Autoría de 1:24 pm #Opinión, Jovita Zaragoza Cisneros - En Do Mayor • 4 Comments

La impostura de la libertad femenina – Jovita Zaragoza Cisneros

Si en los otros, los anteriores, todo era disimulo, cuidado de la forma, acicaladas apariencias, la cortesía impostada, sonrisa convencional; en los actuales es la grosera expresión del júbilo escandaloso, la alegría que se manifiesta con brincoteos en el recinto del Congreso que se estremece bajo sus gritos de festejo al cumpleaños del presidente de México y de su partido, o lo que sea que es, o pretenda ser, Morena. La alta figura del diputado Miguel Torruco Garza, hijo del secretario de Turismo, sobresale. Su voz entonando las mañanitas y animando las porras para el cumpleañero es secundada por los diputados de la bancada morenista, que portan letreros a colores de felicitación y dibujos en cartón con la figura del objeto de su culto.

Las mujeres son las más entusiastas. El estribillo de la frase las delata como veneradoras del político que exprime como ninguno la herencia del priismo nacionalista y patriotero y que él ha sabido perfeccionar. “¡Es un honor estar con Obrador!”, repiten una y otra vez, mientras saltan entusiasmadas como si estuvieran en un salón de fiestas infantiles. La estridencia del festejo viaja en las alas del pajarito azul de Twitter y recorre los espacios de las redes, llevando las imágenes de globos rojos y en forma de corazón para el presidente que ha sabido vender su liderazgo a las mujeres de su administración, para ceñirlas a sus órdenes de caudillo.

Se asumen liberadas de la imagen patriarcal, sin darse cuenta que siguen sirviendo a ella en la figura de un hombre que ha dado muestras de que eso de la violencia a las mujeres es un asunto que ni le va ni le viene. Allí están las cifras de las desaparecidas diarias y las imágenes de las madres que siguen buscando a sus hijas. Eso no importa. Es el cumpleaños de quien ha sabido, como ningún otro, administrar y mantener las heridas abiertas de este México que regresa a donde no debiéramos.

Callo apenada al ver a esas mujeres que danzan hoy en un remedo de libertad y bajo signos más tramposos.

Hacerse “tagugos”

Al ver los dislates y disimulos en los que frecuentemente caen algunos políticos, me viene a la memoria la anécdota del hijo de unos queridísimos amigos cuyo pequeño esperaba el famoso “mi domingo” que su padre solía darle. Era un acuerdo establecido que no necesitaba de palabras. Por alguna razón, un domingo el padre se distrajo y rompió la costumbre y no hubo “mi domingo” ese día. Más tarde, en la reunión familiar, unos tíos del pequeño preguntaron cuánto había recibido de domingo, el niño contestó: nada. ¿Cómo, ahora no te dio domingo tu papá? ¿Por qué? La respuesta del niño fue tan inmediata como natural: “se hizo tagugo”.

La anécdota viene a colación ahora que vemos a la clase política llevando a cabo las mismas prácticas de algunos de sus antecesores. Es decir, haciéndose tagugos creyendo que engañan a la gente con su retórica, y dando vueltas en torno a diversos temas para distraer de lo importante y tratando de desviar la atención ciudadana de los graves problemas que nos aquejan y requieren de soluciones que ellos prometieron dar. Astutos como son, conocedores de las aguas contaminadas de la política, las enturbian más con sus acciones, para luego emerger de ellas y proclamarse “más limpios”, como si no nos diéramos cuenta de dónde vienen. Unos, iracundos, responden enojados si se les piden cuentas o se les recuerda que las promesas están pendiente; otros, con su simpleza y cinismo, pretenden hacer pasar por verdad las mentiras. Al final de cuentas, todos “se hacen tagugos”.

Y es que eso de hacerse “tagugos” es una práctica muy común en esta sociedad de la que, es bueno tener presente, han salido los políticos que han perfeccionado la práctica del disimulo. ¡Y vaya manera de perfeccionarla! Son varios los que se llevan la presea. Unos más que otros han normalizado el hacerse “tagugos”, portando trajes a la medida de sus ambiciones. Se rodean de sus iguales y entre ellos festejan y propagan sus frases cargadas de buena voluntad, pero huérfanas de hechos. Y así la hemos llevado: yo me hago tagugo… tú te haces tagugo… nosotros tagugos… Y todos contentos.

En tiempo presente

Larga sería la lista a enumerar de aquellos políticos o servidores públicos que han ejercido la práctica del disimulo, pero ¿para qué hacer recorrido tan lejano teniendo tantos ejemplos frescos en la actual administración? Recordemos el caso de la carta de despedida de Julio Scherer Ibarra, amigo y exasesor jurídico del presidente, quien ensalzó una serie de bondades de López Obrador y que, al leerla, no pude menos que pensar si acaso no se la dictaría el mismo presidente, quien gusta de los autoelogios y echarse porras solito. “Con sus pasos reconocí en usted gestos de mi padre con los que me comprometí ineludiblemente: el pleno respeto a los derechos humanos y su lucha contra la corrupción y la desigualdad como prioridad…”, dice un fragmento de uno de sus párrafos.

Julio Scherer Ibarra

Difícil resulta olvidar tan delicado dislate, viniendo del hijo de un periodista de tal linaje como lo fue Julio Scherer García. Pero quedará entre los hermanos la aprobación de colocar al mismo nivel huellas y gestos similares entre su padre y el presidente. Son apreciaciones personales, pero que caen dentro de una inaceptable ingenuidad. Porque eso de creer que las maniobras políticas que se hicieron para que él llegara hasta la presidencia están tan limpias, es eso: ingenuidad o hacernos tagugos. Rodearse, como está, de personajes tan oscuros como Bartletts, Gertz Manero, Bejaranos, Padiernas, Batres, Ackermans, Epigmenio Ibarra y tantos más, ¿es para presumir de incolumidad? ¿De verdad lo creyó, o cree así, Julio Scherer Ibarra? Bien hubiera hecho en no mezclar atributos y bondades que son propios de la amistad con los de la política.

No se entiende el exceso de lisonjas vertidas. ¿Ignorará Julio Scherer Ibarra la frase de Frank Underwood: “El camino hacia el poder está pavimentado con hipocresía y víctimas”? No creo que ignorara tamaña verdad. Aunque… todo es posible, a juzgar por la claridad con la que se evidenciaron algunos puntos de coincidencia con el presidente, por ejemplo, cuando le escuchamos en aquella entrevista que le hiciera Carmen Aristegui en su programa y en la que el hoy exasesor jurídico sugirió al presidente callar la boca a los reporteros que le preguntan sobre el proceso electoral. ¡Vaya sorpresa! ¿Cómo olvidar tal expresión?

Julio Scherer García

Y, a propósito de Carmen Aristegui, ¿también se hace taguga?

 ¿A poco no se extraña la voz de aquella periodista aguerrida que iba al fondo de las cosas, buceando en las aguas profundas de la noticia, como lo hiciera en la administración anterior? Y ahora, veámosla: tibia, omisa, solamente de vez en cuando alguna nota para dar una barnizada de periodismo serio.

Así que no nos hagamos tagugos y recordemos una de las frases del desaparecido Vicente Leñero: “El periodista sirve a la realidad. Vamos a explorar la realidad, no tanto la verdad, porque esta es inalcanzable. Se sirve a la realidad y esta no pertenece a ningún partido. Periodista que pertenece a un partido es mal periodista. El periodista no está para militar en un partido, está para observarlos a todos con igual interés y la misma intención de desentrañar qué hay debajo de lo que nos dicen”.

No nos hagamos y hablemos de este gran fracaso que ha sido la alternancia que nos ha colocado frente a nuestro propio espejo de profundas carencias personales, políticas y ciudadanas. La mezquindad y divisiones se han impuesto por sobre la búsqueda del bien de este país que, dicho sea de paso, se sostiene por los pocos que aún apuestan por su rescate. Pero no es suficiente para equilibrar un peso que ya no tarda en aplastar lo poco o mucho de salvable que pueda haber en él.

Ejemplos de la gravedad de lo que está ocurriendo en el país sobran. Desapariciones de activistas y horrores de una violencia que continúa. También el aumento creciente de desempleo y miseria. La sensación de un país a la deriva y con profundas escisiones sociales, sin programas de desarrollo adecuados a las necesidades de la población y con un gobierno indolente para establecer políticas culturales y públicas adecuadas, no parece tener un futuro halagador.

Voces de analistas serios y politólogos están advirtiendo sobre lo que se puede venir en corto plazo. Pero no son escuchados. Por hoy la carrera por el 2024 está a todo lo que da. Y no sabemos qué tan cruenta pueda ser.

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Last modified: 15 noviembre, 2021
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