Autoría de 8:10 pm Víctor Roura - Oficio bonito

Amarillismo, corruptelas, censurados, enemigos, vilezas – Víctor Roura

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Cuán complicado es mantener un sólido equilibrio entre la información de suyo amarillista y la noticia serena de un  acto rojo. Es como encontrar el modesto balance entre  la alharaca frívola y el morbo natural que produce la concentración de la iconografía televisiva.

Es más sencillo ceder, por supuesto, a  la tentación de la decadencia —donde se anula el compromiso—. O lo que hacen ciertos periodistas en estos momentos escribiendo en sus tuits, alarmados, protestando cómo en la era lopezobradoriana son censurados en diversos medios (cuidando de no nombrarlos por aquello de no ver suspendidos definitivamente sus espacios en esos sitios) sin percatarse, o sin querer percatarse, de que los responsables de dicha censura son los medios, no el sistema político. Es mucho más sencillo señalar con el dedo acusador que indagar las causas de tales censuras. Conozco a un poeta que es censurado en El Universal, pero acusa de la censura al gobierno.

Porque esto de la censura tiene su lado, cómo no, amarillo.

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Desde  sus orígenes, la prensa ha resaltado los crímenes y las actitudes violentas porque los editores han sabido que el vandalismo tiene un público cautivo, interesado en conocer los pormenores de la  maldad humana. Y no es un pecado periodístico detallar el lado oscuro  de la humanidad, sino en todo caso el abuso consiste en cómo  se puntualizan estos graves hechos.

 Hay que recordar cómo, en México,  los editores para destacar los sucesos sangrientos incluso utilizaban otro papel en sus publicaciones: el amarillo —de ahí que a estos sucesos, por extensión, se les conozca por el color (el término amarillismo proviene justamente de la tinta) del papel en que se resaltaban estos acontecimientos oscuros. La prensa amarillista, por lo tanto, es una prensa abocada a proyectar las noticias trágicas de una ciudad o de un poblado. Y la censura es, o debiera ser, una cuestión trágica, que ni el mismo Fernando Savater se incomodaba cuando en El País lo censuran; él, supongo, sabrá los motivos de tales cautelas empresariales, no así los lectores que arman un escándalo cuando estas atrocidades suceden.

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Pero hay más.

No sólo se conoce como amarillista a este tipo de hechos sangrientos u oscuros, sino también por su escritura: exagerada, excesiva, descuidada y con un salpicado chusco de charlatanería (en un tuit que circula ruidosamente por las benditas redes sociales se apunta algo así como ni en los tiempos de Fox ni de Calderón ni de Zedillo ni de Peña Nieto un periodista había sufrido una censura como la sufre ahora en la administración lopezobradorista… ¡sin hacer mención de cuáles medios son los que lo han censurado!

(Valiente denuncia, la suya.)

Esparcir el morbo o la oscuridad humana por doquier.  El caso de la revista Alarma! (fundada en 1963, cancelada de 1986 a 1991, vuelta a aparecer en ese año del 91 y retirada en definitiva en 2014, por su contenido precisamente alarmista lograba tirar semanalmente, a veces, dos millones de ejemplares) es ejemplar en este sentido. No sólo prosiguió la idea venturosa de editar sus noticias en un papel amarillo sino que, para aplacar o atenuar los desconciertos de los lectores, juzgaba desde su palestra a los protagonistas de las tragedias cotidianas. Los buitres, por ejemplo, eran aquellas personas que  asesinaban a miembros de su propia familia. Los degenerados por lo regular eran los que eran hallados en delitos sexuales. Sus  calificativos resonaban normales en un mundo de antemano pervertido y escatológico. ¿Para qué escribir correctamente si este mundo es cruel, sanguinario y asesino?

(Por supuesto, los libros de Norman Mailer o de Truman Capote, o de Martín Luis Guzmán o de Heriberto Frías estaban muy distantes de la redacción de Alarma!)

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Si bien es comprensible la meta empresarial de los editores (modificar los colores para llamar la atención de sus posibles lectores), deja de serlo cuando  sacrifican la redacción por el comercio.

De ahí que los censurados callen los nombres de los medios porque no quieren verse excluidos por completo en el porvenir. En este caso, es más sencillo acusar al gobierno que al medio porque siempre la prensa, por lo menos en México, ha visualizado al Estado como su protector. El famoso paternalismo del Estado del que renegaba el sector intelectual es finalmente, vaya paradoja, aceptado (aunque) de manera tácita al reclamarle —al Estado, no a los medios, que resultan ahora las víctimas abandonadas del Estado protector— su descobijamiento. Si aún sobreviviera hoy la revista Alarma! probablemente a ella recurrieran los periodistas ahora alarmados (y el adjetivo es idóneo para el caso) por la apatía de los espacios periodísticos que, aun sin ser censurados, censuran para prevenir cualquier posible censura. Vaya laberinto didáctico.

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En sus Memorias (Porrúa, 1985), Victoriano Salado escribe que Manuel Caballero (1849-1926), considerado por consenso el primer  reportero de México, fue a Guadalajara para fundar El Mercurio  Occidental en el cual “publicaba las cosas más graciosas,  sensacionales, escalofriantes, tristes y alegres que allá se han dicho. Su información sobre el asesinato del excelente y  malaventurado gobernador [Ramón Corona], hizo subir su periódico, de manera descomunal, para provincias. Y uno de los arbitrios en que discurrió fue divertido: hizo que un muchacho que daba vuelta a la rueda de la prensa pusiera la mano empapada en tinta roja en todos los ejemplares que salían a la calle”.

Aparentar un diario sangriento, en efecto, es una gracia y un ingenio si el fondo  periodístico lo merece (además, curiosamente, estas publicaciones, como la misma Alarma! lo confirmaría, no dependen del Estado para solventar su empresa: con las ventas sobrevivían poderosamente… prensa libre, ciertamente); pero una publicación que carece de sustentos periodísticos acomete una sustanciosa falta de respeto a sus desprevenidos lectores  apantallándolos, a sabiendas de la natural atracción pública por lo mórbido, con elementos superficiales.

El  amarillismo, a final de cuentas, no lo conforma el hecho en sí, sino la forma en que es presentado dicho hecho.

La “censura” pasa inadvertida cuando el censurado comprende, o comparte, las razones de la desavenencia editorial. Savater no ha levantado un dedo para protestar cuando su artículo ha dejado de salir en el diario español. Pregúntenle a diversos escritores si algo adujeron cuando Fernando Benítez no les publicaba su texto. O cuando Carlos Monsiváis se negaba a publicar tal o cual ensayo. ¡Ahora el fotógrafo Alejandro Meléndez, después de leer mi artículo sobre la censura, asegura que el poder me ha corrompido sólo por el hecho de trabajar como director de Cultura en la agencia Notimex ahora en huelga! ¿Qué puedo argüir de alguien que mientras trabaja en una empresa todo le parece bien pero cuando se distancia de ella comienza a mirarle vilezas nunca antes reparadas? En este hombre se ajusta a la perfección uno de mis aforismos: “No había reparado cuán defectuoso era su medio hasta el momento en que dejó de trabajar en él”.

Y es una pena  que, aun conociéndonos, no se arme de valor para decírmelo personalmente sino tenga que recurrir, aquí sí, a la vileza de las redes sociales: Víctor Roura ya está corrompido por el poder político.

Vaya cosas: si no lo dice, airado,  en las redes sociales yo no me percataba de un pecado que, para mi fortuna,  todavía no cometo.

Como no está de acuerdo Alejandro Meléndez con mis planteamientos, automáticamente entonces me convierto en su enemigo,

Curiosa manera de confrontar las cosas.

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La colección “Sumario del Crimen” (Ediciones del Drac, Madrid,  1990) recopila cien casos de asesinos que, con el tiempo, han pasado a ser considerados “célebres” por su saña y hermetismos únicos. En sí, los fascículos podrían pasar por amarillistas dado los temas que maneja; sin embargo, sus crónicas diluyen por completo cualquier carga de morbosidad placentera que se hallan, gratuitamente, en los apuntes amarillistas de la prensa informe y mediana.  No sólo hay un relato sobrio a lo largo del personaje central, sino hay fechas clave, pistas, panorama histórico, los juicios, las apelaciones, los testimonios, los sospechosos, los testigos, los desenlaces y un debate abierto para dar oportunidad a las refutaciones o a los posibles equívocos sucedidos durante la investigación. En esta colección, el amarillismo se difumina para dar paso a una prensa reflexiva, literaria, preocupada y ocupada por los casos que enardecen el ámbito donde se mueve y tiene  injerencia.

Aquí en México, la Editorial Diana, hacia mediados de los noventa del siglo pasado, creó una colección bibliográfica para resumir algunos crímenes “famosos” en el país dividiendo la serie por décadas. En  vano. Amarillismo puro. Porque la tal colección fue sólo una síntesis hemerográfica de los sucesos sangrientos con una escritura que trataba de simular la narrativa de las novelas negras; pero  los autores se topaban con que los entramados eran reales y entonces sus relatos se venían, prontamente, a pique. Es más fácil imaginar a criminales sacados de la manga que cronicar hechos que se suscitan a la vuelta de la esquina.

Como es más fácil, asimismo, enjuiciar sin bases que debatir a cabalidad el estado de la prensa en México.

Igual ocurre con las frivolidades que cotidianamente apreciamos en la televisión. Como en este medio electrónico no hay imaginación,  todo lo que sucede a su alrededor radica sencillamente en la  intensidad íntima de la propia frivolidad. Explotar hasta el hartazgo  el morbo sexual. Por eso ahí no caben los rasgos serenos de los criterios bien educados: en la vida todo es un doble sentido

Y dado como se manejan [manipulan] las cosas, hay quienes creen, a pie juntillas, que tanto el amarillismo como la frivolidad y el morbo son asuntos naturales del —o dones inherentes  al— ser humano…

Como la censura lo es —natural— a un gobierno, dicen.

O cómo corrompe —un gobierno— a los periodistas sin que éstos, dicen, se percaten de ello. Como yo, que ya estoy corrompido por el poder político, según mi amigo Alejandro Meléndez. Que si no me lo hace saber en las benditas redes sociales, digo, yo ni por enterado me doy.

¡Vaya descuido mío!

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Last modified: 18 octubre, 2021
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