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En los últimos años del gobierno de Enrique Peña Nieto ya el Instituto Nacional Electoral empezaba a moverse a sus anchas, con la tácita aquiescencia del gremio periodístico, en los asuntos de la libertad expresiva fiscalizando los decires de determinados personajes de la prensa.
Ya Carlos Ramírez lo había denunciado previamente. En una conversación que mantuve con este periodista a mediados de 2020 indicaba esta calamidad que se avizoraba lentamente: “El desplegado del jueves 16 de julio firmado por intelectuales [a favor de Héctor Aguilar Camín, quien había sido permanentemente beneficiado en sus finanzas por los gobiernos priista y panista, retirado del presupuesto federal tras un anuncio oficial de dos años de inhabilitación para recibir propaganda del Estado, luego de hallar falsedad en los movimientos de sus papeles para acceder al erario]. La sola presencia en ese documento de Héctor Aguilar Camín y de Jorge G. Castañeda desnaturalizó (pudrió) su sentido de defensa de la democracia. El desplegado dice que la democracia está en peligro. ¿Qué democracia? ¿La del autoritario INE que a veces es peor que López Obrador y que demanda periodistas por encima de la Constitución por violar reglamentos autoritarios? Yo he sido demandado por el INE en dos ocasiones. Y he ganado porque defendí la libertad de expresión contra Lorenzo Córdova. Estamos viviendo un proceso de centralización del poder que han aplicado todos (es decir: todos) los presidentes de la República, no sólo López Obrador”.
Ahora, con este —al parecer inevitable— empoderamiento, el INE indaga, o quiere indagar, sobre las verdaderas causas por las cuales los periodistas plantean sus respectivas preguntas al presidente durante las llamadas mañaneras, lo que, de muchos modos, no sé si intencionalmente o de modo sesgado e inofensivo, se trasluce como una aspaventosa búsqueda para hallar, a cualquier precio, alguna ilegitimidad informativa para de inmediato proceder a denunciarlo. Y lo hace remarcadamente, el INE, justo en los momentos en que los medios han dejado de recibir, por parte del Estado, caudalosas cifras millonarias en sus cuentas bancarias.
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Ciertamente es una paradoja porque cuando los medios, a todas luces, sobrevivían económicamente del erario nadie, mucho menos el INE, advertía la infamia de la simulación periodística. Los periodistas sí la miraban, pero no eran, no son, los dueños de las empresas donde trabajan. Por lo tanto, callaban. Máxime en sitios como la agencia del Estado, acostumbrados sus peones a hablar en voz baja, consentidos, y agradecidos por eso, desde la poderosa influencia sindical: mientras su salario prosiguiera depositándose con esa cautelosa generosidad, ¿a quién le importaba no sólo la velada información reportada sino la riqueza acumulada de su líder sindical?
De ahí el actual conflicto, que más que una contienda de reflexiones sobre el ejercicio periodístico es una lucha de insultos y de palabrería soez, donde el periodismo a (casi) nadie parece importarle.
Tengo que confesar, y me pongo como drástico ejemplo a mi pesar, que jamás me había sentido tan abrumado, desprotegido, sancionado, maltratado, injuriado e incluso vigilado (sé que mi celular es monitoreado por gente que yo ni conozco pero por el solo hecho de dirigir la sección cultural de Notimex me he convertido en blanco de anónimos francotiradores que, creyendo que el león aprecia a todos de su misma condición, se han atrevido a asegurar que ya he sido corrompido por el poder político)… soy vigilado e insultado, digo, por la propia clase periodística, renuente, la mayoría, a debatir sobre el quehacer periodístico.
¿Por qué?
Esa es la pregunta esencial cuya respuesta ignoro completamente.
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Porque, como van siendo las cosas, ahora el periodista, antes de escribir, tiene que pensar en las posibles conjeturas que argüirá, al leer su texto, el INE para no ser censurado.El INE, hoy, haciendo la tarea que antes le correspondía, por mandato directo de la Presidencia, a la Secretaría de Gobernación.
Sí, van siendo otros tiempos si bien la condición humana es la misma. En 1984 yo mismo seleccioné a los reporteros de la sección cultural, a mi cargo, del nuevo diario La Jornada. Cinco meses después de haber salido a la calle, uno de estos muchachos, creyendo que hacía un periódico estudiantil, cometió una gravosa inocencia al acotar en la programación televisiva que se transmitiría ese día, 5 de febrero de 1985, una serie sobre la “pisoteada” Constitución. Al percatarme de la gravosa inocentada en un diario de ese calibre, lo llamé para informarle de su inocente estupidez… pero fui interrumpido por la secretaria del director Carlos Payán Velver, quien requería mi inmediata presencia en su oficina. Dejé al reportero con lágrimas de súplica de mil perdones por su impensado atrevimiento.
El director de La Jornada fue enfático:
—¡Me despides en este momento al pendejo que escribió esa estupidez! —me gritaba Payán Velver.
Sin embargo, le hablé de otras cosas, de la inconciencia de la juventud, por ejemplo, de la falta de oportunidades en el medio periodístico, de las blandas estupideces. Le pedí, en suma, que lo dejáramos en la sección, que le diéramos otra oportunidad, finalmente ese muchacho apenas estaba comenzando en la profesión.
Luego de no sé cuántos minutos, Carlos Payán advirtió que yo me haría responsable de cualquier otra pendejada de ese chico. Y asumí la responsabilidad.
Pero cuando Payán, al año de fundada La Jornada, se dio cuenta de que Víctor Roura no lo obedecía en sus peticiones de sometimiento cultural entrevistando a los amigos del director de dicho periódico entonces buscó la forma de expulsarme de su diario recurriendo, fácilmente, a la complicidad laboral de los periodistas de esa misma zona cultural, que obedecieron con prontitud las indicaciones de la dirección.
Desde entonces aquel periodista que cometiera la “pendejada” en las páginas culturales está al servicio del patrón injuriándome a la menor provocación, ignorando, yo, las razones de tal encono (porque cuando nos hemos topado de frente siempre me saluda afectuosamente). A mediados de 2019, al enterarse —este periodista que hizo toda su carrera en La Jornada— de que había sido yo invitado a participar en Guadalajara al encuentro de periodistas de la música le dijo, con cara de pocos amigos, al organizador de dicho congreso que ya le había caído de su gracia por el solo hecho de haberme invitado a intervenir en aquellas sesiones. Por supuesto, no argumentó las razones por las cuales yo no debí de haber asistido a Jalisco.
Pero así es la condición humana.
No sé por qué elINE no me llamó la atención por haber aceptado participar en esas discusiones. Tal vez no se enteró de aquella fatídica reunión.
Y, sin embargo, entiendo la molestia que le causa a este periodista mi presencia en sitios que supone suyos. Como la cólera de los sindicalistas de Notimex al mirarse desplazados de sus antiguos privilegios. ¿Con qué derecho arriban otros periodistas a su agencia que les dispensaba todas sus necesidades pecuniarias sin tener que plantearse qué tipo de periodismo hacían?
Notimex era algo suyo.
Nadie, según ellos, tenía derecho a subvertir el orden impuesto allí durante décadas.
Por eso están los sindicalistas no en un conflicto laboral, sino en medio de una guerra declarada.
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Sí, he comenzado con un despropósito del INE que, ahora, quiere supervisar el quehacer periodístico porque en este momento de restricciones publicitarias oficiales, al parecer, la prensa es un centro de volubilidad por su flagrante descobijamiento político. Es decir, mientras la prensa era mantenida por el Estado al INE parecía no preocuparle los desplazamientos de los trabajadores de la información, pero ahora, que la ira se ha introducido mero adentro de los medios al ser ya medianamente subvencionados, las cosas han cambiado, o están siendo cambiadas (porque evidentemente el gobierno aún no ha logrado el equilibrio democrático prometido en la repartición financiera de su propaganda oficial), busca, el INE, ahora sí controlar, o algo semejante, las expresiones de los informadores… ¡justo en los momentos en que los llamados chayotes han sido parcialmente eliminados!
Es algo que tendría por supuesto que discutirse, airearse, cuestionarse, mas en un planteamiento estratégico y renovada mente serio, no “debatido” por la gente que se ha apropiado de los espacios electrónicos públicos perpetua o cíclicamente patrocinada por los anteriores gobiernos, que no se cansa —esta gente promovida por los gobiernos del pasado—en descargar su enfado contra la administración morenista que la ha relegado, o relevado, o postergado, o clausurado en la presente distribución monetaria.Porque su incomodidad se evidencia mayúsculamente. Son, eran, han sido siempre, periodistas con intereses propios muy bien localizados. ¿Qué puede decir esta gente sobre la prensa cuando ahora ha sido sorprendida dejándola sin estímulos económicos, cuando toda su vida sólo habían construido un fino discurso, si bien bajo un velado misticismo crítico, para no arruinar sus particulares intereses financieros?
Y a nadie, tampoco, parece haberle importado sus impostaciones periodísticas.
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Jenaro Villamil, el pasado viernes 22 de enero, ha alertado, ya, sobre esta posible combustión inoperante del INE al querer, ahora, indagar sobre el fondo de cada cuestionamiento periodístico para, según el instituto, evitar la propagación indebida del respaldo político. Ahora el INE indaga, o quiere indagar, si los periodistas en la mañanera reciben dinero para hacer preguntas a modo al presidente de la República.
Esto sí que es una novedad, porque casualmente cuando ciertos periodistas en efecto recibían caudalosas cifras millonarias por parte del Estado lo tenía, al INE, absolutamente despreocupado, como ya he señalado.
Una quisquillosidad política, de reciente cuño en su territorio, digamos. Porque la ciudadanía, por lo menos un porcentaje mayoritario de ella, sabe muy bien los nombres de los que han recibido cantidades exorbitantes de dinero para regular (administrar, propalar, incentivar, no callar, ni silenciar) sus contenidos críticos, si bien estas minucias al INE lo tenían sin cuidado porque no quería interrumpir una vieja y vigorosa costumbre por años estimulada por los eficaces gobiernos en turno.
Pero como los tiempos están cambiando, ahora el INE siente la urgente necesidad de intervenir en los ductos expresivos del sector periodístico. Nomás para no verse aislado de estas contiendas libertarias, supongo.
Aunque no sé si ya se ha percatado, el INE, del mediano estado de la prensa que, acaso sin querer, López Obrador ha sacado a flote al ofrecer diariamente una conversación con diversos representantes de los medios que, a veces, no saben qué preguntar o cómo preguntar.
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Si el INE ahora incursiona, e inspecciona, en el periodismo, acaso en un futuro se convierta en la institución idónea para autorizar, o en su caso desautorizar, a la conversión del oficio. A falta de un colegiado periodístico en México, acaso el INE, percatándose de esta vital ausencia —entre sus objetivos ocultos—, busca arroparse en esta, aún inexistente, identidad calificadora. Tal vez, con su mano sabia, ya hubiera resuelto el conflicto de Notimex con esta huelga interminable que ha puesto de cabeza a los que la han levantado arguyendo incontinencias tales como que quien no esté con ellos es, con toda seguridad, su enemigo…
Pero, vamos, si yo levanto una huelga me voy a ocupar de resolver el problema, no de buscar dificultades gratuitas con la gente que sencillamente no comparte mi posición. Porque desde Twitter desgarradores y enfebrecidos proclaman que mientras los huelguistas se hallan dentro de campamentos en su lucha, otros se mantienen tranquilamente en casa cobrando un salario. Por supuesto que así son las cosas. Y el que se ponga en huelga, antes de acometer tal aventura, debería saberlo. Los de Frena están en campamentos por un descontento muy suyo (que yo sepa, ningún huelguista de Notimex ha ido hasta allá con su tienda de campaña para acompañarlos en sus penurias). Están en su derecho. Y por eso lo hacen, como los huelguistas de Notimex al levantar sus campamentos… Pero de eso a que todos sean esquiroles por no estar con ellos, hay una disonancia incomprensible…
(Cuando los huelguistas en la Universidad Autónoma Metropolitana, por ejemplo, deciden colocar la banderola roja y negra en sus planteles saben el riesgo que corren al no recibir sus salarios, aun a sabiendas de que el personal que no se alía a sus demandas continuará contando con sus percepciones monetarias, ni por ello, ¡faltaba más!, los huelguistas los adjetivarán de esquiroles. Finalmente, cada uno debiera asumir las decisiones que rigen su vida.)
… Algunos de los huelguistas ―o simpatizante de los huelguistas―, antes de estar en la huelga, cobraban sus salarios en Notimex quitados de la pena! Sólo cuando fueron dados de baja pusieron el grito en el cielo, antes no. Pero si yo no levanté la huelga, nadie va a venir a decirme que mi comportamiento es indebido: un esquirol, por si no lo sabían los huelguistas, es aquel que suple a quien estaba en funciones para continuar el trabajo como si no hubiera pasado nada. Sin embargo, este no es el caso de Notimex (o pregúntesele a los que continuaron trabajando hasta que dejaron de percibir su salario, como ya he referido). ¡A la escritora Malú Huacuja, avecindada en Nueva York, un sindicalista la nombró esquirola por haberme respondido un cuestionario (publicado en la sección cultural de la Agencia de Noticias) sobre la pandemia en Estados Unidos… nomás para incomodarla, porque una cosa nada tiene que ver con la otra! Pero estas argucias son comunes en la gente enfadada, que pierde el sentido cuando cree que quien no está con ella está contra ella, como pensaba Trump.
Cuando Miguel Ángel Granados Chapa fue expulsado del diario La Jornada, ni El Fisgón ni Pedro Miguel ni Magú mostraron su descontento por tal arbitrio, pero era su convicción la que hablaba por ellos, como tampoco están inquietos por estar mi nombre incluido en ese diario en la lista prohibida, pero no por ello siento que ellos son mis enemigos, sencillamente o conservan sus intereses pecuniarios o comparten, por alguna causa, ese silenciamiento que se me hace en esas páginas.Cada quien está en su derecho de manifestarse como Dios le da a entender.
Por lo mismo, no entiendo la descomunal agresividad de los huelguistas de Notimex con todos aquellos que no comparten sus posicionamientos. Si están en sus campamentos es porque así lo han querido al tratar de conservar sus antiguos privilegios. ¿Porqué se quejan de estar alojados ahí si fue su decisión hacerlo?
Nadie, hasta este momento, ha sido contratado para suplirlos, y los que aún permanecen en esa agencia es porque ya estaban allí antes del levantamiento de la huelga, que esperan, acaso ya en el agobio, la solución final a este, al parecer, irresoluble conflicto.
Y ya después cada quien hará lo que crea más conveniente para su vida profesional.
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Y mientras estos prolegómenos de la censura —virtualmente difundidos por un inédito consorcio editorial en que se está convirtiendo el INE— comienzan a ocupar espacios visibles en los medios, nadie discute, o nadie quiere discutir, acerca de la censura en Notimex promovida por una huelga que en febrero cumple un año de instalada; misma que ha sido asistida, nada más, por dimes y diretes, insultos, agravios, ofensas que parecen interminables o nunca disminuir, al grado de que, en ese año infinito —según los sindicalistas de Notimex, algunos conocidos míos a quienes consideraba amigos—, ya he sido corrompido, sin darme cuenta yo de ello, por el omnímodo e ingrato poder político.
Otros son los tiempos, ahora.
Si bien la condición humana pareciera incólume.
Y así como hay hombres deseando a mujeres ajenas teniendo en casa a una impalpada beldad superior, lo mismo hay mujeres casadas con hombres nobles que a la primera de cambio se están entregando a varones de dudosa moral. Acaso porque lo visible a veces no se puede distinguir con claridad. Yo he visto a una belleza sufrir por un hombre que tiene a una docena de mujeres para compartir en sus horas libres. Y, aun sabiendo de esta posesión femenina, la belleza insiste en que va a acabar conquistándolo. Probablemente. Quizás cuando el hombre sea ya un septuagenario. Por fin, entonces, vivirán felices lo que les reste de vida.
(Nadie sabrá nunca si Moctezuma se habrá enamorado de alguna de las cuatro mil mujeres que tenía, como santo emperador de los mexicas, a su disposición. Quizás sólo deseó a la mujer que nunca pudo tener en sus brazos, que era, tal vez, la mujer de uno de sus amigos. Vaya uno a saber. La vida es apaciblemente enigmática.)
Son pequeños arbitrios que se pasan por alto, en efecto.
Como todas estas displicencias periodísticas que dan, ya, para una indecible, aunque pavorosa, fábula contemporánea: mientras se habla de censura, la censura visible no se quiere ver.