1
Cuando por fin supieron de su existencia por un asombroso artículo suyo recogido al azar, el periodista llevaba ya algunos años muerto.
2
Hay periodistas que se engañan, sin remordimiento alguno, firmando como suyos los textos que otros escriben.
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Hay periodistas que se fusilan a sí mismos mientras otros, acaso los más, fusilan incluso a quienes no conocen.
4
Hay periodistas de diarios que se empeñan en competir con la prensa televisiva sin poder apreciar las sutiles diferencias entre ambos conductos, quizá porque, en lugar de leer libros, miran demasiado la pantalla mediática. Y ahora, con los aditamentos digitales, la competencia es nula. Porque de pronto todos opinan, todos escriben, todos informan, aunque nadie lea libros.
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Se dice que en la televisión también trabajan periodistas, pero rara vez los dejan ejercer a cabalidad su oficio.
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El divertido retruécano: “Un periodista sin sucesos” no es lo mismo que “un periodista sin sus sesos” no es, finalmente, sino una truculenta alegoría donde la segunda frase es más denotativa que connotativa, como la primera.
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Los periodistas son unos en la práctica y muy otros en sus razonamientos teóricos.
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En sus discursos, los periodistas que ya ofrecen conferencias miran el mundo de una manera radicalmente opuesta a sus propios textos periodísticos que contradicen, las más de las veces, sus fecundas oratorias.
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Los periodistas enaltecen la empresa donde trabajan, pero apenas dejan de serlo—periodistas— son sus críticos más acerbos.
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Los periodistas no son en público lo que escriben sino, acaso, su frágil representación.
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Los periodistas de la televisión viven de su fama visual, no de su periodismo, que a veces ellos mismos desconocen.
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Periodismo oral es el que hacen los locutores de la televisión, quizá sin saberlo.
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Hay periodistas mujeres que lo son, o que quieren los empresarios de los medios que lo sean… sólo por el hecho de ser, ellas, atractivas; pero hay otras mujeres que de veras lo son (no mujeres, sino periodistas) que jamás van a tener la oportunidad de demostrar la solidez de su oficio.
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Los periodistas lo son pese a sus jefes inmediatos que obstruyen incesantemente sus iniciativas.
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Pero hay periodistas sin iniciativa que pasan fácilmente por encima de sus jefes inmediatos portando los escudos protectores de la indecible mediocridad.
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Hay periodistas recurrentemente insolidarios que piden, a veces exigen amparados en la letanía de los derechos humanos —que desarma la buena fe—, la solidaridad a sus laberínticas displicencias.
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Lo primero que hizo el periodista cuando pudo enviar su primer texto mediante el correo electrónico fue exigir su ausencia de la redacción. Desde entonces, el periodista no tiene el mínimo contacto con ningún colega suyo.
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Hay periodistas que hacen negocios con políticos y empresarios aprovechando su influencia en los medios, pero son críticos acérrimos del mercadeo provocado por el influyentismo político.
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Los tiempos están cambiando: los portales informativos pululan en las redes a veces sin contar en su equipo con ningún periodista.
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Como en la política, los periodistas que pertenecen a grupos herméticamente cerrados siempre van a estar protegidos aunque sus actos sean visiblemente parcializados.
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Político millonario, ¿político enriquecido ilícitamente? Periodista millonario, ¿periodista enriquecido lícitamente?
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En los colegios de periodismo la prensa es ventilada por teóricos de la comunicación. La práctica, si un día llega, desmentirá sobradamente las arduas tesis académicas.
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Calladita se ve más bonita la locutora.
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Callados, los periodistas dicen más que sus ruidosas interpretaciones.
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¿Puede un ciego ser periodista?
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Dos periodistas, en un mismo lugar y a la misma hora, pueden tener dos versiones completamente distintas de lo que acaba de ocurrir delante de ellos. Y son testigos cuyos testimonios son enteramente confiables.
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En su portada el periódico progresista lucía una enorme foto a color de la gente fallecida que colaboraba en sus páginas, mereciera o no la plana entera. Cuando otra gente moría, pero no participaba en la hechura de ese diario, acaso más ilustre, a veces no merecía ni una línea. Para la mesa directiva, justo en los días de los decesos de sus amistades no existía, misteriosamente, ninguna otra noticia relevante, con lo cual queda ampliamente demostrado que la nota suprema del día la otorga el medio, no los propios sucesos sociales.
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En la era digital la prensa ha aumentado de número, pero disminuido su veracidad.
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Ahora los denominados “booktubers” son improvisados críticos literarios consentidos de las editoriales si bien ninguno de ellos ha leído a un clásico de las letras universales.
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Un booktuber me ha dicho que leer es un estado de ánimo. No, le digo, es una costumbre cultural. Pero no me hizo caso: estaba empacando su ropa de playa porque era un invitado especial en la feria literaria de Mazatlán.
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Para convertirse en crítico literario, el periodista había consumido casi toda su vida en la lectura de miles de libros. Un booktuber, por comentar un solo libro, es considerado un crítico literario por las grandes casas editoriales.
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El periodista y el literato, tan iguales y tan distintos.
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Así como los políticos no hablan de políticos de su partido aunque los sepan corruptos y envilecidos, del mismo modo los periodistas no escriben de periodistas de su empresa aunque los sepan corruptos y envilecidos.
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Cuando un periodista se solidariza con otro periodista de pronto le nacen en torno su yo insolidarios murmullos en la oscuridad.
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Los amigos de un periodista empiezan a retirarse en el momento en que, a su vez, él es retirado de su medio informativo.
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El periodista, como el político, da puñaladas en las espaldas con una palmada previa en los hombros.
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El político llega hasta donde el partido le impone sus límites, como el periodista hace periodismo de acuerdo con las acotaciones de su editor que a su vez se rige en los límites que la dirección le ha delineado.
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El termómetro de la libertad de expresión la solventa el empresariado, no el cuerpo editorial de un medio de comunicación, de la misma manera en que un político desarrolla su estrategia política según la procedencia de los respaldos económicos.
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Ante la figura del acaudalado, el político y el periodista no se diferencian en el cortejo.
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La cultura de un periodista se mide en su vocabulario ético.
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Cuando un periodista es despedido injustamente de su medio, ningún otro medio lo contrata para no verse en el futuro en una condición similar.
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Los directores de los medios de comunicación ofrecen su libertad de expresión, como la imponderable mercancía en las subastas, al mejor postor.
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Los políticos y los periodistas se miden con el mismo rasero en distintos ámbitos.
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El periodista a favor de una ideología partidista usa el periodismo para su propia manifestación política. El político, a favor suyo, usa al periodista para sus propios fines ideológicos.
45
El lugar vacante de un periodista despedido es ocupado por otro periodista que se desatenderá de las razones por las cuales es contratado, de la misma forma en que un obrero sustituye a otro que fue echado por la intolerancia patronal.
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¿Un esquirol en el periodismo no es, acaso, el que trabaja —bien o mal es un rubro que aquí no se discute, pues la problemática, o la coyuntura,, o la circunstancia, o la intención es otra— con la finalidad de protegerse a sí mismo protegiendo las prácticas del procedimiento corrupto del medio establecido?
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Al buen periodista sólo lo reconocerán los otros periodistas en el momento en que decida retirarse del oficio.
48
El periodista y el político sólo pueden sentarse a degustar las viandas de las palabras durante una mesa redonda.
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El político niega al periodista que le ha descubierto verdades veladas, como el periodista niega al político que no satisface sus necesidades económicas.
50
La prensa y la política son vulnerables a, y caducadas por, los patrocinios empresariales.
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Los periodistas incómodos son admirados en los países donde justamente no labora.
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A pesar del acendrado feminismo la periodista que calla, otorga.
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Hay periodistas que son como los políticos: muy dados a decir una cosa y hacer otra muy distinta.
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Cuando un periodista es despedido de su trabajo, ningún medio se interesa en la noticia; pero si se trata de un trabajador despedido de un medio del Estado, entonces los otros medios, que sobreviven del financiamiento del Estado, hallan apuradamente un espacio para darle cabida a tal monstruosidad laboral sin indagar los motivos de aquella expulsión.
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En los nuevos tiempos políticos, curiosamente los periodistas asentados en la diestra del poder político y económico se consideran, ahora —o quieren ser considerados, o incluso ya son considerados por una capa lega sobre el ejercicio periodístico— periodistas democráticos, independientes y progresistas. Los vientos soplan de manera distinta.
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La prensa, ese oficio sin importancia: el día en que ya no haya ningún periódico nadie lo va a extrañar, si es que la gente llega a enterarse.
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Sólo los periodistas pueden insultar la figura presidencial. Lo contrario resulta intolerante. Es una regla política sustentada en la práctica, jamás signada en la teoría. Es una vieja práctica de la caballerosidad política, se dice sotto voce. La crítica, se argumenta teóricamente, tiene que proceder de la prensa, no de la política, cuya función es alimentarla —a la crítica—, no confrontarla. Por eso cuando el presidente José López Portillo se atrevió a decir: “No pago para que me peguen”, le llovieron palos, pero no dejó de pagar. Porque era un caballero político, dice la férrea crítica, extrañando en los nuevos vientos la diplomacia presidencial, que no paga a pesar de que le siguen pegando.
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Sin dinero, la crítica periodística tradicional, y acostumbrada a la dádiva del gobierno, se exalta, se conmociona, se agiganta, se enfurece, se dimensiona. La costumbre se hizo ley, aunque nunca oficializada.
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¿Puede carecer de iniciativas un periodista?
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No había reparado cuán defectuoso era su medio hasta el momento en que dejó de trabajar en él.