Autoría de 2:55 pm Víctor Roura - Oficio bonito

De amigos que no lo son – Víctor Roura

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Cuando subió el jefe de redacción, que también se decía novelista, al segundo piso para visitarme, sabía que no traía buenas noticias. Pero no que fueran tan improductivas, apegadas a los rencores que sólo pueden afectar a los escritores, volubilidades que impactan al sector exclusivamente literario.

Tomó asiento frente a mí. Tiró el ejemplar de una revista en la mesa y exclamó:

―¡Cómo pudieron haberle publicado esta miseria!

Leí el asunto. No estaba mal. Le hice ver que no lo comprendía. Y su letanía fue casi sagrada: no importaba lo escrito, lo sustancial era que este canalla (no mi interlocutor, por supuesto, sino el que escribía el texto que había alterado a mi camarada de oficio)… ¡una vez lo insultó con radiante énfasis!, de manera que todo aquel que lo apreciara (al escribiente agresor, no a mi camarada) en consecuencia lo despreciaba a él (a mi interlocutor, no al supuesto canalla),

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Sin embargo, ése no era en realidad el problema.

Sino el editor que había editado el texto de aquel gorgojo, que era, hasta ese momento (el editor, no el gorgojo), amigo de mi camarada de oficio, que justo en ese instante dejaba de serlo (no dejaba de ser mi camarada, sino el editor que era su amigo ya no lo era por haber publicado a ese canalla que no era amigo suyo, no de ese editor que lo publicaba sino de mi interlocutor, uf). Así que bufaba de coraje, no se contenía en su estupor, en su extrañeza.

Caray, hay amigos que dicen serlo no siéndolo en la práctica misma.

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Pero, a ver, le dije, no confundas, que una cosa no necesariamente conduce a otra, y me miró como si yo en ese minuto dejara de ser su amigo.

Pero, a ver, le dije, que publique a un escritor que no es tu amigo no significa que el editor deje de ser tu amigo. Una cosa no lleva forzosamente a otra. No es una circunstancia matemática. Ni una resolución de apotegmas irrefutables (sí: un apotegma es irrefutable, pero el pleonasmo caía bien para enhebrar de una vez la catástrofe).

A ver, le dije, que un editor publique un texto no quiere decir, en lo absoluto, que, al hacerlo, estuviera pensando en ofenderte, sencillamente estaba haciendo su trabajo. Cuando uno edita sólo está pensando en la construcción de sus páginas, no en fregar a tal o cual individuo.

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No, la cuestión no era ésa.

Un editor, dijo mi camarada, tiene que estar en todo: por qué publica un texto, para qué lo publica, en qué lugar lo sitúa, a quién beneficia con él, a quién perjudica, si lo va a leer su abuela o su amante, su hija o su yerno, su amigo o su cuñado, su madre o el presidente, el intelectual o el cebollero, el delegado donde vive (donde vive el editor, no donde vive el delegado) o la diseñadora, su pretendiente o el Nobel que ayer le estrechó la mano, su vecino o la prostituta a la que bendijo su cuerpo…

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Lo interrumpí.

No son así las cosas, le dije, porque entonces estás pensando en que un editor es, sobre todo, un burócrata, o un funcionario, o un interesado, o un predecible corruptor. Un editor no piensa sino en lo que va a publicar, en si está bien escrito un texto, en su contenido informativo, en que precisamente no despliegue, aunque con discreción y cautela, alguna posible pesquisa sectaria, o un hálito de proselitismo político, o una enmienda (o encomienda) intelectual, o contenga entrelineadamente algún abuso periodístico.

Yo, le digo a mi camarada, he publicado entrevistas con gente que me ha insultado, que me ha sobajado, que me ha querido difuminar de este mundo. Porque un editor tiene que estar ajeno a las contiendas gremiales, a estas superfluidades de la vida, a estos clanes que se suscitan en torno suyo a veces sin proponérselo, pero no por ello va a prescindir de su decoro, que lo mantiene, por eso mismo, alerta y ecuánime en medio de la turbulencia.

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El camarada bufaba. Dijo que creía que yo era su amigo, se puso de pie y se retiró.

Ahora ya no lo veo, pero me dicen que cuenta que gracias a él yo conseguí sobrevivir en un periódico al frente de su sección de cultura, que yo, ¡ay!, no tengo idea de dónde va una coma, ni un acento, ni sé escribir con minuciosidad. ¡Y yo estoy a punto de mandarlo entrevistar para que nos airee el estado en que se halla la órbita intelectual!

Una vez un literato ensoberbecido dijo al reportero que si yo de veras respetaba la libertad de expresión que reprodujera con exactitud lo que él pensaba de mí y soltó una andanada de injurias desafinadas. Y cuando por fin di con él para preguntarle las razones de su encono, simplemente se negó a ponerse al teléfono. Y si él no tenía el valor de confrontar las cosas que aducía, ¿en cambio yo sí me veía en la obligación de publicar lo que esta persona pensaba de mí a mis espaldas?

Bonito oficio el mío, entonces.

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Last modified: 19 octubre, 2021
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