, en diciembre, hay posadas, hacen más llevadero todo esto”.
El cáncer es una enfermedad desgastante física, mental y espiritualmente. Antonieta tenía un negocio que abandonó a partir del diagnóstico a su hija para dedicarse a ella y le tocó ver muchos fallecimientos que le dolían a todos, porque “en AMANC te vuelves una gran familia”.
“Por eso pedimos apoyo a toda la gente, nosotros salimos a botear, hoy entregué mi bote, hay mucha gente que no cree, pero aquí estamos y hay muchos niños que necesitan más, porque vienen de la sierra, de lugares muy lejanos. Estos niños necesitan ayuda, porque da mucho miedo cuando tu hijo se pone mal, cuando lo ves con ese dolor y cuando no hay dinero. Ahí está AMANC, pero esta asociación necesita ayuda para ayudar a otros”, insiste.
En AMANC se trabaja con voluntarios que ponen su mejor esfuerzo todo el tiempo porque los pequeños estén bien, “puedes decir gracias AMANC, pero no basta, porque todas las voluntarias te tratan con cariño y entiendes que Dios está aquí, en todo, nosotras vivimos dos años en el hospital y no nos faltó nada”.
María José se prepara actualmente para el examen de secundaria y quiere ser policía o chef, porque en AMANC retaron a los niños a preparar alimentos saludables y les daban un regalo.
“Espero que mi hija ya esté más libre de medicamento, que su cuerpo empiece a desintoxicarse, pero AMANC te enseña a preocuparte por hoy, a vivir hoy, a siempre seguir adelante. Como dice AMANC debemos tener un corazón de niño y ese corazón te hace llevar un peso, una moneda para todos estos niños que están aquí, que necesitan que los vean porque hasta un peso hace una sonrisa”, destaca Antonieta.
El cáncer de niños debe ser atendido de manera primordial por las autoridades.