Autoría de 9:10 pm #Opinión, Jorge Díaz Ávila - Disonancias • 2 Comments

Nefelismo – Jorge Díaz Ávila

Golpe de mar,
las nubes,
arriba,
explotan en retablos
de vapor
y melancolía…

¿Quién de niño no se ha puesto a observar las nubes con el único propósito de encontrarles formas o figuras familiares? Y es que a causa del viento, los inmensos cúmulos de vapor que rodean la superficie terrestre tienden a concentrarse, desplegarse y disiparse a través de lentas circunvoluciones que en cada una de sus fases parecen conformar siluetas caprichosas.

Estas imágenes han sido vistas e interpretadas como elementos cosmogónicos fundamentales en casi todas las culturasancestrales. Al ser las nubes proveedoras de lluvia y sombra, también tienen gran significado mítico y religioso en las tradiciones de las antiguas civilizaciones. Aún hoy en día, muchos pueblos de vocación agrícola confieren relevancia a las “señales” que las nubes revelan.

Mixcóatl (serpiente de nubes) es el dios de la caza en varias culturas mesoamericanas. De su unión con Chimalma nació Quetzalcóatl, una de las principales deidades precolombinas. A Mixcóatl también se le conoció como Camaxtli y se le asoció con la nube cósmica de gas y estrellas que es la vía láctea.

En la obra El Ramayana (Valmiki) del folclore Hindú, las Vimanas son enormes carros voladores sobre los que se transportaban las deidades y, a menudo, emergían o se ocultaban entre nubes. Fue una columna de nubes la que guió y proveyó sombra durante el día al pueblo hebreo en su éxodo por el desierto,y será sobre una nube desde donde anunciará el Dios cristiano su regreso al mundo:entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria (Lucas 21:27).

Fue un naturalista francés, precursor del evolucionismo darwiniano y acuñador del término Biología quien, a través de una ventana y desde su lecho de enfermo, dedicó una buena parte de su convalecencia a observar y registrar meticulosamente las formas y características de las nubes que observaba a lo largo de los días. Así, Jean Baptiste Lamarck (1744 – 1829) estableció las bases de la meteorología y comenzó a clasificarlas según su tamaño, altitud, conformación y volumen aparente.

Entonces, surgió la observación científica de las nubes que principió a estudiarlas como fenómenos atmosféricos, causantes de lluvias y tormentas y como signos de las estaciones climáticas. No obstante, su esencia celestial y su naturaleza efímera continuaron confiriéndole un carácter poético y sublime. En la literatura, la pintura y, en general, las artes, la presencia de las nubes es una constante que sirve de telón para los dramas humanos, para enfatizar la cualidad trágica del amor, acentuar la soledad consustancial a la existencia y evocar momentos y ausencias.

Actualmente, las nubes se estudian básicamente por su forma y características visibles: desde los ingentes y voluminosos cúmulos y nimbos—representaciones clásicas de una nube—, hasta los tenues estratos y cirros, pasando por las insólitas mammatus que de vez en cuando aparecen por los distantes firmamentos australes, siberianos o sudafricanos y que más allá de su conformación extraña, muchos perciben como señales celestes del apocalipsis.

Así como la agrimensura en la antigüedad calculaba las dimensiones y peculiaridades de las parcelas, al conjunto de características como la forma, el color y la altura que presentan las nubesse le denominaba nefelismo.

Este término ha comenzado a convertirse en un arcaísmo tal cual el concepto de “nube” ha emprendido un alejamiento de su acepción atmosférica y poética para cargarse de nuevos significados que se originan en la preeminencia de las nuevas tecnologías en la sociedad contemporánea.

Al hablar de “la nube” ya no nos referimos a la amenaza de tormenta o un cielo encapotado sino al lugar virtual que sirve de repositorio de datos e imágenes al cual podemos acceder, desde cualquier sitio o momento, a través de un dispositivo conectado a internet. Lo único verdaderamente semejante entre los conceptos es que, ambos, pueden disolverse, dispersarse, precipitarse en forma de lluvia o de pérdida de datos.

Mirar nubes en el cielo guarda significados para quienes voltear hacia arriba todavía constituye un momento de solaz ante las innumerables horas que pasamos, por obligación o placer, frente a los monitores de dispositivos electrónicos.

Como actividad lúdica y científica, la observación y disfrute de las formas nubosas es una acción que nos revela un mecanismo sorprendente de nuestro cerebro: la pareidolia que, con tan sólo unos trazos blanquecinos —vaporosos y fugaces—en el cielo,permite a nuestra mente construir y recrear imágenes, escenas, figuras y hasta historias.

Tal vez no exista en el mundo cosa más fugaz que una nube con una forma reconocible al igual que quizá no haya nada tan unívoco como los nubarrones que presagian tormenta.

Jorge Díaz Ávila es licenciado en Comunicación, diplomado en Periodismo, Publicidad, y Fotografía; maestro en Administración y Mercadotecnia, y actualmente cursa el doctorado en Administración.

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Last modified: 16 febrero, 2022
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