El domingo un ataque terrorista fue llevado a cabo en Liverpool, Inglaterra, Reino Unido (RU). Se trata de un nuevo atentado en las islas británicas, aumentando el número de recibidos, sobre todo en los últimos quince años. Ayer, en una diferente parte del globo, otro ataque terrorista se suscitó en Kampala, Uganda. ¿Qué consideraciones hay de ambos eventos? ¿Qué conexiones y diferencias hay entre ellos?
El ataque terrorista en Liverpool se desarrolló el domingo cuando un hombre explotó una bomba casera afuera de un hospital de la ciudad. El incidente movilizó rápidamente a las autoridades de contraterrorismo competentes en esa región del RU. Los resultados que ha arrojado la actual investigación indican que el perpetrador planeó el ataque desde hace al menos siete meses.
Otra información clave que ha mostrado esta investigación es que el perpetrador del ataque fue un candidato no exitoso en el proceso de solicitud de asilo en el RU. Se menciona también que era una persona con problemas mentales. En conjunto, esto pudo haber sido determinante para su radicalización y posterior conducción del ataque terrorista, según marcan los reportes.
Algo interesante que se puede comentar al respecto es que otros informes recientes han señalado que la radicalización en el RU se ha incrementado en los últimos meses, situación que se atribuye a la pandemia de Covid-19, por la cual los gobiernos alrededor del globo han aplicado medidas de confinamiento. Esto provoca alteraciones en el ritmo de vida de las personas, mismas que podrían llegar a desequilibrar sus emociones, como pudo haber sido el caso del perpetrador.
No obstante, un punto medular en este escenario es que las autoridades británicas están tratando este incidente como un ataque terrorista. Ciertamente la detonación de la bomba ha causado terror en la población de la ciudad, mismo que se ha extendido a otras partes de la isla anglosajona; es decir, cumple con una característica del terrorismo: que la violencia, o la amenaza de violencia, va dirigida contra una audiencia objetivo que se extiende más allá de las víctimas inmediatas, quienes usualmente son ciudadanos.
A pesar de ello, de acuerdo con la literatura de terrorismo, para que un acto de esta naturaleza se identifique como terrorista, una organización debe estar detrás del atentado, aunque una sola persona haya perpetrado el ataque. En este contexto, el segundo evento descrito arriba, es decir, los ataques suicidas en Kampala sí serían contemplados de manera fehaciente como un atentado terrorista.
El ataque terrorista perpetrado en Uganda, producto de detonaciones de bombas que le quitaron la vida a tres personas y provocaron heridas a otras 36, ha sido reclamado por el Estado Islámico (o ISIS), aunque fue conducido por una de sus células afiliadas en la región. Sin embargo, el común denominador de los atentados en Liverpool y Kampala es el terror que provocaron en la audiencia y en los gobiernos de los países, más allá de que sólo uno de estos ataques haya sido reclamado por una organización terrorista.
En cualquier caso, las medidas de solución pueden ser varias, aunque su conducción dependerá de cómo se entienda el terrorismo, esto es, si se comprende como una analogía de guerra, un crimen o una enfermedad. Cada una tiene sus implicaciones y consecuencias, pero es innegable la importancia que tiene para la comunidad internacional erradicar esta práctica en el globo. Los esfuerzos colectivos hasta ahora han sido insatisfactorios, puesto que los grupos terroristas han sido muy resilientes y ello les ha servido para sobrevivir. Resulta una lástima, pero en eso ha fallado de forma garrafal la comunidad internacional.