Autoría de 9:22 am Víctor Roura - Oficio bonito

Censura – Víctor Roura

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La censura. ¿Cómo saber exactamente cuándo se la ejerce? La censura, por supuesto, siempre proviene de la autoridad. Por lo tanto, la censura es un planteamiento de alta jerarquía.

En su libro Historia de la censura (Sedmay Ediciones, 1977, España), Manuel Quinto dice que “la censura no es posible sin una autoridad. Según Platón, la autoridad la ejercen los inteligentes. Ergo, la censura será una actividad inteligente. Los censores forman la parte personal de este ente abstracto llamado censura. Los censores son, pues, personas inteligentes”.

El origen de los sacerdotes y de los hechiceros ha sido objeto de múltiples discusiones científicas. “Pero hoy en día —apunta Quinto—, tras los vigorosos estudios de Lancelot Cigale, se ha llegado a la conclusión de que se trataba de individuos de débil constitución, poco aptos para la guerra, para la caza o para la fecundación de hembras, que, ante el problema de tener que enfrentarse al rechazo de toda la tribu por su inutilidad manifiesta, se erigieron en representantes de los dioses y declararon sin torcer el gesto que podían interpretar los signos mágicos, adivinar el porvenir, llamar a la buena suerte y transmitir las órdenes de los espíritus. Con el tiempo, sus funciones se fueron complicando y su importancia creció. En las vísperas de las jornadas de caza, cuando veía el hechicero que los fornidos guerreros se regodeaban con los dibujos que en las paredes ejecutaba el hábil artista, pensaba, a buen seguro, que si los hombres podían pintar y disfrutar de aquellas representaciones de mujeres era porque las habían poseído. De igual manera, y por analogía, si eran capaces de dominar la figura de un bisonte mediante el trazo de un conjunto adecuado de líneas rectas y curvas, los guerreros poseerían realmente el bisonte a la mañana siguiente. Las flechas se dirigirían obedientes a su destino y el animal quedaría quieto esperando que se cumpliera en él la sentencia de los dioses. La economía de la tribu se beneficiaría de ello: productividad. Estímulo financiero. Es así como el hechicero obligó a los guerreros, bajo el peso de graves amenazas (fuego del cielo, lepras, enormes serpientes), a dibujar bisontes en vez de dibujar mujeres. Había nacido la censura”.

Puede sonar a fino humorismo, pero también podría ser una escalofriante certeza.

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En México hay, sí, censuras demasiado obvias e irritantes, intolerantes, como las que ocurren en el cine (en las últimas décadas del siglo XX, por lo menos, se exigían en los libretos, curiosamente, escenas de desnudos, violencia, vulgaridades, pero nada de insinuaciones políticas sobre el partido en el poder en turno ni esbozos de iconos religiosos) o en la televisión, donde el mínimo movimiento en falso es detectado con prontitud y vetado sin posibilidad de arreglos posteriores. Por algo, la inmensa mayoría de sus programas no son transmitidos en vivo: para eliminar con parsimonia las posibles incomodidades, como los chistes de Gaspar Henaine, Capulina (1926-2011), quien alguna vez hizo graciosas semejanzas de diversos flatos de la gente conforme van creciendo y según su clase, o cuando Manuel el Loco Valdés (1931-2020) soltó, en vivo, su ingenioso juego de palabras sobre Bomberito Juárez, luego de lo cual fue fulminantemente amonestado.

En estos apartados, la censura es tan visible y sistematizada que ya se la aprecia como una cosa normal. Cuando López Obrador era un contendiente opositor no había periodista que no lo insultara con asiduidad a partir de la debida aquiescencia de las empresas electrónicas, las mismas que hoy, ya en el poder presidencial López Obrador, comparten respetuosamente la amistad con el mandatario.

La última vez que acepté una entrevista en Televisa fue en el año 1987, a propósito de mi novela Polvos de la urbe. Antes de sentarme delante de Virginia Sendel de Lemaitre, la conductora en vivo de un programa de entretenimiento, se me acercó un hombre para, con cara de intimidación, decirme que tuviera mucho cuidado con lo que diría para no verse obligados a sacarme del aire en ese mismo instante.

—Pero si aún no sé lo que me va a preguntar —le dije al disciplinado malencarado representante de la televisora.

—Yo nada más se lo advierto —me respondió, con humildad.

Lo anormal, se dice, es que en la televisión no hubiese censura. O, mejor, lo anormal sería que en la televisión existiera la libertad de expresión.

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Aunque, claro, hay provocaciones de gente revestida de periodista absolutamente voluntarias, y a veces inconscientes o perturbadoras, con el afán, tal vez, de medir los grados de la censura ajena, o por un prurito incontrolado de notoriedad. Varias veces estos comportamientos son dirigidos directamente por las autoridades respectivas de los distintos medios escudándose, estas autoridades de la comunicación, en sus reporteros (durante la conferencia de Gustavo Díaz Ordaz en 1977, nombrado embajador de México en España por el presidente José López Portillo, Carlos Monsiváis, bajita la mano, le decía a otra persona qué preguntar para no desenmascararse él y así las preguntas incómodas salieran de otro lado).

Por ejemplo, hay personas que provocan ser censuradas para poder esparcir, a gusto, las calamidades por las que amargamente pasaron. Es decir, actúan con tal intransigencia que saben que sus provocaciones serán de antemano un elemento de reprobación de la gente con la cual acometerán su travesura (o indolente travesía). En este plano, evidentemente hay actitudes provocadoras que, más que buscar con desesperación una censura, sirven de exhibición paródica. Hay, pues, provocaciones (señuelos bien camuflados, incluso en ocasiones envueltos en disfraces académicos de crítica) que, en última instancia, pueden ser tomadas —estas indulgentes provocaciones— como ingenuidades volubles.

En alguna ocasión, por ejemplo, me fue a ver un fotógrafo para enseñarme, dijo, su arte erótico: gráficas de frente y de espaldas de una bella mujer desnuda invitándonos a poseerla según nos lo indicaba con sus manos situadas en sitios estratégicos de su sinuoso cuerpo. Después de mirarlas, le sugerí al artista que las llevara a revistas como Penthouse. Negó con la cabeza. Las quería publicar en mis páginas.

—¿No te ufanas de tu libertad de expresión? —me cuestionó con una amplia sonrisa.

¿Cómo hacerles ver a estas personas su visible traslación de entendimiento?

O como las ocurrentes interrogantes de ciertos periodistas a Andrés Manuel López Obrador en las mañaneras con la evidente intención de provocarle un desconcierto para a partir de ahí difundir algún posible sesgo de censura en tal o cual tema. ¿Cuándo anteriormente un periodista iba a cuestionar a un presidente de la República? Esa posibilidad era tan remota como imaginarse que un día fuera gratuitamente López Dóriga a platicar con el estudiantado de la UNAM sobre periodismo.

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En enero de 1988 el pintor Rolando de la Rosa realizó un collage vistiendo a Marilyn Monroe de virgen de Guadalupe. Pro-Vida y asociaciones de padres de familia se introdujeron, con fiereza, al Museo de Arte Moderno para desmontar la obra. Lo lograron. El director de dicho recinto cultural, Jorge Alberto Manrique (1936-2016), fue obligado a dimitir un mes después por aquella supuesta ofensa. La censura no provino de la clase artística, sino de un puñado de purificados señores, que fueron luego, prestos, a cerrar otra exposición, ahora en el Auditorio Nacional (porque los autorretratos de un pintor se parecían demasiado a Jesucristo). A pesar de que un sector intelectual calificara de grotesca la obra de Rolando de la Rosa (“mamarrachada”, la llamó Elena Poniatowska; “travesura”, la denominó Miguel Ángel Granados Chapa), la censura no provino de las autoridades plásticas —después de todo, en gustos se rompen géneros, como ocurriera en el Palacio de Bellas Artes, en 2019, con una pintura de Fabián Cháirez retratando a Emiliano Zapata con atuendo femenino.

A veces, estas censuras emergen directamente de una zona de la sociedad, pendiente, más que de su vida propia, de resguardar el orden tradicional y moral que le dicta su visión del mundo, y que, con arbitrariedades simuladas en ideologías conservadoras, desea extender obligadamente para todos los demás.

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Pero también están los provocadores, digo.

Por ejemplo, a mí me han visitado personas de la cultura para proponer ciertas publicaciones. Una vez, y ya lo he contado antes, un escritor desparramaba insultos por doquier en una especie de poesía desarticulada. No le vi ningún sentido a tanta procacidad. Le dije que ésa no era la línea escritural que yo deseaba.

Me llamó censor.

Luego un escritor me propuso una columna para denunciar argucias intelectuales con datos y fechas precisas. El autor quería usar un seudónimo para no verse afectado, me dijo, de tales improperios. Le informé que no aceptaba seudónimos en mis páginas.

Me llamó censor.

Un periodista, alguna vez, me llevó un texto suyo con ganas de verlo publicado en las páginas que yo dirigía, pero al leer el artículo sangraba de faltas ortográficas y de una mínima coherencia. Se lo hice ver, se enmuinó y me llamó censor.

En septiembre de 1997, por primera vez en el país, la Comisión Nacional de Derechos Humanos se introdujo en el arte para pedir cordura “en la violación de los artículos sexto y séptimo” de la Constitución Política, “el decimotercero de la Convención Americana, el decimonoveno de la Declaración Universal de Derechos Humanos” y el “decimonoveno del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos”.

¿La razón?

El fotógrafo García Álvarez (x) insistía, una y otra vez, en cualquier lado, donde fuera escuchado, en que el probo narrador Agustín Ramos, entonces al frente del Consejo de Cultura y las Artes de Hidalgo, era un censor, y no se detuvo nunca en subrayarlo. Porque el fotógrafo se decía censurado en una exposición.

Miré, por supuesto, algunas fotos suyas.

Hallé unos desnudos de altura, pero encontré, asimismo, otros que realmente me apenaron (no se trata de quitarle la ropa a la mujer nomás porque sí, fotográficamente). ¿Era necesario usar palabras panfletarias para exhibir su arte? Es decir, ¿era absolutamente necesario adherir el verbo sacudidor a su arte fotográfico para aprovechar calificar a quien se detesta políticamente? ¿Son inseparables el arte y la política?

¿No había, por meritita casualidad, una voluntariosa gana de ser censurado con esas innecesarias provocaciones a una autoridad que el artista repudiaba?

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Después de las declaraciones de Adriana Urrea en Conciliación y Arbitraje el viernes 15 de enero, las cuentas anónimas, siempre anónimas, de los huelguistas de Notimex volvieron a incendiar las redes para vituperar a los que ellos creen son sus implacables enemigos y así, con tal despliegue sincronizado, proteger a su lideresa Adriana, ahora valiéndose de historias escalofriantes (¿no que no leen libros?, ¿o verán demasiadas series policiacas televisivas o por Internet?) de traición y de ahogamiento económico inventándose una tragedia —¿comedia?— de mandos medios de Notimex complotando contra Sanjuana Martínez, su patrona según los sindicalistas, porque ya se dieron cuenta, dicen enfervorizados los huelguistas, de que pronto se quedarán sin trabajo (los mandos medios, no ellos, que por algo están en huelga) y ahora, asustados porque el desempleo se les viene encima (y no habría mayor regocijo para los sindicalistas que mirarlos en el desempleo, asunto que lo celebrarían con una pachanga digna de una memoria sindical), planean sabotear a Sanjuana con toda la corrupción con la que se han manejado (¡sí, hablan de corrupción los mismos sindicalistas que reposan en un sindicato construido en las corrupciones sexenales del pasado!)… Digo, ¿quién dudaba de su capacidad inventiva para la elaboración de materiales de ciencia ficción?

Lo que me sigue sorprendiendo es su alteración de la realidad, vaya si no.

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Como nunca antes había sucedido, el presidente de la República habla de la prensa sin importarle si su autoridad se ve o no rebajada haciendo tales declaraciones, lo que enciende aún más, por supuesto, a los representantes de los medios que, por una vez en la historia, han dejado de ser alimentados con voracidad económica, como en el pasado, por el Estado, motivo por el cual exhiben, a veces sin pudor, su ira manifestada en su desorden financiero interno recurriendo a los despidos multiplicados de numerosos periodistas que, de súbito, se han visto en el oneroso desempleo.

Y, en su desenfado verbal, el presidente López Obrador declaró el pasado lunes 11 de enero que sería un acto de censura no transmitir sus mañaneras durante las próximas elecciones federales, asunto que dos días después fue finiquitado por el INE aclarando que eso no acontecería, pues una cosa nada tenía que ver con la otra.

Y así es, en efecto.

Y bajo esta misma tesitura, yo me pregunto: ¿no un acto de flagrante censura se ha llevado a cabo durante siete meses, desde junio de 2020, en la agencia de noticias Notimex sin que ni un solo medio haya dicho nada sobre esta calamidad impuesta por un sindicato que no ha dejado de agredir a los trabajadores que aún laboran ahí y que los propios sindicalistas desean no abandonar, según su propia petición reinstalatoria?

Por lo menos, a Víctor Roura no han dejado de insultarlo, ofenderlo, injuriarlo, agredirlo. Han dicho que si retorno a la dirección de Cultura de Notimex continuaré escribiendo cosas largas y aburridas (¿sabrán estos delatores de sí mismos que los libros por lo general no vienen ilustrados con monitos sino son revestidos de hermosas letras —sí, puras letras, largos periplos de letras, multitud de oraciones, cataratas de frases— que contienen ideas, reflexiones, sugerencias, aventuras, historias, narrativas asaz estimulantes?), porque solamente ellos, los sindicalistas, son los únicos propietarios de esa sección periodística y los únicos capacitados de nutrirla. Nadie más, por eso insultan y se enfurecen. Porque no pueden permitir que nadie “ajeno” a su empresa participe en su plantilla periodística, suya desde hace décadas.

¡Y pensar que varios de estos insultadores me saludaban con afecto cuando los veía en la redacción de Notimex!

¿No ha sido una flagrante censura, me pregunto, esta ya larga temporada de suspensión informativa, hackeadas las páginas de esta agencia, maniatados sus periodistas, insultados, denigrados, con el silencio generalizado de la prensa nacional?

Soy consciente, por supuesto, que si la resolución es favorable para los que nos empecinamos en una arquitectura periodística de connotaciones vastas, tendré a mi lado, trabajando junto a mí, a numerosos insultadores que me mirarán de una manera afectuosa pero me estarán mentando la madre a mis espaldas, rodeado de la mezquindad con la que siempre se ha acompañado y desarrollado el periodismo mexicano.

Como periodista, uno está, o tiene que estar, acostumbrado a ello.

8

Una mujer, que no estudió periodismo, me envía, atingente y amable, seis agudas observaciones muy suyas que transcribo de manera prácticamente literal:

Una) Durante este sexenio, que ya lleva medio camino andado, las mañaneras, a pesar de los periodistas, han sido una vital fuente informativa para la ciudadanía que ha mirado, con extrañeza, la tendenciosa, por lo general, participación de la prensa en el proceso cotidiano del cuestionamiento político.

Dos) Cuando los periodistas radiofónicos, antes confiables, entrevistan a la lideresa sindical de Notimex jamás la cuestionan por solapar la anterior administración corruptora en dicha agencia informativa del Estado. ¿Esta complicidad no exhibe a la vez un deterioro de la prensa mexicana?

Tres) ¿No es un delito federal haber borrado, o eliminado, toda la información alojada en el portal de Notimex?

Cuatro) Si la que vemos y oímos todos los días durante las mañaneras es la prensa que tenemos los mexicanos, las huelgas como la efectuada en Notimex son ciertamente posibles.

Cinco) En esta (también) desproporcionada repartición publicitaria oficial a los medios de comunicación, que ha orillado a los jerarcas mediáticos a despedir a su personal (mientras menos dinero fluya proveniente del Estado en las bolsas privadas empresariales, los directivos —en su lógica administrativa— se guardan para sí la mayor parte de las ganancias), ¿por qué el gremio periodístico sólo vela por los intereses de los sindicalistas de Notimex y no por los expulsados, digamos, de Milenio?

Seis) Por lo expuesto a diario en las mañaneras, pareciera que la libertad de expresión no pertenece a los periodistas sino a los directivos de sus respectivos medios, que son los que los mandan a cuestionar al Primer Ejecutivo.

Y eso que esta inteligente mujer desconoce los insultos y los agravios que estos sindicalistas cometen contra los propios trabajadores de la prensa que no están afiliados a sus costumbres laborales: en lugar de atender sus demandas, otorgan prioridad al sobajamiento gremial.

Un día de estos, pasado el confinamiento, la voy a invitar a tomar un frapé para poder ampliar nuestro mutuo conocimiento y así decirle que, en efecto, la censura muchas veces se agrava aún más debido al propio desconocimiento que se tiene de las cosas.

La censura a veces duerme con nosotros sin poder percatarnos de ello.

A veces incluso percatándonos de ello.

A veces resignados a ella, o adorándola, o despreciándola, o consagrados a ella.

Somos a veces tan complejos, o tan incomprensibles, que a veces, sin querer, o queriendo, amamos lo que detestamos, o lo que en otros podría resultar una visible bastardía.

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Last modified: 18 octubre, 2021
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